Desde una luna repleta de plata mi compañera me ha enviado
un mensaje:
“Goza cada minuto de tu vida, mi querido niño, goza con
los cambios de luz, con los cambios de los olores que la naturaleza te entrega,
el olor de la miel, de la ciruela, del higo y la manzana, de la uva, del
níspero y la pera, de la naranja y el limón, goza de los colores en la montaña
y en la mar, en el río y en los valles, en las altas cimas y en los campos de
amapolas rojas y lavandas azules, goza con los aromas sutiles de la menta y la
pimienta, de las rosas y de los claveles de moro, goza con los sabores de las
legumbres y carnes y pescados que consumas, goza de la música y del volar
rasante de la golondrina y el de la urraca que salpica el aire de blanco y
negro, del gorrión de pecho anaranjado y del mirlo negro de pico color sol, de
la tórtola que se acerca a comer de tu mano, mi niño, tú que tienes el don de
que los pájaros te quieren, goza de las palabras que tanto amas porque los
números no se te dan porque elegiste el pico de oro para hacer poesía o prosa
poética cromática, como tú dices.
Yo te preparo el día cada día para ti, para que lo goces
y lo conviertas en palabras que enamoren a niños, mujeres, ancianos y viejas
que precisan de tu cariño.
Ama, mi amor, ama, y enseña a nuestros hijos y a sus
compañeras y a sus hijas a amar, con la intensidad de la paz, con la fuerza de
la sinceridad, con la convicción del desinterés. Ama por amar. Ama por dar. Ama
por entregar. Ama por mí, ama como lo hiciste conmigo.
Todos te lo devolverán, y con creces y amplitudes. Porque
el amado también ama. Y si no sabe, aprende. Por ti. Para ti. Para regalárselo
a otros porque tú y otros como tú se los habéis enseñado.
El beso de una anciana, el abrazo de un niño, la delicada
palabra de una niña, el hombre que no conocías y le dirigiste la palabra en el
bar de tus cervezas te buscará de nuevo porque por unos instantes descubrió que
la soledad se la inventó porque estás tú para decirle sin decirlo que lo
quieres.
Y entonces,… ¡ la alegría te desbordará !
Y cuando te agotes, porque en muchas ocasiones el amor
agota, te vienes conmigo y yo te amansaré el alma y el espíritu con mis
caricias de seda y mis besos del cielo”.
Con mis ojos fijos en la plata de la luna, con el olor del
dolor emanando de todo mi cuerpo entero, anegado en lágrimas de cristal y sal,
le respondí que su petición era ya una obligación para mí.
Entonces se cerró el cielo, se apagaron las luces y esa
noche me prometí que tras apagar la luz de mi mesita de noche no se encendería
la mente.
Cerré también mis párpados y descansé.
Enamorado.
De la luna repleta de plata y de mi compañera.
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