jueves, 21 de agosto de 2014

Contradicción.

 
Hace dos días me fui a eso de las 19 h. a tomarme una cerveza en el Bar TREZE, junto a mi casa en Sarriá. Me acompañé de la prensa del día y de una novela que estoy actualmente leyendo con mucha lentitud porque su lectura requiere de alta concentración.

Me senté en una mesa vacía, porque lo estaban todas. Sólo estaba presente el camarero moreno de la República Dominicana, Carlos. Se lo pregunté y por eso lo sé.

A los pocos minutos se me acercó una bella mujer de calculo unos cincuenta años y me preguntó si podía compartir mesa y conversación conmigo ya que en el Bar no había nadie. Educadamente le dije que sí, aunque mi intención era leer, pero nunca está de más dialogar con una guapa mujer.
A los pocos minutos me preguntaba que a qué dedicaba mi vida profesional y le dije que a nada en la actualidad. Con cara de sorpresa me preguntó si disponía de suficiente dinero como para permitirme no trabajar ni preocuparme en exceso por el tema económico. Le dije que no, que no disponía de mucho dinero, más bien lo justo para ir tirando.
Antes de que casi me enterase, de forma muy cortés y amable, se despidió de mi y se largó, no sin antes arrancarme un no pagues, yo me ocupo de atender el pago de las consumiciones.

Al día siguiente y aproximadamente a la misma hora del día anterior volví al Bar TREZE con la prensa del día, la misma novela y el deseo de consumir una cerveza idéntica a la del otro día, cerveza de grifo fresca y bien tirada. Y disfrutar de la lectura y la soledad que no me estuvo permitida veinticuatro horas antes.
No habían pasado ni cinco minutos cuando se me acerca una hembra de aproximadamente cincuenta años (después supe que tenía exactamente esa edad) y me comenta que ya que no hay nadie en el Bar podíamos compartir consumición y conversación.
No era una maravilla, pero no era fea y escondía no sé muy bien dónde una belleza especial y algo secreta.
Yo quería leer, pero mi educación esmerada, la que me ofrecieron mis padres en Colegios y Universidades privadas y con sus excelentes enseñanzas, me impidió negarme a compartir lo que la mujer deseaba.
Al poco tiempo me pregunto qué a qué me dedicaba y respondí que a la publicidad, tanto como creativo en ocasiones como a la gestión en otras ya que solía ser el Director General de las Agencias americanas para las que trabajaba.
Me inquirió sobre si era un trabajo bien retribuido y le comenté que en su momento en exceso, o sea, que fue un trabajo excelentemente pagado si eras medianamente bueno, pero que ahora tocaban épocas verdes como en muchos sectores. Las maduras ya las viví y eso me permitió hacerme con un pequeño patrimonio que hoy me permite vivir con cierta solvencia, comenté lo más prudentemente de lo que soy capaz.

Me respondió que ella acaba de divorciarse, que sus dos hijos habían decidido quedarse con el padre, que llevaba dos años buscando trabajo y no encontraba nada, que se había alquilado un pisito de mierda que no sabía ni cómo pagar y que estaba hasta las narices de aguantar prepotentes como yo que vamos de sobrados por la vida porque nos la ganamos sin excesivo esfuerzo, porque ya me dirás lo difícil que es inventarse slogans para productos de mierda que no hacen más que engañar al consumidor y que había ofendido y molestado su sensibilidad.

Y se levantó así como desairada y se largó después de mirarme con cara de repugnancia y, eso sí, arrancarme un no pagues, ya me ocupo yo, estás invitada.



Hoy creo que volveré al TREZE, acompañado de la prensa y de la novela de difícil lectura que intento leer y no me lo permiten, y dudo en si ser descortés y negarme a compartir mesa con aquella que se ofrezca o hacerme el sordo, que es relativamente sencillo, ya que muchos sordos son mudos y cuando responden a preguntas que se les formulan dicen algo parecido a “Gjjjaciaaaa, juuuapaaaaa, perrrooo zzzzoy zzzo---ddddooo y noooo noooo meeeeeentero de nanana”.

Como mínimo podré leer y luego no tendré que pensar en que coño hice mal con esas mujeres bonitas que me abordan y luego me tiran por la borda.

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