Una de estas tardes descaniculadas de este mes de agosto y
con amenaza de lluvia copiosa y lenta con Plan de Lluvias activado en toda
Catalunya se me ocurrió acercarme a las playas de la removida Barceloneta por los desmanes turísticos en sus
pisos de alquiler de borrachera.
La mar estaba con esa agitación serena que le confiere el
encabritamiento de sus crestas y el ruido constante, mudo y amortiguado que la
acompaña. El cielo se teñía de nubes brunas y espesas avisando de su inminente
descarga que seguro ya lo era en unos cientos de metros de su interior.
La gente que contemplaba como yo la mar guardaba un silencio
de respeto por su intimidación sosegada y soberana.
Las crestas de las olas jugaban bajo la luz cambiante del
cielo a ser perlas de brillo nacarado como las que lucen bellos cuellos de
hembra de clavículas prominentes, que son las de la distinción y la elegancia
de la cuna de alta alcurnia.
Alguna de aquellas pequeñas esferas saltarinas de espuma
apareció ante mis ojos algo más oscura que las habituales y atrajeron mi
cerebro que imaginaba formas con las olas mientras mis pupilas recorrían
los dibujos de la mar desde la Playa de Sant Sebastià y la Barceloneta hasta
el Espigó del Gas.
Y entonces recordé que tres perlas negras han tenido
presencia casi permanente en mis días, algunos de ajetreo como la mar de esa
tarde y otros de sosiego como las jornadas de descanso del cuerpo y de la
mente que dejaban de imaginar publicidad para clientes que por eso me reclamaban. Y ahí estaban esas perlas. Jugando al escondite conmigo como las perlas negras
de la mar de la Barceloneta de esa tarde de agosto.
La primera, fue la perla negra de Susan.
Un obsequio a raíz de no sé qué pero que lucía preciosa
entre su cabellera roja, sus ojos verdes y las miles de tonalidades del millar
de pecas que adornaban en jaleo ruidoso su rostro de virgen ignífuga de
placentera tranquilidad nórdica como volcán entre los hielos y las nieves
nórdicas.
La segunda es infinita y se derrama cuando así lo decide y
desea desde mis ojos rojos.
Cada vez que de una u otra forma aparece la imagen imborrable
y la serenidad de esa mujer de mirada de luciérnaga nocturna una perla negra
surge de mis ojos, antes con el grito del dolor porque se arrancaba de mi
corazón, ahora con la tranquilidad, lentitud y armonía que el tiempo incuba
hasta en el trepidar del sentimiento.
La tercera luce en el escote de una lectora de mis líneas
que contactó conmigo mañana, penúltimo día de agosto, ahora hará un año.
Luce con el brillo negro de las pieles que amistaron con el
sol, con las pieles que aceptan el gritar de las ráfagas agresivas de los
vientos de las tierras de Castilla, luce cuando la perla sabe que compite con
dientes de nácar blanco que se muestra en la sonrisa pródiga y generosa.
Hablé no hace mucho con esa perla negra para hacerla
sabedora de que el amor también está en los rincones que uno esconde, porque
los que se muestran son los que encandilan a cualquiera que de forma mínima
aprecie las dotes de la seducción. No obtuve respuesta, lo cual permite
interpretaciones ambiguas a las que ahora no deseo referirme porque es tiempo
de la perla negra, la que en la Barceloneta en tarde desabrida jugueteaba
encima de las olas con las perlas de capas de nácar blanco que en el azul
marino del mar de agosto mostraban su belleza a turistas y nativos que en
silencio, en secreto y en respeto perdíamos la vista en la contemplación de la
mar, y a la espera de esa lluvia de agua caliente que, a veces, en verano,
riega las olas y sus perlas saltarinas.
Tres perlas negras acompañan mi vida.
Una mece el cielo todos los días y tinta de rojos y verdes el
amanecer y el atardecer con todo esmero, otra se derrama en añoranzas
espesas para recorrer mis mejillas y recordarme que la felicidad se obtiene
con la lucha y la perseverancia de la constancia, y la tercera pende del caucho
que la sostiene y llegará el día en que me dirá si en su vida me necesita o
sólo compite con su gris de plata oscura con la blancura de los dientes de la
sonrisa que su hembra luce en las tierras en las que habita.
Tres perlas negras están presentes en mi vida.
En el cielo, en mi alma y la tercera en mi corazón espera.