domingo, 24 de agosto de 2014

¡ Buenos días ¡


Tengo por costumbre enviar un e-mail cada mañana dando los buenos días a mujeres a las que quiero, admiro e incluso a alguna de ellas deseo.

Los que me conocen bien  saben que una de mis pasiones es jugar.
Y esta mañana de domingo descaniculado he jugado a no enviar mis buenos deseos diarios, para comprobar reacciones si es que éstas aparecían.

Decidí no dar los Buenos Días a ninguna de esas  casi docena  de mujeres que aprecio y amo y a las que cada día deseo buenaventuranzas que surgen de la profundidad de mi corazón.

Tenía interés en ver que sucedía. ¿Y que sucedió? Nada. Nada de nada.

Ninguna de las mujeres de mi alma respiró ni contactó conmigo añorando mis salutaciones matinales.

Nadie, ninguna,  hizo nada. Ni un solo gesto.

Concluyo en mis oscuros pensamientos que les importa un pepino mis deseos de jornadas felices y con bienestar para ellas y lo suyos.

Por tanto, la lógica me dice que abandone esta práctica diaria que a mí me requiere un cierto esfuerzo, aunque sea exclusivamente de memoria, y cuya valoración es nula.

Pensaba equivocadamente que algunas de ellas, todas no, por dios, esperaban mi mensaje con alguna ilusión por los buenos deseos que para ellas reclamo cada día.
Parece que no. Que no es así.

Hasta puede que alguna piense que ya estoy, como cada mañana, dando la lata con mis mensajitos de las narices.
Hasta a la que más que quiero levantar el ánimo con mis mensajes matinales, y qus es la que más necesito, de alguna manera me dice con su no respuesta que no existo.

Esta tarde me he ido a la Iglesia de Sarriá, me he sentado y simplemente allí he estado un rato, largo, largo, muy largo para mi impaciencia natural,  porque necesitaba oír el silencio que allí se respira y oler el incienso que allí se quema.

No sé si me ha serenado o me ha sublevado, pero allí he estado sentadito.

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