Hace dos días me fui a eso de las 19 h. a tomarme una
cerveza en el Bar TREZE, junto a mi casa en Sarriá. Me acompañé de la prensa
del día y de una novela que estoy actualmente leyendo con mucha lentitud porque
su lectura requiere de alta concentración.
Me senté en una mesa vacía, porque lo estaban todas. Sólo
estaba presente el camarero moreno de la República Dominicana, Carlos. Se lo
pregunté y por eso lo sé.
A los pocos minutos se me acercó una bella mujer de calculo
unos cincuenta años y me preguntó si podía compartir mesa y conversación
conmigo ya que en el Bar no había nadie. Educadamente le dije que sí, aunque mi
intención era leer, pero nunca está de más dialogar con una guapa mujer.
A los pocos minutos me preguntaba que a qué dedicaba mi vida
profesional y le dije que a nada en la actualidad. Con cara de sorpresa me
preguntó si disponía de suficiente dinero como para permitirme no trabajar ni
preocuparme en exceso por el tema económico. Le dije que no, que no disponía de
mucho dinero, más bien lo justo para ir tirando.
Antes de que casi me enterase, de forma muy cortés y amable, se despidió de mi y se largó, no sin antes arrancarme un no pagues, yo me ocupo de atender el pago
de las consumiciones.
Al día siguiente y aproximadamente a la misma hora del día
anterior volví al Bar TREZE con la prensa del día, la misma
novela y el deseo de consumir una cerveza idéntica a la del otro día, cerveza
de grifo fresca y bien tirada. Y disfrutar de la lectura y la soledad que no
me estuvo permitida veinticuatro horas antes.
No habían pasado ni cinco minutos cuando se me acerca una
hembra de aproximadamente cincuenta años (después supe que tenía exactamente
esa edad) y me comenta que ya que no hay nadie en el Bar podíamos compartir
consumición y conversación.
No era una maravilla, pero no era fea y escondía no sé muy
bien dónde una belleza especial y algo secreta.
Yo quería leer, pero mi educación esmerada, la que me
ofrecieron mis padres en Colegios y Universidades privadas y con sus excelentes
enseñanzas, me impidió negarme a compartir lo que la mujer deseaba.
Al poco tiempo me pregunto qué a qué me dedicaba y respondí
que a la publicidad, tanto como creativo en ocasiones como a la gestión en
otras ya que solía ser el Director General de las Agencias americanas para las
que trabajaba.
Me inquirió sobre si era un trabajo bien retribuido y le
comenté que en su momento en exceso, o sea, que fue un trabajo excelentemente
pagado si eras medianamente bueno, pero que ahora tocaban épocas verdes como en
muchos sectores. Las maduras ya las viví y eso me permitió hacerme con un
pequeño patrimonio que hoy me permite vivir con cierta solvencia, comenté lo
más prudentemente de lo que soy capaz.
Me respondió que ella acaba de divorciarse, que sus dos
hijos habían decidido quedarse con el padre, que llevaba dos años buscando
trabajo y no encontraba nada, que se había alquilado un pisito de mierda que no
sabía ni cómo pagar y que estaba hasta las narices de aguantar prepotentes como
yo que vamos de sobrados por la vida porque nos la ganamos sin excesivo
esfuerzo, porque ya me dirás lo difícil que es inventarse slogans para
productos de mierda que no hacen más que engañar al consumidor y que había
ofendido y molestado su sensibilidad.
Y se levantó así como desairada y se largó después de
mirarme con cara de repugnancia y, eso sí, arrancarme un no pagues, ya me ocupo
yo, estás invitada.
Hoy creo que volveré al TREZE, acompañado de la prensa y de
la novela de difícil lectura que intento leer y no me lo permiten, y dudo en si
ser descortés y negarme a compartir mesa con aquella que se ofrezca o hacerme
el sordo, que es relativamente sencillo, ya que muchos sordos son mudos y
cuando responden a preguntas que se les formulan dicen algo parecido a
“Gjjjaciaaaa, juuuapaaaaa, perrrooo zzzzoy zzzo---ddddooo y noooo noooo
meeeeeentero de nanana”.
Como mínimo podré leer y luego no tendré que pensar en que
coño hice mal con esas mujeres bonitas que me abordan y luego me tiran por la
borda.
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