viernes, 29 de agosto de 2014

Perlas negras.

 
Una de estas tardes descaniculadas de este mes de agosto y con amenaza de lluvia copiosa y lenta con Plan de Lluvias activado en toda Catalunya se me ocurrió acercarme a las playas de la  removida Barceloneta por los desmanes turísticos en sus pisos de alquiler de borrachera.

La mar estaba con esa agitación serena que le confiere el encabritamiento de sus crestas y el ruido constante, mudo y amortiguado que la acompaña. El cielo se teñía de nubes brunas y espesas avisando de su inminente descarga que seguro ya lo era en unos cientos de metros de su interior.
La gente que contemplaba como yo la mar guardaba un silencio de respeto por su intimidación sosegada y soberana.

Las crestas de las olas jugaban bajo la luz cambiante del cielo a ser perlas de brillo nacarado como las que lucen bellos cuellos de hembra de clavículas prominentes, que son las de la distinción y la elegancia de la cuna de alta alcurnia.
Alguna de aquellas pequeñas esferas saltarinas de espuma apareció ante mis ojos algo más oscura que las habituales y atrajeron mi cerebro que imaginaba formas con las olas mientras mis pupilas recorrían los dibujos de la mar desde la Playa de Sant Sebastià y la Barceloneta  hasta el Espigó del Gas.

Y entonces recordé que tres perlas negras han tenido presencia casi permanente en mis días, algunos de ajetreo como la mar de esa tarde y otros de sosiego como las jornadas de descanso del cuerpo y de la mente que dejaban de imaginar publicidad para clientes que por eso me reclamaban. Y ahí estaban esas perlas. Jugando al escondite conmigo como las perlas negras de la mar de la Barceloneta de esa tarde de agosto.

La primera, fue la perla negra de Susan.
Un obsequio a raíz de no sé qué pero que lucía preciosa entre su cabellera roja, sus ojos verdes y las miles de tonalidades del millar de pecas que adornaban en jaleo ruidoso su rostro de virgen ignífuga de placentera tranquilidad nórdica como volcán entre los hielos y las nieves nórdicas.

La segunda es infinita y se derrama cuando así lo decide y desea desde mis ojos rojos.
Cada vez que de una u otra forma aparece la imagen imborrable y la serenidad de esa mujer de mirada de luciérnaga nocturna una perla negra surge de mis ojos, antes con el grito del dolor porque se arrancaba de mi corazón, ahora con la tranquilidad, lentitud y armonía que el tiempo incuba hasta en el trepidar del sentimiento.
La tercera luce en el escote de una lectora de mis líneas que contactó conmigo mañana, penúltimo día de agosto, ahora hará un año.
Luce con el brillo negro de las pieles que amistaron con el sol, con las pieles que aceptan el gritar de las ráfagas agresivas de los vientos de las tierras de Castilla, luce cuando la perla sabe que compite con dientes de nácar blanco que se muestra en la sonrisa pródiga y generosa.
Hablé no hace mucho con esa perla negra para hacerla sabedora de que el amor también está en los rincones que uno esconde, porque los que se muestran son los que encandilan a cualquiera que de forma mínima aprecie las dotes de la seducción. No obtuve respuesta, lo cual permite interpretaciones ambiguas a las que ahora no deseo referirme porque es tiempo de la perla negra, la que en la Barceloneta en tarde desabrida jugueteaba encima de las olas con las perlas de capas de nácar blanco que en el azul marino del mar de agosto mostraban su belleza a turistas y nativos que en silencio, en secreto y en respeto perdíamos la vista en la contemplación de la mar, y a la espera de esa lluvia de agua caliente que, a veces, en verano, riega las olas y sus perlas saltarinas.

Tres perlas negras acompañan mi vida.
Una mece el cielo todos los días y tinta de rojos y verdes el amanecer y el atardecer con todo esmero, otra se derrama en añoranzas espesas para recorrer mis mejillas y recordarme que la felicidad se obtiene con la lucha y la perseverancia de la constancia, y la tercera pende del caucho que la sostiene y llegará el día en que me dirá si en su vida me necesita o sólo compite con su gris de plata oscura con la blancura de los dientes de la sonrisa que su hembra luce en las tierras en las que habita.

Tres perlas negras están presentes en mi vida.
En el cielo, en mi alma y la tercera en mi corazón espera.

domingo, 24 de agosto de 2014

¡ Buenos días ¡


Tengo por costumbre enviar un e-mail cada mañana dando los buenos días a mujeres a las que quiero, admiro e incluso a alguna de ellas deseo.

Los que me conocen bien  saben que una de mis pasiones es jugar.
Y esta mañana de domingo descaniculado he jugado a no enviar mis buenos deseos diarios, para comprobar reacciones si es que éstas aparecían.

Decidí no dar los Buenos Días a ninguna de esas  casi docena  de mujeres que aprecio y amo y a las que cada día deseo buenaventuranzas que surgen de la profundidad de mi corazón.

Tenía interés en ver que sucedía. ¿Y que sucedió? Nada. Nada de nada.

Ninguna de las mujeres de mi alma respiró ni contactó conmigo añorando mis salutaciones matinales.

Nadie, ninguna,  hizo nada. Ni un solo gesto.

Concluyo en mis oscuros pensamientos que les importa un pepino mis deseos de jornadas felices y con bienestar para ellas y lo suyos.

Por tanto, la lógica me dice que abandone esta práctica diaria que a mí me requiere un cierto esfuerzo, aunque sea exclusivamente de memoria, y cuya valoración es nula.

Pensaba equivocadamente que algunas de ellas, todas no, por dios, esperaban mi mensaje con alguna ilusión por los buenos deseos que para ellas reclamo cada día.
Parece que no. Que no es así.

Hasta puede que alguna piense que ya estoy, como cada mañana, dando la lata con mis mensajitos de las narices.
Hasta a la que más que quiero levantar el ánimo con mis mensajes matinales, y qus es la que más necesito, de alguna manera me dice con su no respuesta que no existo.

Esta tarde me he ido a la Iglesia de Sarriá, me he sentado y simplemente allí he estado un rato, largo, largo, muy largo para mi impaciencia natural,  porque necesitaba oír el silencio que allí se respira y oler el incienso que allí se quema.

No sé si me ha serenado o me ha sublevado, pero allí he estado sentadito.

jueves, 21 de agosto de 2014

Contradicción.

 
Hace dos días me fui a eso de las 19 h. a tomarme una cerveza en el Bar TREZE, junto a mi casa en Sarriá. Me acompañé de la prensa del día y de una novela que estoy actualmente leyendo con mucha lentitud porque su lectura requiere de alta concentración.

Me senté en una mesa vacía, porque lo estaban todas. Sólo estaba presente el camarero moreno de la República Dominicana, Carlos. Se lo pregunté y por eso lo sé.

A los pocos minutos se me acercó una bella mujer de calculo unos cincuenta años y me preguntó si podía compartir mesa y conversación conmigo ya que en el Bar no había nadie. Educadamente le dije que sí, aunque mi intención era leer, pero nunca está de más dialogar con una guapa mujer.
A los pocos minutos me preguntaba que a qué dedicaba mi vida profesional y le dije que a nada en la actualidad. Con cara de sorpresa me preguntó si disponía de suficiente dinero como para permitirme no trabajar ni preocuparme en exceso por el tema económico. Le dije que no, que no disponía de mucho dinero, más bien lo justo para ir tirando.
Antes de que casi me enterase, de forma muy cortés y amable, se despidió de mi y se largó, no sin antes arrancarme un no pagues, yo me ocupo de atender el pago de las consumiciones.

Al día siguiente y aproximadamente a la misma hora del día anterior volví al Bar TREZE con la prensa del día, la misma novela y el deseo de consumir una cerveza idéntica a la del otro día, cerveza de grifo fresca y bien tirada. Y disfrutar de la lectura y la soledad que no me estuvo permitida veinticuatro horas antes.
No habían pasado ni cinco minutos cuando se me acerca una hembra de aproximadamente cincuenta años (después supe que tenía exactamente esa edad) y me comenta que ya que no hay nadie en el Bar podíamos compartir consumición y conversación.
No era una maravilla, pero no era fea y escondía no sé muy bien dónde una belleza especial y algo secreta.
Yo quería leer, pero mi educación esmerada, la que me ofrecieron mis padres en Colegios y Universidades privadas y con sus excelentes enseñanzas, me impidió negarme a compartir lo que la mujer deseaba.
Al poco tiempo me pregunto qué a qué me dedicaba y respondí que a la publicidad, tanto como creativo en ocasiones como a la gestión en otras ya que solía ser el Director General de las Agencias americanas para las que trabajaba.
Me inquirió sobre si era un trabajo bien retribuido y le comenté que en su momento en exceso, o sea, que fue un trabajo excelentemente pagado si eras medianamente bueno, pero que ahora tocaban épocas verdes como en muchos sectores. Las maduras ya las viví y eso me permitió hacerme con un pequeño patrimonio que hoy me permite vivir con cierta solvencia, comenté lo más prudentemente de lo que soy capaz.

Me respondió que ella acaba de divorciarse, que sus dos hijos habían decidido quedarse con el padre, que llevaba dos años buscando trabajo y no encontraba nada, que se había alquilado un pisito de mierda que no sabía ni cómo pagar y que estaba hasta las narices de aguantar prepotentes como yo que vamos de sobrados por la vida porque nos la ganamos sin excesivo esfuerzo, porque ya me dirás lo difícil que es inventarse slogans para productos de mierda que no hacen más que engañar al consumidor y que había ofendido y molestado su sensibilidad.

Y se levantó así como desairada y se largó después de mirarme con cara de repugnancia y, eso sí, arrancarme un no pagues, ya me ocupo yo, estás invitada.



Hoy creo que volveré al TREZE, acompañado de la prensa y de la novela de difícil lectura que intento leer y no me lo permiten, y dudo en si ser descortés y negarme a compartir mesa con aquella que se ofrezca o hacerme el sordo, que es relativamente sencillo, ya que muchos sordos son mudos y cuando responden a preguntas que se les formulan dicen algo parecido a “Gjjjaciaaaa, juuuapaaaaa, perrrooo zzzzoy zzzo---ddddooo y noooo noooo meeeeeentero de nanana”.

Como mínimo podré leer y luego no tendré que pensar en que coño hice mal con esas mujeres bonitas que me abordan y luego me tiran por la borda.

miércoles, 20 de agosto de 2014

El Cocodrilo.



Miraba unas bonitas ilustraciones hace unos días y me ensimismé en el magnifico dibujo de un cocodrilo, y mi cabeza empezó a divagar sobre ese reptil de más de seis metros de largo y más de setecientos kilogramos de peso (no es que yo entienda mucho de cocodrilos, más bien no entiendo nada, pero es que lo ponía al pie de la ilustración).

Pensé que por qué no se llamaba Coconilo o Cocogipto porque allí, en Egipto y el río Nilo hay muchos, y antiguamente eran adorados y venerados. Pero no, le pusieron Cocodrilo, y vaya usted a saber por qué lo de drilo, ya que lo de Coco es más evidente por la gran fealdad de ese animal, como reconocen y manifiestan los naturistas. y porque de todos es sabido que a los niños que no se duermen cuando los padres quieren porque ellos desean descansar se les dice “Duérmete, niño, que viene el coco”, y el coco debe asustar y el susto debe provocar sueño. Vaya, digo yo.
He podido casi comprobar que al cocodrilo tampoco le divierte mucho que le llamen así, porque hablando con el de la ilustración me dijo que si hay quien se llama Cocó Chanel, por qué él no Coco Drilo. Y me temo que algo de razón lleva.

También a los niños se les critica porque lloran con lágrimas de cocodrilo, cuando eso es injusto porque las lágrimas de cocodrilo no son más que un espectáculo hipócrita de tristeza, y de eso precisamente los niños todavía no saben.
Y además de qué va a tener las lágrimas un cocodrilo si no son de cocodrilo, porque es evidente que no va a tener lágrimas de un loro o de un conejo o de la mula Francis.

Se dice de un cocodrilo, o lo dice el Libro de los Besos, que besa como los humanos, de frente, pero sin lengua porque carece de ella, y ahora explico algún detalle íntimo para dar fe de lo dicho.
Yo he besado a una mujer como si fuese un cocodrilo, y lo hice porque estaba avisada y porque me lo permitió, y salió bien, porque pienso que la seduje, pero resultó que este sucedáneo de cocodrilo al besarla se enamoró, y por eso ahora no sé con que lágrimas lloro su ausencia, porque no son de cocodrilo porque soy lo que se dice un humano y lo verifico al tocar mi piel y comprobar que no es ni escamosa, ni dura aunque sí algo seca, y porque mi piel vibra y se eriza porque se emociona cuando se enamora de la piel de porcelana de la hembra que me aceptó el beso, y creo que es evidente que esas no son lágrimas de la hipocresía que se atribuye a las lágrimas del reptil del que hablamos.

Se dice que la forma de neutralizar a un cocodrilo es ponerle una rama cuando abre sus fauces y así lo inutilizas.
Parece lento y ruidoso, y en realidad es rápido y silencioso, ya que esa es la estrategia depredadora que aprendió en los cursos de  marketing en Harvard, y la única forma de desactivarlo y que no te venda algo o mejor te compre que es devorándote es cuando se ensimisma en sus propias estrategias y abre la boca en señal de admiración por sus conocimientos sobre el mercadeo, y justo entonces le introduces una estaca o rama o palo grande en el interior de sus fauces y así lo inutilizas, y si eres ecologista de paso le lavas los dientes.

De repente me pareció que el cocodrilo del dibujo se movía un poco bruscamente y así era, porque volvía a estar allí el plasta de Tarzán  agarrándose como siempre al animal como una lapa y con un gran cuchillo dentado de un tipo de Albacete lo desangraba hasta acabar con él, bestia que es el hombre mono, porque el cocodrilo no tenía ninguna intención de comérselo porque padecía de una carie en un diente y las pasaba fatal al comer carne de Tarzanes o de peces o de ranas o de lo que fuese, y tenía que esperar a que se cayese ese diente y fuese sustituido por otro sano.
En disculpa de Tarzán sólo podemos decir que no era dentista y por tanto no identificaba las caries de cocodrilo.

Otro tema que molesta en extremo al cocodrilo es que a muchas mujeres les vuelva locas lucir bolsos y zapatos y otros artículos con su piel de cocodrilo, que no Coco Drilo, porque si así fuese es posible que lo tolerase mejor, y que ciertos hombres utilicen cinturones y carteras fabricada con su piel para así mostrar que tienen mucho dinero externo e interno. 
Le irrita ver que la mayoría compran su piel convertida en cosas que a ellos no les sirven para nada ya que ni se calzan ni usan bolso ni pantalones ni nada que se parezca en establecimientos que de ellos no saben nada de nada y encima son bastante impronunciables, como Loewe que a un cocodrilo le es imposible pronunciar por su falta de lengua y la especial forma de su hocico.

Y por no hablar de René Lacoste, apodado “El Cocodrilo” cuando era un tenista de la generación francesa de los denominados “Los Mosqueteros”, por lo que ya tenía apodo y no necesitaba otro, y que además de tener un nombre más cursi que un rábano tuvo el mal gusto de en su línea de ropa deportiva estampar un minúsculo cocodrilo… ¡ con la boca abierta !, como si los cocodrilos jugasen todos los días a esa estupidez de darle a una pelotita con una pala llena de hilos y hacerla pasar por encima de una red que no sirve ni para pescar.

Me desperté de mis ensoñaciones ante la ilustración cuando mis labios recordaron el sabor del beso de cocodrilo que unos días antes me regaló al aceptar mi proposición una magnífica mujer de tierras adentro pero con ríos que a lo mejor en tiempos remotos vieron tomar el sol a preciosos cocodrilos.
Seguro que así fue y por ello amó mi beso de cocodrilo, de frente y con nuestras miradas entrelazadas en lágrimas tibias de ternura.

miércoles, 13 de agosto de 2014

Cinco años y algo más de muerte.

 
Hace unos días que se cumplieron cinco años de la muerte de Mamá.
En el primer mes del mismo año falleció mi compañera porque las mujeres que de mí cuidaron empezaban una nueva vida o deseaban que fuese yo el que una nueva vida huérfana iniciase.
¿Deseaban lágrimas de piedra en mis ojos o corazón de granito en mi pecho? ¿O que mis amores fueran para otras personas?

Hace unos días que Mamá me decía, cuado yo perdía la vista en las montañas, que mi alma es la del niño que necesita a su mamita.
Y lo decía porque sabía que yo hablaba con las nubes que peinaban la Sierra del Cadí, desde el verde del prado del jardín de Enveitg junto a la huerta de mi casa ceretana.
Me decía que al final me enseñó a llorar como ella, en silencio, en secreto, y se reía discretamente y siempre escondiendo su boca con los deditos de la palma de la mano y con sus ojitos de lágrimas de chinita pequeñita.

Yo le decía muy bajito que me gustaría explicarle en un soplo en su oído tantas y tantas cosas que se me atolondran en la cabeza.
Le explicaría cada una de las arrugas que asoman en mi rostro como las naranjas bordes que son las amargas de la confitura que preparo los primeros meses del año porque coinciden con los de mi amargura.

Meses después de su partida surgió el cobijo allí donde pude entregar y amar pero ese cuerpo y ese alma ni rozar se dejó, roces de cariño y de cercanía que no de proximidad de ansias de permanencia ni de mayor presencia. Parecía que la caricia en arañazo agresivo se convertía. La humedad y el agua de sal de la mar que ama se volvió rasguño doloroso y áspero en la palma de mi mano que no aspiraba más que a mitigar dolores de silencio que las entrañas encarcelan y aprisionan sin permitir el fresco del viento y la brisa compartida.

Descubrí que la mujer de la humedad es huraña y huidiza de mi piel, que no de otras pero en su elección está su derecho, pero apareció la de secano de tierra de cicatriz de agua de río que se amansa en su cuerpo de pantano.

En la de las humedades quise bañar y sumergir mi cuerpo y la de secano trajo consigo la pasión que no es más que el deseo de la calcinación aunque la alivie el meandro de agua fresca y clara que desciende desde la razón y alcanza hasta el corazón.
Le enseñé al atardecer como besan de frente los cocodrilos y su labio tembló al recoger la flor roja del rubí de ese beso, y al caer el sol y asomar la luna le mostré el beso ruso, ese que como las muñecas de su país se esconden uno en el interior del otro y el escalofrío hizo suyo su cuerpo entero.
Al alba le pedí que mientras nos amábamos me mirase los ojos como yo miraba los suyos porque el alma que habla con los ojos también puede besar con la mirada y porque un mirón se convierte en alguien mirando cuando el otro le devuelve la mirada.
No dormimos ni descansamos en toda la larga noche de duermevela y caricias y besos y labios y humedades porque atendíamos el curso de los meandros del agua fresca y la claridad de las transparencias que habitaban nuestros ojos que se contemplaban en esos largos sueños que gozan los cuerpos despiertos y que reposan juntos mientras el dormir hace el amor con ellos.

El despertar a la luz del sol fue el placer de los cuerpos desnudos que se han conocido y amado y se sientan en el resquicio del lecho mientras las miradas cómplices y furtivas arrancan sonrisas y repiten caricias y carantoñas de amorosa fatiga.
El placer de la fusión de los cuerpos alumbra inocencias perdidas y enciende retinas que desechan miradas torvas de resquemores adquiridos, de mundos pegajosos de envidias cultivadas por supervivencias ancestrales.

Se sucedieron las semanas y algunos encuentros que supieron mantener y alimentar pasiones de tacto húmedo y miradas inescrutables para el profano, y la dicha alumbró el firmamento de tal manera que una estrella de una constelación decidió adoptar el nombre del ángel de secano surcado por el agua nítida y cristalina de las cimas blancas que al cielo aspiran.

Los cuerpos se fundían y se conquistaban.
Las almas se amaban y las humedades de las lenguas se enroscaban.
Las manos jugaban con los tactos sensibles de las intimidades compartidas.
Las miradas destilaban rocío de las profundidades de las cavidades que las albergan.
Los corazones brotaban sangre y los cerebros radiaban ondas de luz del amor enredado en madeja de armonía multicolor.
Pero un cuerpo no resistió.
Y enfermó.
Dicen que tratado no presenta mayores problemas.
Todo lo que precede a la muerte se trata, hasta que el tratamiento finaliza.
No estoy ahora pensando en muerte física, estoy pensando en la aparición del desengaño, en la presencia de la precaución, en el ser desestabilizado que requiere del cuidado, en la atención sin desmayo ante signos antes inadvertidos por inapreciables, en las libertades cercenadas, y sobre todo, en el desencanto que la fortaleza de uno provoca en el otro, en esa angustia que es mala compañera, en esa mirada avizora latente en la pupila del que vigila, en ese corazón que se aprieta como un puño y en ese estómago que se encoge como regado con el jugo del limón.
No todo ser está preparado para ello.
¿Lo estará esa estrella de la constelación de Pegasus que decidió ser conocida como MarMarNegro?

Mi Mamá me dice, bajito, en un susurro casi imperceptible junto a mi oído, que en una nube de algodón muy suave y liviano se acercará para unos mimos regalarle a la mujer de secano y meandros de agua fresca que alivian y atemperan el fuego de mi alma enamorada.

Ven pronto, Mamá, y si puedes venir acompañada de Susan, ella, mientras tú prodigas tus mimos con la porcelana de la piel de la palma de tus manos, le podrá explicar a la de las tierras del interior de qué pie cojeo, y mi dicha será enorme y mi sonrisa alcanzará todas las constelaciones y todas las estrellas de las galaxias que nos albergan.
Yo prometo contemplaros sin derramar más que alguna minúscula lágrima de alegría.