Bajaba a este Tanatorio de Les Corts desde mi pueblo de
Sarriá, que no es un pueblo porque es un barrio pero huele como un pueblo, y
pensaba que unas palabras debía dedicarle a mi querida Tía Rosa, que falleció
en la mañana del lunes quince de diciembre de dos mil catorce.
Pensé que las palabras que pronunciaría ante los asistentes
a su sepelio eran las que corresponden al mayor de sus sobrinos, ya que soy el
mayor de ellos por la parte
Vilanova de mis apellidos, y también pensé que tal vez no era así, que debía
hablar en mi calidad del mayor de los hijos que Tía Rosa no tuvo porque a todos
sus sobrinos nos consideró como sus hijos.
Sin llegar a solucionar esa incógnita llegué al Tanatorio y
decidí que la duda persistiese porque no era eso ni lo más importante ni lo que
me movía a hablar en el funeral de mi Tía.
Decidí tirar de recuerdos, unos pocos, porque en los
funerales el tiempo apremia, y así los desglosé.
El carácter de los hombres, dicen, y creo que así es, se
forja en sus ambiciones.
En las que se plantean y persiguen para consolidar sus
existencias.
Y recordé que una de mis primeras ambiciones, ¿o era la
primera que me venía a la cabeza?, y si me venía es porque su presencia en mi
cabeza se enquistó algún día, que la primera ambición de mi vida que yo
recuerdo fue ser tan alto como la Tía Rosa.
Obvio comentar que Tía Rosa era bajita, muy bajita, como mi
Madre y toda la saga Vilanova, vaya, que no levantaba del suelo mucho más allá
del metro y medio, pero claro, yo con poquitos añitos era aún más bajito.
Y esa fue mi primera ambición: ser tan o más alto que la Tía
Rosa.
Y lo conseguí!!!
No me esforcé en exceso, como queda palpablemente en
evidencia, sólo hace falta verme, pero lo logré!!!
Superé a la Tía Rosa en cuanto alcancé cierta edad.
Primer objetivo, primera ambición de mi vida superada.
El segundo recuerdo que brotó en mi mente con fuerza fueron
las Comidas del día de Navidad en casa de mis abuelos maternos, la Abuela Tina
y el Abuelo Mariano, que era la casa de Tía Rosa.
Allí siempre tuve la percepción de que aparecía la segunda
personalidad de Tía Rosa, o tal vez, la primera: ese día, mi querida Tía Rosa
era la Capitana General.
Daba instrucciones a diestro y siniestro, tales como
siéntate aquí, no aquí no que se sentará Alberto, en ese tampoco que es lugar
para Pía, y ese está reservado para Ángela y ese para Emilio, corre la silla un
poquillo para allá que así estaréis todos mas cómodos, ahora sirven la sopa con
galets, dime si está caliente caliente porque sino la hago calentar de nuevo,
¿estás cómodo?, no dudes en indicarme si precisas algo, la pava está riquísima,
no tardes en hincarle el diente que se enfría, ¿el cava está helado?, venga, te
ha tocado, tú será el primero en subirte de pie en la silla y recitar tu
villancico,….
Era la Capitana General dando instrucciones sin parar, pero
siempre con un único objetivo: que todos gozásemos de las Navidades, de la
Fiesta, del encuentro familiar, que todo estuviese a gusto de cada uno de
nosotros, los miembros de su familia, y en espacial, des sus sobrinos, de sus
hijos, y en particular de su Paquito, su sobrino hijo mayor.
Vilassar de Mar. Cómo recuerdo aquellas maravillosas tardes
de verano y la merienda que Tía Rosa nos preparaba en el jardín de la Casa de
los Abuelos, que era su casa. Aquel jardín seccionado o separado de la Casa de
Pueblo por una calle que obligaba a que Tía Rosa tuviese cuatro ojos, porque
sus sobrinos la cruzábamos en dirección a la Casa y viceversa sin cuidado
alguno y con riesgo de que se nos llevase por delante cualquier vehículo que
circulase por la calle.
Al fondo del jardín, pegado a la Carretera Nacional, un
trocito de huerto que cultivaba Tía Rosa en sus tiempos, y al fondo de la Casa
un patio abierto al cielo con flores y plantas casi al estilo andaluz, y una
fuente que dejaba oír el rumor del agua cayendo ininterrumpidamente en una
especie de fregadero donde ¿había peces de colores o sólo algún nenúfar
huérfano de otras compañías?.
Qué maravillosos recuerdos!!!
Una sombra fugaz, una bruma espesa pasa por mi mente cuando
recuerdo un novio pertinaz que aparecía por el piso de la Calle Mallorca y que
no hizo más que ganarse calabazas de la Tía Rosa. ¿Existió o es fruto de mi
invención calenturienta?
Si existió, nada logró, porque no quebró la vocación de
soltería de mi querida Tía Rosa.
Es muy posible, o así me gusta pensarlo, que los causantes
de esa vocación y ese rechazo a ese brumoso pretendiente fuésemos nosotros, sus
sobrinos, entonces ya muchos, Paco, Pía, Ángela, José, Alberto, Lourdes,
Emilio, Jorge, Felipe, Otilia, Mireia, Ana, Isabel,… porque Tía Rosa había
decidido que a nosotros nos iba a dedicar su vida.
¡Y que habría sido de mi madre y de Tía Otilia, me permito
esta licencia, sin Tía Rosa!
La docilidad de mi Madre y la energía de Tía Otilia tal vez
hubiese sido modificada sino hubiesen contado con la ayuda inestimable,
permanente, desinteresada, contumaz y constante de la Tía Rosa. Siempre
dispuesta para echar una mano, o las dos, para dar de comer a los sobrinos, de
cenar, para dormirlos, para explicarles un cuento, para echar una ayuda en la
cocina, para colaborar con Lucía, con la Seño Pilar, con Amparo, con lo que
fuese con tal de ayudar y amar a sus sobrinos.
¡Cuánta ayuda recibieron mi Madre y mi Tía Otilia!
Y en menor medida Tía Ángela, pero también, porque el Nene,
su marido y hermano de Tía Rosa, ya la surtía de servicio suficiente para la
ayuda en las labores domésticas, y aún así, allí estaba Tía Rosa, para lo que
hiciese falta, para lo que se la reclamase.
Recuerdo que, cuando yo era un enano, Tía Rosa solía sacarme
de paseo y me cogía de la mano. Me llevaba al Paseo de Gracia, al cine PUBLI a
ver a Popeye el Marino o las películas de Tom y Jerry, o a tomar un chocolate
suizo a las Granjas de la esquina del Paseo con la Calle Mallorca, inexistentes
hoy en día porque un Banco allí se instaló y le sucedió otro Banco y luego otro
y así sucesivamente.
Recuerdo con nostalgia contenida que yo detectaba algo en su
pasear conmigo cogidos de la mano. Y lo que yo notaba era orgullo, orgullo de
Tía con su sobrino mayor, orgullo de madre en el fondo.
Ese orgullo lo reviví con los años, cuando ya mayor y casado
recogía en ocasiones a la Tía Roa en su casa para repetir el paseo de mi
infancia con ella, pero ahora colgada de mi brazo, y yo sentía ese orgullo
protector que a veces tenemos los hombres: mi Tía paseaba conmigo cogida de mi
brazo. ¡Qué enorme satisfacción!
Ahora pienso que desgraciadamente y no hace mucho tiempo
escribí que en ocasiones, en demasiadas ocasiones, me embarga un sentimiento de
angustia, de soledad y de orfandad inmenso.
Escribí que las mujeres de mi vida me abandonan.
Así sucedió en enero de 2009 cuando falleció mi amada Susan,
mi mujer, mi compañera, y en agosto del mismo año cuando murió mi Madre.
Aciago año.
Y ahora me abandona otra de las mujeres de mi vida: mi
queridísima Tía Rosa.
¡ Que orfandad me asola y me inunda !
Sólo me consuela saber que en los atardeceres, cuando veo
como Susan pinta el cielo del rojo de su cabellera y del verde de sus ojos,
cuando lo contemplo desde mi casa de la Cerdanya, en la montaña, podré hablar,
enviar y recibir besos de tres mujeres de mi vida: Susan, Mamá y Tía Rosa.
La noche del domingo catorce de diciembre mis hermanas me
avisaron de que tu corazón empezaba a partir, Tía Rosa.
Esa noche, nuestro pueblo catalán ofrecía de nuevo al mundo
un ejemplo de solidaridad impresionante a través de la Marató de TV3. Las
gentes de Catalunya regalaban su dinero para que nuestra sociedad pueda seguir
investigando sonre las enfermedades del corazón, y se hizo universal el gesto
que recogía todos los sentimientos solidarios: dos palmadas en el corazón, toc
toc, toc toc, a modo de visualización de la actividad del corazón.
Tía Rosa, en estos momentos y por siempre jamás, quiero que
sepas que mi corazón, toc toc, toc, toc, y el de todos los presentes en tu
despedida, está contigo, toc toc, toc toc.
Descansa en paz, queridísima Tía Rosa.