Chirrió la puerta de la habitación y luego calló con un
quejido silencioso y lastimero.
Un fantasma levantó un rumor de sábanas blancas y roídas de
antigüedad y el polvo de ceniza se esparció a su antojo y sonrojo por una
libertad no conquistada ni legitimada.
El ambiente de la estancia se heló y después se congeló.
Mientras, yo, echado en mi cama, sentí un sudor frío en mi
pecho e inmediatamente después un calor húmedo entre mis piernas.
El goteo de mi orina hirió los listones de madera vieja y de
barniz escaso de mi habitación, que se manifestaron con levísimos quejidos de
humedad que molestaban su sequedad.
Un gorrión perdido y desheredado trinó triste al amanecer, y
un gallo cantó cocoricó al caer de la lluvia mientras otro le respondía desde
la ladera contraria con un kikirikí.
Un macho de gato prostituyó el amor de su gata y ella maulló
su desamor y su dolor.
Todo enmudeció con la quietud de un sol que apareció y envió
pìnceles de colores con una fina lluvia que quería pintar los campos de
esperanza y color.
Como en muchas ocasiones desde que partió, el manso y
tranquilo verde y el agitado y revoltoso rojo nublaron de nuevo mi vista y las
cuencas cansadas de mis ojos se hartaron de la plenitud de la soledad.
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