jueves, 28 de febrero de 2013

Crema para la piel


Distraído y con cierta indolencia he visto un anuncio en la TV.
Bueno, en realidad veo muchos. Deformación profesional.
Creo que era de una crema para la regeneración de la piel.
La figurante era una mujer pelirroja, de pelo de “toga” que creo así se decía hace unos años, de ojos verdes, bellísima, sencilla, de sonrisa suave, de mirada franca y noble, melocotonera de piel.

Se me ha encogido el corazón.
El estómago se ha anudado.
La piel se me ha erizado.

He contenido mis ojos y mi garganta que querían derramarse y gritar, sollozar y verter.

No sé si buscar de nuevo el comercial en la TV o cerrar los ojos si otra vez aparece en la pantalla.

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Sé que volveré a ser feliz algún día.

miércoles, 27 de febrero de 2013

Madrugada


Cuando se vaya la luna de harina y rozando con levedad tus labios te diré quien soy.

Emergerá el sol que es de mermelada de naranja y calentará mi cuerpo frío por el rocío y el relente de la madrugada.

Y en ese momento le explicaré mis secretos al viento cuando llegue siseando y con la lentitud parsimoniosa de la fatiga se siente junto a mi, exhausto, para descansar su cansancio tras recorrer el mundo entero.

Y le explicaré que pondré mi voz a los truenos y la lluvia y que enciendo velas para que los relámpagos nos iluminen el alma extenuada y la suerte de estar unidos alumbre nuestras presencias.

Le diré también que amo la armonía que crea en el baile de las hojas de los árboles, el zarandear de los arbustos, el rizo del pelo de lana de las ovejas, la elegancia de la melena del león cuando al viento ondea, el silencio del felino que en la selva otea, el zigzagueo de la libélula, el florecer del cerezo y del ciruelo, el lento crecer de la hierba y el despido otoñal de las tomateras, el crepitar de la leña que arde con su cortejo, el canto seductor del macho de la paloma y su ulular en las alas de la tórtola.

Viento que te llamas brisa, ventisca, huracán, tornado, vendaval,… y finalmente calma.

Yo te pondré fresias blancas y amarillas y rosas de roja pasión y claveles mediterráneos que huelan como la miel y el almizcle, y frotaré mi cuerpo con piedras suaves y dulces de sándalo y ámbar, para que después el agua del mar de invierno en mi baño me cubra y recubra con su sal de peces y algas y mareas.

Le cerraré a la madrugada los ojos y abriré sus párpados con besitos lindos de margarita.

Lameré todo tu cuerpo cuando el sol apunte en la línea en la que finaliza el mar, mar que será tranquilo, sosegado, plateado hasta que se temple con mi cuerpo y se encabrite de azul marino y el verde moteado de rojo del jade porque la luna de harina se diluye en la lejanía.

Entonces, madrugada, ya no se si sabré decirte quien soy porque estaré embebido de tu dicha.

Pero volveré al atardecer para ver de nuevo a la luna de harina aparecer y esperaré con la paciencia y el fragor del amante tu llegada de madrugada para con un leve roce en tus labios decirte quien soy.

martes, 26 de febrero de 2013

Miel para tu cintura


(Este cuento se lo dedico a mi amiga Pilar que es una desconocida sirena muy serena y de voz lenta y de perfecta cadencia y que tal vez podría llamarse Lorena , porque la rima me divierte y porque además me da la gana porque cuando me veo con ella es siempre con gana de cenar.
Que estupidez!!!).

Narraba el otro día el cuento de “El Elefante que de una mariposa se enamoró” cuando mi maestra en el arte de hechizar con las palabras y lograr que los personajes salgan de los libros y entren en nuestro mundo me comentó que ella sabía de un maravilloso cuento en el que un elefante se enamoró de una hormiga.
Decía que el elefante iba todos los días con muchísima ilusión a ver la cola que las hormigas hacían con su comidita para sus casitas, y allí descubrió a esa hormiga de cinturita estrechita y toda ella arregladita y monísima con su sonrisa negra y sus ojitos saltarines.
Así lo hacía cada día y cada día sentía que el amor empezaba a invadir su cuerpote de elefantote.
Hasta que uno de esos días, ya al atardecer que es cuando las hormigas laboriosas ya regresan a su hogar mientras las cigarras tocan la guitarra, pensó que le encantaría conocer la casita de su ya amada hormiga de cinturita estrechita.
¿Pero cómo iba a entrar en el hormiguero que tenía esa puerta tan pequeñita?
¡ Fácil ! Recordó el consejo de su ya muy anciano padre, que le decía en su adolescencia que siempre las soluciones a los grandes problemas son soluciones muy sencillas: empieza por introducir la trompa y después…. ¡pues el resto del cuerpo !
Y así lo hizo, y así se encontró ya en el interior del hormiguero.
Descubrió entonces que había infinidad de pequeñas puertas como de pequeños apartamentos y que todas ellas eran iguales, hasta que de pronto, observó que una de aquellas puertecitas tenía una alfombrilla que decía “Bienvenido, gran amigo” y que poco a poco se retiraba hacia el interior de la casita, y supo enseguida que aquella era la casa de su enamorada de cinturita estrechita.
Llamó a la puerta pero se olvidó de que debía entrar primero con la trompa y luego con el resto del cuerpo y como quiso entrar loco de alegría derrumbó el hormiguero entero.
El elefante tuvo que irse al lago para limpiarse toda la tierra que encima le cayó, y la hormiga se mareó y una ambulancia la trasladó a un Hospital que no le gustó y partió y caminó hasta que exhausta en mi casa apareció.
Y en mi almohada descansó, panza al aire y con sus patitas un poco desparramaditas.
Allí me la encontré y allí la dejé descansar toda esa noche fría de febrero porque agotadita se la veía.
Por la mañana, tempranito porque las hormigas son muy trabajadoras, abrió un ojito y al verme un poquito se sorprendió y provocó que el segundo ojito rápidamente también se abriese y sus ojos ya como melocotones asustada me observó.
Con mis manos la tranquilicé y con la más suave de mis entonaciones allí mismo le comuniqué que su historia conocía y que de paseo íbamos a salir para tranquilizar sus emociones.
A la hormiga coloqué en una de las patillas de mis gafas para así poder verla de reojo y atento estar a cualquier necesidad porque muy prudente ella me comentó que aún no del todo bien estaba su mente.
Yo deseaba encontrar un hormigo amigo mío de Sarriá para que amistad entablasen y quien sabe si a la larga otras cosas ensamblasen.
Y de pronto, bbbbzzzzzzz, bzzzzzzz, bbbbbzzzzz, un enorme abejorro en la otra patilla de mis gafas aterrizó, no sin antes frenar su vuelo con ppppfffff, ppppffffff y así aterrizó.
Yo del susto por el descomunal zumbido y frenado en seco muy cerca de uno de mis ojos revoloteé con mis manos y las gafas con hormiga y abejorro se despiden de mi nariz y orejas y en un instante en una papelera se introdujeron.
Qué susto!!!
Recojo las gafas, y un disgusto me da de nuevo un gran susto.
¡A la hormiga su estrecha cinturita se le rompió y en dos partes se fracturó!
Y el abejorro ya no zumba sino que solloza porque le entra la congoja.
Pero una idea aparece como un zumbido entre las alas del abejorro y enseguida la acometió y es que juntó las dos partes del cuerpo de la hormiga de cinturita estrechita y con su miel las pegó.
Y la hormiga curó y, además, del abejorro se enamoró.
Y el abejorro ya no más sollozó ni lloró porque también de la hormiguita se enamoró.
Y yo la buena visión recuperé con las gafas que no fracturé.
El abejón y la hormiga, que se subió a su lomo, volaron por este mundo y observaron que todos desde las alturas somos como muy pequeñitos, incluso aquellos que son importantes y van en limusinas y en jets privados porque ellos se piensan que así son importamos, pero desde unos cuantos metros arriba se obtiene la certeza de que así no es, porque todos somos pequeñitos menos los de espíritu grande y que son los menos porque esos irradian alegría, y su optimismo y convicción contagian hasta a las hormigas y los abejorros de las rayas negras y amarillas.
Abejón y hormiga decidieron en breve porque su vida es algo efímera empezar su armonía en común y hacia el bosque de Collserola se dirigieron porque también alguna visita quisieran a mi domicilio hacer y el bosque es de cercanía y los ví partir con muchísima alegría.
Semanas después me explicó la de la cinturita con la miel curadita que Taxi, así llamó a su amor abejorro porque esos eran los colores de su cuerpo al igual que los chóferes de los autos públicos pero de pago de Barcelona, que hallaron un pájaro carpintero que se prestó a construir su casita en un árbol, y que eran felices en su amor y que el pajarraco de la madera de plumaje negro pero con manchas blancas se quedaba en la puerta porque en la casita no cabía, pero que allí era feliz velando el sueño de la pareja y cazando gusanitos nocturnos con su pico delgadito pero con mucha fuerza por ser de oficio carpintero.
La hormiga esbelta y su abejorro gordo empezaron a criar muchos hijitos y de ahí surgieron las hormigas voladoras que son las que aparecen en muchas ocasiones en las que unos tipos raros que llaman humanos hacen barbacoas nocturnas y ellas molestan un poco con su revoloteo alocado del amor de sus padres alrededor de su cocina, y los asustan porque como humanos que son no saben lo que es el amor, ni la comprensión, ni la tolerancia, ni a veces la amistad, el cariño, el desinterés en sus relaciones, ni el aprecio, e incluso a veces se persiguen entre ellos porque el color de su piel es diferente o porque sus ideas no coinciden con las de sus semejantes o porque nacieron en otro sitio que no es el suyo y eso hace que entre ellos no se entiendan y hasta hablan idiomas diferentes porque explican no sé qué sobre la Torre de Babel.

Y, sin embargo, el abejorro y la hormiga de la cinturita estrechita prosiguen con su amor y demuestran, una vez más, como el Señor Elefante del África Central y la Señora Mariposa de Madagascar, que todo amor es posible, incluso a veces inevitable, y sobretodosobretodosobretodo que amar es un amor  que es necesario e imprescindible y siempre el dar es bien recibido y así se vive mucho mejor.

Y este cuento que yo te he narrado,
sirenita serenita,
si no es mentira,
es verdad.
Y si es mentira, pues bien,
y si es verdad, pues también.

viernes, 22 de febrero de 2013

Emociones autistas


Desayuno esta mañana después de una maravillosa cena con una gran amiga en mi casa.
Leo La Contra de la Vanguardia.
Me emociono.
Yo sé que estoy emocionado cuando mi corazón palpita más deprisa y yo lo noto botar en mi pecho y además se me nubla la vista.

Franco Antonello tiene un hijo autista de dieciocho años.
Andrea se abalanza sobre desconocidos para abrazarlos y en su casa cambia las cosas de sitio de forma continua.
Franco dice que llenó su coche de gritos y lágrimas cuando fue a recoger las pruebas que confirmaban el autismo de su hijo.
Yo he llenado mi casa de lágrimas hasta casi ahogarme en ellas, no por autismo sino por carencias.
Dice Franco que daría su vida por meterse en la cabeza de su hijo autista diez minutos.
Y yo me emociono y daría la vida sólo por diez minutos de comprensión de los otros. Me preocupo ahora de uno de mis sobrinos y lo daría todo por diez minutos en su cerebro. No se si lo comprendería, pero algo me ayudaría.
Dice Franco que su hijo autista toca las barrigas de las personas con las que se cruza porque así las conoce.
A mí también me gusta tocar las manos, las pieles de las personas que me gustan, pero luego me siento muy raro cuando me devuelven miradas hostiles.
Dice Franco que su hijo autista jamás le ha dicho nada por propia iniciativa. A mí me dicen muchas cosas que no son iniciativa porque sólo son interés por.
También me dicen en algunas ocasiones que no pregunto nada. Pero es que sólo pregunto cuando tengo interés porque preguntar por preguntar mejor ahorrar.
Franco dedica hoy su vida a la Fundación que creó por el autismo de su hijo, “Los niños de las Hadas”.
Amo las Hadas y todo su embrujo. Qué fantástico nombre para los chicos autistas, Los Niños de las Hadas.
Dice Franco que debemos hacer lo que podamos en cada momento y ya harás cuentas al final de la vida.
Yo no haré no siquiera esas cuentas porque de qué me servirá hacerlas.
Llega el frío este fin de semana, y yo tengo mucho calor.

El calor de la emoción de ver que las Hadas realmente existen, porque yo tengo la vista nublada y el corazón acelerado.

domingo, 17 de febrero de 2013

Té, vino y cerveza


Reflexionaba ayer domingo sobre algunas cosas que me dice una buena amiga, como por ejemplo que hay personas que entienden el vacío que dejan aquellos seres queridos que nos abandonan a causa de la muerte, y yo le respondía que a mí eso me cuesta mucho porque pienso que la muerte es el fin y por tanto punto y final.

Viene esto a cuento porque este fin de semana he encadenado funerales.
El yerno de un magnífico amigo mío, con sólo treinta y nueve años, muere súbitamente y deja viuda y dos niñitas de seis y diez años.
Lo conocí escasamente, pero las grallas sonaron en su honor y los castellers y la anxeneta se elevaron para intentar acariciar el cielo que él ya ha tocado.
Un jesuita al que conocí en las últimas semanas, a él y a su obra, obra extraordinaria de entrega y asistencia a los demás, también nos abandona, y el padre de un profesional íntegro y sensacional persona, también.
Ley de vida en los dos últimos, ley de guadaña injusta, criminal y severa en el primero de los fallecimientos.
Así actuó también con mi mujer, y para no quedarse corta hirió de sangre áspera mi alma.

Leo y releo cosas que encuentro por mi casa y tal vez el destino hace que lea aquello que necesito en ese preciso instante de reflexión, y creo que estoy en condiciones -sólo lo creo porque a veces las lágrimas espesas, lentas ya y pegajosas siempre me aturden hasta nublar mi entendimiento- de asegurar que comprendo lo que leo aunque tal vez eso no significa que yo pueda practicarlo.

“Nan-in, un maestro japonés que vivió en la era Meiji (1868 – 1912), recibió a un profesor universitario que acudió a preguntarle acerca del zen.
Nan-in le sirvió té. Vertió el líquido hasta llenar la taza del visitante y siguió vertiéndolo.
El profesor contempló que el té se derramaba hasta que ya no pudo contenerse.
-       Está completamente llena. ¡No cabe ni una gota más!
-       Al igual que esta taza de té –le dijo Nan-in- usted está lleno de sus propias opiniones y especulaciones. ¿Cómo puedo mostrarle lo que es el zen a menos que primero vacíe su taza?”

A mí me gusta más el vino y la cerveza que el té.
Tal vez deba iniciarme en el consumo de esas hierbas.

viernes, 8 de febrero de 2013

Chorra

Me he levantado esta mañana, hace ahora un ratito, y me he concedido el título del más chorra de España.
Sí, soy un chorra.
Después de titularme como tal he encendido la tele y rápidamente me he dado cuenta de que además de muy chorra descendía de la lista del número uno al dos.
Aparece el chorra de Mariano Rajoy y dice que deposita toda su confianza en la Ministra Ana Mato, porque una de sus obligaciones es ser justo y para ello reconoce la valía como persona y como Ministra de la Mato porque lo está haciendo muy bien, y por eso es justo y ella gran Ministra.

Y el muy chorra se queda más contento que la puñeta.

Después dice que hoy en la web de la Moncloa se publicará su Declaración de la Renta, y yo pienso que este tipo es un chorra de mil par de cojones porque el dinero negro no aparece en ninguna Declaración de la Renta, ni, que yo sepa, existe apartado alguno que se titule Sobres de Dinero, pero él piensa que así demuestra que no recibió ni Dinero Negro ni Sobres de su partido (a lo mejor el que sobre -debería ser sobra, pero me queda mejor sobre- es él, en el Gobierno y en el país).

Así que ya veis: en unos minutos he dejado de ser el más chorra y ya sólo soy el segundo.
O sea, ni el Rey de los Chorras ya soy.
Lo es Mariano Rajoy.

Me ha derrotado quien jamás pesaría que lo haría, ¿qué chorrada, verdad?

Una comida curiosa


Hoy he ido a comer con una de esas mujeres bellas, bellísimas, que cuando éramos más jóvenes perseguíamos.
Ahora ya no porque por lo menos yo no puedo perseguir ya a nadie porque las piernas son lo que son.

A través del móvil quedamos más o menos a las 13:30 en un Restaurante y yo puntual como un cura ahí estoy. Ella llega, como es habitual en muchas de las mujeres de las que conozco, una media hora más tarde.
Me da lo mismo porque yo mientras tanto me he dedicado a adiestrar a todo el local a que cuando ella llegue la miren con los ojos cerrados porque por teléfono ella me comentó que tenia que ir a depilarse las piernas porque ya le salían los pelos por la pernera.
Eso no lo explico, sólo digo que cierren los ojos porque ella ya sabrá de que va mí tontería.

Yo llevo conmigo una bolsa llena de regalitos, sin importancia ninguno de ellos, pero regalitos al fin y al cabo porque hace unos pocos días cumplió años la moza.

Llega como siempre, sonriente y hecha un encanto, y nos disponemos a comer en la mesa que yo ya he reservado.

Nos explicamos brevemente algunas cosas hasta que suena su teléfono y le avisan de que en media hora la esperan para su depilación, y ella dice que cree que es media hora más tarde. No, le confirman que es antes.

Así que deglute con rapidez lo que le queda en su plato y se despide mesando brevemente mis cabellos y dándome las gracias por todo.

Yo empiezo con mi segundo plato, unos filetitos pequeñitos con un foie con pinta divina, y me  los como un poco deprisa deprisita porque ya quiero irme a mi casita.

El camarero, siempre atento conmigo, me pregunta si me he quedado sólo porque ella se ha enfadado y yo respondo que no, que le ha surgido una urgencia.

Pago la cuenta y me voy y entones es cuando caigo en la cuenta (cuantas cuentas, verdad?) de que me he quedado sólo en un Restaurante y que soy mucho más burro de lo que me pensaba.

Espero que los pelos de sus piernas ya no estén y ella esté más guapa que nunca, mientras yo me voy a dormir porque no sé si estoy soñando o ya estoy despierto, ahora que escribo esto.

Qué cosas!!!

martes, 5 de febrero de 2013

Vocación


Eran mis catorce años y tenía que tomar una de las primeras decisiones importantes en mi vida.
¿Seguía el bachillerato de Letras o de Ciencias?
Esa decisión podía marcar todo mi futuro personal y profesional.
Fue sencillo: escogí letras, porque yo no entendía mucho eso de que dos más dos siempre hacen cuatro, porque a mí me parecía que podía ser que no. Además nunca me interesó mucho sumar. Tampoco restar, ni dividir, ni multiplicar. Me interesaba comunicarme, saber qué pasa en las cabezas de los demás, porque en la mía pasaban muchas cosas y algunas de ellas no sabía explicarlas, y eso me preocupaba.
Así que acabé el bachillerato en su versión Letras. Hoy no sé ni siquiera cómo funciona eso, pero como que aquí no funciona nada, qué más da.
Después decidí (¿o fue mi padre?) proseguir mis estudios en la Universidad y como que al parecer de otros era un buen estudiante, de letras, dudé entre Derecho, porque abogado sin ejercicio era mi padre y con ejercicio mi tío del que decían que yo era como una gota de agua física y psíquica, y Ciencias de la Información, porque allí decían que te enseñaban, aunque en realidad no lo hacían, Periodismo o Publicidad. No te enseñaban porque la Universidad aquella era de esos tipos del Opus y ellos adoctrinan que es muy diferente a enseñar (que no es otra cosa que pensar).
Decidí que Ciencias de la Información, no sé muy bien por qué, pero eso decidí. Cuando regresé de esa Universidad a mi ciudad –y digo mi ciudad porque es en la que nací, sólo por eso, aunque hoy la entiendo y la amo-  también decidí que podía empezar Derecho y así mi padre estaba contento y yo, que no tenía nada claro que mi primera elección fuese acertada, disponía de dos opciones de futuro, o así me lo pareció en aquel momento.
Ocurrió después que el General Franco –¿que es eso de Generalísimo?, ¿acaso algún Papa se ha puesto Papísimo?, ¿o algún Presidente Presidencialísimo?, ¿o la Reina de Inglaterra que es mucha Reina, Reinísima?, ¿o Fidel Castro Fidelísimo Castrísimo?- empezó a fallecer con su lentitud habitual y en la Universidad se decidió no impartir clases sino huelgas, y entonces yo me aburría tantísimo (mira por donde yo también me pongo el ísimo) que mi padre, que parece que influía en algunos sitios, me metió en Caixa de Barcelona para que hiciese una carrera brillante como cajero.

Y así empezó mi andadura profesional, sin ninguna vocación de ningún tipo.

Hoy han pasado treinta y ocho años, mes arriba, mes abajo.
Por en medio dejé esa entidad financiera, me dediqué a la publicidad porque descubrí algo que se llamó –hoy ya no sé cómo lo llaman ni me importa mucho- Marketing Directo y me sedujo, me desplacé profesionalmente al mundo de las Agencias de Publicidad e incluso alcancé la Dirección General de una multinacional americana, y luego algún iluminado me ofreció la Dirección General de un par de Compañías de Seguros, que me importaban un bledo, las Compañías y sus productos, pero sí me interesó la gestión de las redes de ventas, o sea de las personas, o sea de la comunicación, incluso me tiré un año entero en Madrid en una Consultora de Recursos Humanos de un tipo que era Vicepresidente del Real Madrid cuando yo tengo el vicio culé metido en la sangre, y dirigí también un negocio de enseñanza a distancia a través de las nuevas tecnologías -¿ya son ahora viejas?- e hice alguna que otra cosa sin tener muy claro cuál era realmente mi vocación, sin saber de verdad que es lo que yo quería ser de mayor y yo ya era mayor.

Pero hoy creo que puedo poner nombre a mi vocación.
Desayuno y leo “La Vanguardia”, Grupo Godó, medio monárquico –no medio en cuanto a la mitad, sino en cuanto a que forma parte de los medios de comunicación- y leo a Etgar Keret, escritor de cuentos israelí, y me dice lo que yo sabía ya hace casi cuarenta años pero no sabía ponerle letras una detrás de la otra: me dice que su vocación auténtica era que su mamá estuviese contenta.

Y me doy cuenta que mi vocación era esa.
Mi vocación era que Susan fuese feliz, que Susan riese, que sus ojos derramasen lágrimas de la risa que mis payasadas le provocaban, que Susan me recibiese cada día en nuestra casa avalanzándose sobre mí, que corriese todo el Paseo de las Palmeras para abrazarme cada tarde cuando yo llegaba del trabajo, que por las noches me dijese que dejase de jugar con su meñique porque se lo estaba desgastando, que se muriese de la risa cuando yo decía ciento cuarenta y cuatro, ciento cuarenta y cinco, ciento cuarenta y seis y yo le explicaba que eran las pecas que contaba en su cuerpo que yo recorría con mis manos, que la regañase cuando se ponía zapatos de los que dejan ver los dedos porque yo decía que los pies son feos y que no hay que mostrarlos, cuando yo la imitaba en el aseo haciendo ver que me pintaba una rayita verde en mis ojos al igual que ella, o cuando introducía mi índice en su ombligo y recitaba que yo estaba en el centro del mundo, cuando le mordía el lóbulo de la oreja sin agujerear y ella decía que con cuidado que es parte sensible y que a ver si le iba a hacer daño, cuando cogía sus mofletes y los deformaba y me partía de la risa… y ella también.
Esa era mi vocación, la que yo desconocía cuando decidí letras en vez de ciencias, cuando decidí Periodismo y luego fui publicitario, la que no tuve cuando fuí director general de no sé qué.

Ayer tuve un día malo.
Intelectual, mentalmente malo, horriblemente horrible.

Esta reflexión nace de ese día nefasto.

Y ello me lleva hoy a dictar un Edicto (que manía con poner una E delante, que además algunos pronuncian como si fuese una I para hacerlo todo más difícil)  que aquí publico para conocimiento de todos y bajo criterios mucho más próximos al sentido común, ya que lo que publico es un DICTO:

“Queda absolutamente prohibido desde hoy y para todo el futuro caer en depresiones o bajones del ánimo del tipo que sean.
Mi vocación me dice que aquella a quien se la destiné me está indicando desde otras dimensiones que no me lo permite, porque al igual que ella rió y disfrutó conmigo, otros y otras también merecen que les destine mis recursos.
Y existen destinatarios y destinatarias, mejor éstas, –me gustan más las hembras, que voy a hacerle (esta aportación no es de DICTO, pero me apetecía incorporarla)- que merecen que les dedique mis mejores sonrisas, risas y rosas.
Me dice asimismo que no olvide que la naturaleza me dotó del don de narrar y redactar historias – escribirlas ya es otro menester tal vez alejado de mis posibilidades, pienso yo- y ahora que ella sabe que mi aprendizaje prospera y me acompaña la maestra Martha, que se desplazó de México con esa finalidad, no puedo caer en el ensimismamiento en mí mismo -redundancia que me permito, porque cuando uno se mira en exceso se redunda-  y en mis dolores, porque los hay que los tienen y mucho más poderosos y de toda la vida, y yo también debuto, al igual que en el cuento y por tanto tardíamente, en el dolor, y no debo olvidar los muchos años de satisfacciones y bienaventuranzas que la vida me concedió.
Es por ello que me queda total y absolutamente PROHIBIDA –palabra muy de moda en la actualidad, frivolidad que me permito dadas las circunstancias sociales actuales- la depresión y los momentos bajos en mi quehacer diario, e incluso nocturno”.

Dicto lo dictado para que quede constancia de ello en negro sobre blanco, y cualquier mortal o inmortal que detecte o denote alejamiento de este DICTO, podrá llamarme la atención de forma severa y contundente.

Firmado: YO y mi vocación. 

Escribo esto hoy que acabo de comprobar cómo mi amada jugueteaba a primeras horas de la mañana por las Terres del Ebre, en especial en el Massis del Port, pintando de rojo unos altocúmulos espectaculares.
Querida, no lo hagas muchos días porque entonces se que enfermaré definitivamente y me has pedido que contagie ilusión, amor y alegría en aquellos que la necesitan, porque tú quieres que así sea,…  y así será.