Soledad es nombre de mujer.
Soledad es también lo que algunas mujeres dejan como estela,
como rastro de su paso por otras vidas.
Soledad es lo que se ha instalado en mi estómago hace dos
días.
Soledad es la falta de aire en mi pecho oprimido.
Soledad es la ansiedad que me domina.
Hace un tiempo escribí que la vida me giró la cara, y no una
vez si no tres veces, pues recibí el tremendo bofetón de la desaparición de mi
amada compañera tras una agonía de cuarenta días y cuarenta noches de la dureza
y la frialdad del diamante y, posteriormente, la muerte física de mi divina
madre.
También la fortuna dejó de sonreírme, ya que con la crisis
me abandonó la publicidad que era el trabajo de mi vida.
Y con mi compañera y los dos hijos que me regaló, con mi
madre y con mi Agencia de Publicidad yo hacía creatividad, hacía de estratega,
controlaba la logística, los tempos, la música y sus danzas y sus danzarines, y
eso era mi disfrute de la vida y mi enredar con alegría por la vida de mis
amigos y amigas, de mis conocidos, de mis compañeros de trabajo y de los
parroquianos de los bares de los lugares que frecuentaba y que empezaron, tras
muchos años, a llamarme como lo hacían mis abuelas, Paquito.
Y a mí me gustaba. Me gusta.
Después escribí que tal vez fui yo el que le giré la cara a la vida, porque me hundí, me desmonté, me eclipsé y me desmoroné.
Tuve la suerte de que aparecieron mis hermanas y mi hermano
y esos amigos a los que adoro y que siempre que los necesito están ahí, como un
ejército bien pertrechado para socorrerme a mí, a ese que está como una moto,
como una cabra, como una chota o como dos, pero que contagia vida y alegría,
que hace reír y que si debe acompañar en los momentos de necesidad también
aparece como quien no sabe de qué va la cosa.
Y surgieron otros, unos viejos compadres conocidos pero algo
olvidados por mi hiperactividad o por mi miopía ante la amistad para con los
que la merecen, y otros totalmente nuevos. Y todos ellos se dijeron que me
sacarían del pozo, y me velaron y me acompañaron y recogieron mi llanto y
curaron mis heridas, y yo me salí, con lentitud exasperante, sí, pero me salí.
Poco a poco una mujer que me ofreció (que me ofrece cada
día) su cobijo me convenció para que volviese a mirar la vida con alegría, que
le hiciese caricias y carantoñas a las nubes, que les buscase esas formas que
sólo Susan sabía encontrar, que me fuese al mar y al río pero no a ahogar mis
penas sino a gozar de la naturaleza, del agua, del sol, del viento, de la fina
arena en la que también cosas muy bonitas se pueden escribir.
Y poco a poco fui entendiendo que la soledad que me asoló
con la muerte de mi compañera era porque lo que aquí tenía que ofrecer ya
estaba hecho y ahora debe dedicar todas sus virtudes a otras cosas, cosas algo
ininteligibles para los que aquí permanecemos.
Y sí, recuperé ciertas armonías, las ganas de hacer de
nuevo, de crear, y escribí cuentos, y los narré en Bibliotecas y en Escuelas
Infantiles, y vomité mis sentimientos en mis escritos, y apareció “El Slogan de
la Semana", y después “La Píldora de la Luna de los Lunes. Cavilaciones,
reflexiones e introspecciones”, y por en medio “La Crónica de El Grito de la
Lechuza”, y cuentos como “El Mago Pamplinas”, y como que una mujer me dijo que
le maravillaba mi creatividad y que deseaba conocerme y así lo hicimos y encima
yo me enamoré, también escribí “Una ranita muy bonita y un sapo que no era
guapo”, para dedicárselo a ella, que finalmente había rescatado todas mis
sensaciones.
Y decidí abandonar mi casa de Barcelona para instalarme en
la montaña, en la Cerdanya que pertenece a la Catalunya Nord, y visitar a mis
hijos allí donde viven, y a esa ranita que es princesa y que vive en el Norte,
y arreglar la casa para instalar mi biblioteca, y tener las habitaciones
siempre preparadas para cuando quien sea desee instalarse unos días conmigo, y
dejar mensajes en el vaho del espejo para la ribereña que me cautiva, y hacer
mermeladas para obsequiar a todos los que me regalan algunos de sus días con su
presencia en mi casa, y arreglar el jardín con flores rojas para contrastar con
el verde del césped y desparramar
alegría, y decorar los floreros de las estancias de la casa con rosas amarillas
que son las preferidas de la niña divina que un día apareció en la pantalla de
mi Mac y que yo buscaba cada madrugada al saltar de la cama porque anhelaba
allá encontrarla, y a las once y media de cada día me pegaba al móvil porque
sabía que desde el tiempo de recreo de su Instituto ella me dirigiría breves palabras de
miel, y yo me atolondraba en mi respuesta porque conocía que ella en el recreo
debe vigilar a muchachos y atenta debe de estar. Y por las noches, contemplaba
el paso del tiempo en mi reloj porque yo sabía que V se iría a la cama y a su
madre le permitiría charlar conmigo y a mí mimarla con voz de caramelo y
desearle un feliz descanso pese a las cosquillas de sus piernas y de sus pies.
Y en papeles y más papeles planes hacía para estas próximas semanas de sol y
calor: playa, montaña, río, cultura en la ciudad somnolienta de estío, rutas
gastronómicas sin aglomeraciones, y besos, muchos besos y caricias y muchos
roces de mi piel ya ajada con la suya de porcelana, y al atardecer acurrucarme
contra ella en la postura de la cuchara, y respirares agitados primero y lentos
y profundos después, hasta llegar al alba cuando yo volvería a despertarla
manchándola de besos, devorándola con te quieros, peinándola con las caricias
de las palmas de mis manos.
Pero la vida está empeñada en seguir girándome la cara, en
dar continuidad a los bofetones que me propina.
No parece que mis planes puedan realizarse.
Un día apareció por una pantalla plana y fruto de una
confusión, y otro día desapareció con una voz edulcorada que en mi móvil
repetía a mi oído enfermo lo siento, lo siento, lo siento,…
A veces pienso que la vida se reduce a los que vuelan y a
los que sucumben.
Antes tenía muy claro a qué grupo pertenecía, y ahora tengo
muchas y fundadas dudas, incluso a veces un sentimiento claro de que
pertenezco, y cada día más, a los que se estrellan.
Soledad es nombre de mujer.
Mi soledad es contemplar y amar los rastros de las mujeres
que lo han sido de mi vida.