domingo, 17 de diciembre de 2017

Greguerías de un inconformista (XLII).

 
(Dedicado al gran escritor y poeta uruguayo Mario Benedetti, si humildemente me lo puedo permitir, a quien leía anoche antes de dormir y estoy seguro que ha inspirado mi amanecer).

Hoy me levanté con un alba de plata maciza y un frío de estalactita mocosa. En mi garganta una enorme y dolorosa sequedad.
El frío y la escasez de humedad en el ambiente viciado de mi habitación me trajeron a la mente el recuerdo de la calidez de la piel de mi madre y, no sé por qué mecanismos de la memoria, rememoré a mi madre persiguiendo la calor y la humedad del mar y la costa de Barcelona.
Ese mar y esa playa me transportó al Maresme de nuestros veranos, y me ví recogiendo los higos chumbos junto a los eucaliptos de Casa Carolina que tanto amaba mi madre.
Yo se los llevaba en un saco y ella me lo agradecía con la miel del chumbo en sus labios y su sonrisa lenta, cadenciosa y serena de flor roja de espinas de madre de su hijo enamorada.
Y yo le mostraba las yemas de mis dedos hinchadas por el escozor de las espinas de defensa de las chumberas mediterráneas, y que en el fondo yo celebraba que hiriesen mi piel porque el manjar de mi madre era el fruto de las espinas y su alegría olvidaba las espinas de la chumbera y de la vida.

Mamá, también pienso ahora en mi compañera, en las mujeres de mi vida, y en el dolor de las espinas convertidas en puñales que en mi alma se clavaron y nadie ni nada podrá desclavar.

Mamá, cuando yo esté de nuevo con vosotras, ¿me sacarás con tus pinzas y tus dedos de piel seca y caliente los pinchos de las yemas de mis dedos para que pueda mesar la cabellera de fuego de mi amada?

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