lunes, 4 de junio de 2018

Sinfonía nocturna.



Chirrió la puerta de la habitación y luego calló con un quejido silencioso y lastimero.
Un fantasma levantó un rumor de sábanas blancas y roídas de antigüedad y el polvo de ceniza se esparció a su antojo y sonrojo por una libertad no conquistada ni legitimada.
El ambiente de la estancia se heló y después se congeló.

Mientras, yo, echado en mi cama, sentí un sudor frío en mi pecho e inmediatamente después un calor húmedo entre mis piernas.
El goteo de mi orina hirió los listones de madera vieja y de barniz escaso de mi habitación, que se manifestaron con levísimos quejidos de humedad que molestaban su sequedad.

Un gorrión perdido y desheredado trinó triste al amanecer, y un gallo cantó cocoricó al caer de la lluvia mientras otro le respondía desde la ladera contraria con un kikirikí.
Un macho de gato prostituyó el amor de su gata y ella maulló su desamor y su dolor.

Todo enmudeció con la quietud de un sol que apareció y envió pìnceles de colores con una fina lluvia que quería pintar los campos de esperanza y color.
Como en muchas ocasiones desde que partió, el manso y tranquilo verde y el agitado y revoltoso rojo nublaron de nuevo mi vista y las cuencas cansadas de mis ojos se hartaron de la plenitud de la soledad.

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