sábado, 27 de agosto de 2016

Relámpago mental desmantelado (L) y/o el silencio del discernimiento.

 
Ayer me senté de nuevo en mi terraza favorita de Llívia.
Normalmente voy cada día a hacer la birra, pero acostumbro a sentarme en la pequeña barra que hay en el interior, porque me siento más cómodo ya que no hace tanto calor y no sopla el viento que me dificulta la lectura de la prensa, aunque últimamente he visitado la terraza más de lo acostumbrado acompañado por una amiga, María Valor.

Hoy, yo solo aposté por la terraza, tal vez porque no llevaba ni diarios ni libro alguno, y me apetecía contemplar ya casi los estertores de los últimos veraneantes que molestan la Cerdanya, aunque los de la hostelería hacen, y nunca mejor dicho, su agosto.

Y de repente, pensando en los temas que rondaban mi cabeza, caí en la cuenta de que debo seguir con mi lento aprendizaje del silencio, concretamente de cuándo debo guardar silencio, porque hay situaciones que requieren de la contención.
Pero en demasiadas ocasiones mi espíritu indomable me traiciona, y aún no queriendo hablar ni pronunciarme, hablo y me pronuncio.
¡ Cuánto me cuesta silenciarme !
Debo proseguir con mi aprendizaje.
Guardar silencio en algunas situaciones es signo de sabiduría, tanto en las ocasiones en que el contrario no merece réplica como cuando el opositor es incapaz de entender razonamientos lógicos y sencillos.
Pero es bien cierto que no todo el mundo goza de la capacidad del discernimiento que creí aprender de los jesuitas, y creo que otros muchos alumnos que por esa escuela de vida pasaron tampoco supieron asimilar ese concepto en toda su dimensión.

Sólo saben utilizarlo algunos privilegiados, y tal vez yo no me encuentre entre ellos.
Pero seguiré intentándolo, seguiré aprendiendo.

Una inoportuna mosca con aires kafkianos me despertó de mi ensimismamiento y decidí consumir mi cerveza tibia y pedir otra fresquita antes de regresar a mi Casa Alma de Enveitg.

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