miércoles, 3 de mayo de 2017

Quiero ser escogido por una pareja de golondrinas.

 
Ahora que ya empezó el mes de mayo, “florido mayo” lo tituló el escritor andaluz ya fallecido Alfonso Grosso, quiero quedarme muy muy quieto para ver si una pareja de golondrinas me escogen y anidan bajo el techo de mi casa ceretana, porque así podré disfrutar de los círculos que las jóvenes crías de golondrina dibujarán en el cielo de mi jardín, sobre las fresas y las cebollas, sobre el perejil y el romero, sobre los ajos y los pepinos, sobre los claveles de moro y las begonias de hoja de color verde alga y pétalos escarlata, sobre el césped húmedo de rocío que descansa y relaja mis pies descalzos.

Me emociona ver volar las golondrinas en su vuelo de bólido de bala, vuelo rasante y zigzagueante del inicio de la lluvia de mosquitos que precede al aguacero de lluvia fina y cristalina de agua de la primavera.
Se me inundan mis ojos de colores translúcidos y brillos de emoción cuando las golondrinas en sus quiebros y requiebros de vuelo alto ahora y raso después muestran su cuerpo del color del ajedrez y su inteligencia de ajedrecista profesional.
Me asombra su vuelo silencioso como me asombra en invierno el sigilo de la caída de la nieve, me impresiono al contemplar su seca y perfecta frenada al acceder a su nido en construcción por su pico arquitecto inundado de baba pegajosa y pajitas silvestres y hierbas muertas que darán el calor de la vida a sus crías.
Me fascina pensar que es muy muy posible que, si yo y el techo de mi casa de pueblo somos escogidos por una de las parejas de golondrinas que sobrevuelan mi jardín, el año que viene las mismas aves nos visitarán de nuevo para sellar para siempre nuestra amistad.

Permanezco quieto, muy quieto, no hago ruido, casi ni pestañeo, porque el vuelo alegre de una golondrina aletea libre en mi pecho mientras yo aprieto mi cerebro y mi pensamiento para que se cumpla mi deseo.

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