viernes, 7 de abril de 2017

Erecciones (pocas) y eyaculaciones (menos), con el permiso de Bukowski (Charles) (XV).

 
Cada vez que presto un libro, nunca regresa.

Es como la paloma o la tórtola que pierde a su pareja: jamás regresa de nuevo al nido.
El libro que yo presto, cedo o permito a otros leer, tal vez se siente abandonado o desairado, puede que hasta ofendido, seguro que maltratado, y jamás regresa ni permite que las yemas de mis dedos acaricien de nuevo, y con lentitud amorosa, sus páginas.

Siempre pienso que recuerdan intensamente tanto los días previos a la lectura, cuando paseaban bajo mi brazo para amistar entre nosotros mientras yo finalizaba la lectura del anterior libro y ellos se morían de celos por ser leídos, como los días de la lectura, que es cuando yo los acariciaba, admiraba, mimaba y adoraba, y ellos me regalaban sus olores de madera y tinta, y yo no doblaba jamás una de sus páginas ni forzaba sus tapas en señal de sumo respeto por ellos mismos y su encuadernador, y no permitía que les diese el sol para impedir su abarquillamiento, y por la noche  los hacía descansar junto a mi respiración nocturna apaciblemente colocados en mi mesita de noche.

Ya no presto libros, porque  caso de que deba realizar algún obsequio, los adquiero para la ocasión.

Creo que es mejor así, porque mis libros me han confesado que yo les pertenezco, y no al contrario, porque ellos son de sus autores.

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