viernes, 11 de abril de 2014

Un cuento de aspiradores o aspiraciones, vaya usted a saber.


(Dedicado a todos aquellos que aspiran en la vida, y en especial a una amiga que siempre mantiene viva su lucha por aspirar).

Hace no mucho tiempo un aspirador dejó de aspirar y nunca mi amiga supo exactamente si era por falta de aspiraciones a causa de unos momentos en los que cayó en un pequeño desfallecimiento, lógico por otra parte ante esta situación caótica que nos toca vivir, o si simplemente dejó de aspirar en condiciones honorables porque una pieza de su motor empezó a renquear o a mostrar signos de fatiga.

Mi amiga decidió consultar conmigo el asunto, no porque yo sea experto en ello, porque puedo asegurar que no soy docto ni en aspiradores ni en aspiraciones y menos aún en depresiones y similares, si no simplemente porque para eso estamos los amigos, para explicarnos y comentar nuestras cosas.

A mí me hizo ilusión que me lo comentara, porque eso demuestra una cercanía entre nosotros que abona la amistad.

La solución que hallamos para que la casa de mi amiga no sufriese la invasión del polvo y otros elementos molestos para nuestra vida casera se basó en la modernidad de nuestra era, pues utilizamos los puntos que ofrecen las entidades financieras por la utilización de sus productos para escoger de su catálogo de regalos un aspirador sin decaimientos ni flaquezas y que por tanto realizase la función de aspirar, aunque al ser un obsequio gratuito era fácil intuir que sería un buen aspirador pero no de muchas aspiraciones.

Y funcionó, y de forma bastante correcta, hasta que la depresión hizo mella en él hasta tal punto que decidió no aspirar ya por nunca jamás.

¿Y ahora qué, me dijo y se dijo mi amiga? Porque el polvo y los otros elementos molestos seguían al acecho.
Pues no quedó más remedio que adquirir un  nuevo aspirador con aspiraciones más altas que el del catálogo de la entidad financiera.
¡Y qué maravilla!
Resultó ser un aspirador que a lo mejor y a todo aspiraba, aspiraba conseguir todo lo que se le ponía por delante, aspiraba sin desfallecer… hasta que de nuevo empezó a no encontrarle excesivo sentido a eso de aspirar a tantas cosas, empezó a no aspirar en demasía, siguió por aspirar poco y prosiguió por amodorrarse y sestear como los que sufren estados depresivos y no aspiran a nada, y no quedó más remedio que trasportarlo allá donde fue adquirido para ser sometido a una revisión como las que te hacen en una clínica cuando sufres una enfermedad que no sabes identificar.
Como es natural nos dijeron que no sabían el tiempo exacto de revisión que precisarían para reparar el aspirador que se negaba a aspirar.

¿Y, ahora, qué?
Porque como es fácil suponer los elementos indeseables del hogar siempre están en actitud vigilante para hacerse un hueco en cualquier domicilio y el de mi amiga ya ha quedado dicho que no es excepción.

Pues como más cosas en la vida de las que creemos la solución era fácil.
Le presté a mi amiga mi aspirador, que como siempre está encerrado en un armario menos los miércoles por la mañana que es cuando lo libera de su encierro mi interina, sale de allí con una fuerza descomunal para demostrar que todas sus aspiraciones están intactas y para disipar cualquier atisbo de duda aspira como un loco paranoico.

Yo se que mi amiga tiene ahora un problema menos y eso me alegra y se que me lo devolverá para cuando regrese la interina, y confío que con sus aspiraciones intactas.

Esta noche no soñé en ningún momento que era la cucaracha en que se convertía Gregor Samsa, ni tampoco obsesionó mi sueño el dinosaurio de Monterroso que cada vez que se despertaba estaba ahí, porque soñé, algo confusamente, que era un aspirador y tenía que levantarme con los labios en forma de o pegaditos al suelo para aspirar y en otros instantes del sueño que era una mota de polvo para ser aspirada.

Creo que en mi sueño finalmente decidí ser una mota de polvo, para ser aspirado, porque quiero a mi amiga.

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