lunes, 23 de octubre de 2017

Greguerías de un inconformista (XXV).

 
Había una vez un avestruz que se olvidó de volar y decidió, mientras contagiaba su fobia aérea a sus semejantes, dedicar todos sus esfuerzos a la noble tarea de conseguir que su estirpe fuese tan famosa como la de sus parientes lejanas las cigüeñas que traen a los niños de París, y así se labraron un lugar en la historia y pasaron a la posterioridad.

Y fue entonces cuando se puso a pensar qué podía hacer.

Y mientras pensaba y se atribulaba por la falta de ideas que surgían en su minúscula cabeza se deprimió y hundió la cabecita que acogía su cerebrito en la tierra, y al sacarla al rato para respirar cayó en la cuenta de que allí permanecía el agujerito redondo y que por tanto acababa de inventar el juego del golf.
Se alegró tanto que salió corriendo a grandes zancadas para comunicar su invento a todos los avestruces de Africa y del mundo entero, y mientras así lo hacía iba construyendo agujeritos redonditos con su pequeña cabeza que se iban llenando de grupos de humanos que con un palito intentaban meter una bolita en sus agujeritos.
Eso era señal inequívoca de que su invento era un gran acierto, porque incluso llegó a ver equipos de televisión y locutores de radio con micrófonos en sus manos siguiendo a aquellos humanos que con su palito daban golpes a las pelotitas para meterlas en los agujeros que con su cabeza había fabricado, y cuando lo lograban se abrazaban y se besaban y parecían todos muy dichosos.

Pero la historia no siempre es justa, a veces incluso es injusta, y al avestruz nunca le fue atribuido el invento y es por eso que todos los avestruces siguen hoy en día haciendo agujeros redondos con la cabeza en la tierra, y algunos desalmados dicen de ellos y ellas que lo hacen para esconderse y así no enfrentarse a la realidad, cuando lo que hacen es persistir en la reclamación de la autoría de su invento, invento que les permitiría pasar a la posterioridad.

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