martes, 13 de marzo de 2018

Una lágrima de una niña de once años.




¡Hoy me he emocionado!

En un colegio explicaba mi cuento “El Elefante que de una mariposa se enamoró” cuando al finalizar mi narración un niña regordeta y de uñas pintadas de rojo, de once  años de edad, me ha preguntado entre las risas de sus compañeros si era verdad lo que yo había explicado al decir que todas las mariposas que veremos revolotear  a partir de esta próxima primavera serán el fruto del amor entre mi Elefante y su Mariposa.
Le he hecho levantarse y cogiéndola de la mano le he dicho, rodilla en tierra, que sí, que es verdad, que el amor todo lo puede, que la magia y la fantasía existen, que solo hay que creer en que lo imposible es posible.
Que hoy día, por la fuerza del ser humano, un síndrome de Down trabaja, un paralítico físico practica deporte, un autista escribe, un sordo oye y un mudo habla.

Se ha hecho un silencio enorme en toda la clase, y la lágrima que me ha regalado Marta me ha penetrado en mi alma como una daga en mis labios y en mi lengua húmeda hasta secarlos para impedirme pronunciar palabra alguna.

He abandonado la clase perseguido por Elisenda, la profesora de Marta, la niña regordeta de cuerpo y amplia de corazón, quién me ha dado un paraguas para protegerme de la lluvia del cielo que hacía honor al llanto de la pequeña Marta, de su profesora y del mío propio.
No he utilizado el paraguas, porque me encaminaba a la radio y necesitaba agua en mi boca, en mi lengua, y en mi cuello áspero.
Ya en el coche, no he podido sostenerme y he llorado eternamente.

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