(Dedicado al gran escritor
y poeta uruguayo Mario Benedetti, si humildemente me lo puedo permitir, a quien
leía anoche antes de dormir y estoy seguro que ha inspirado mi amanecer).
Hoy me levanté con un alba de plata maciza y un frío de estalactita mocosa. En mi garganta una
enorme y dolorosa sequedad.
El frío y la escasez de humedad en el ambiente viciado de mi
habitación me trajeron a la mente el recuerdo de la calidez de la piel de mi
madre y, no sé por qué mecanismos de la memoria, rememoré a mi madre
persiguiendo la calor y la humedad del mar y la costa de Barcelona.
Ese mar y esa playa me transportó al Maresme de nuestros
veranos, y me ví recogiendo los higos chumbos junto a los eucaliptos de Casa
Carolina que tanto amaba mi madre.
Yo se los llevaba en un saco y ella me lo agradecía con la
miel del chumbo en sus labios y su sonrisa lenta, cadenciosa y serena de flor
roja de espinas de madre de su hijo enamorada.
Y yo le mostraba las yemas de mis dedos hinchadas por el
escozor de las espinas de defensa de las chumberas mediterráneas, y que en el
fondo yo celebraba que hiriesen mi piel porque el manjar de mi madre era el
fruto de las espinas y su alegría olvidaba las espinas de la chumbera y de la
vida.
Mamá, también pienso ahora en mi compañera, en las mujeres
de mi vida, y en el dolor de las espinas convertidas en puñales que en mi alma
se clavaron y nadie ni nada podrá desclavar.
Mamá, cuando yo esté de nuevo con vosotras, ¿me sacarás con
tus pinzas y tus dedos de piel seca y caliente los pinchos de las yemas de mis
dedos para que pueda mesar la cabellera de fuego de mi amada?
No hay comentarios:
Publicar un comentario