En un momento de la noche cerrada,
cuando los sentidos confunden el atardecer y el amanecer
y el cuerpo que los cobija desconoce si finaliza la fatiga y el desfallecimiento
o despierta la plenitud física y el
fortalecimiento,
te decía en silencio, ribereña,
que nunca olvidaré tu piel de porcelana,
ni tampoco la falsedad de tus palabras agazapadas en las
cuencas negras de tus ojos
y escondidas en las cenizas negras de tu corazón quemado.
Me he despertado con la boca muy seca de costra de baba
acumulada en mis labios
y un enorme desorden de arena en mi alma escasamente serena.
Y en ese preciso momento he recordado aquella canción que
grita en un susurro caliente
que si alguien te engaña y te dice te quiero echa
leña al fuego y empieza de nuevo.
No hay comentarios:
Publicar un comentario