Hubo una vez un espejo que se sentía tremendamente frustrado
porque quería que los demás contemplasen su belleza de vidrio y mercurio, y la
mujer que decía que era su propietaria sólo se miraba a sí misma cuando lo
cogía del estante en el que dormía.
Entonces el espejo pensó en despejarse para superar sus
atribulaciones y decidió mutar en un espejismo para que muchos ojos del
desierto lo admirasen aunque sólo fuera por unos instantes, porque
inmediatamente después de ser contemplado el espejo que ahora era espejismo
desaparecía como por arte de birlibirloque, y ya no era ni espejismo ni espejo
por ser ahora arena fina del desierto, pero eso sí, de nuevo mutante porque a
veces era llanura y a veces duna que se desplazaba para convertirse y
reconvertirse en paisaje a veces, en espejismo en otras ocasiones, y recuperar
su forma originaria de espejo cuando el que lo contemplaba era humano y se
miraba en su desértico interior.
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