lunes, 7 de agosto de 2017

Hoy es 7 de agosto.

 
Me he despertado y lo primero que he pensado es que hoy hace ocho años que murió mamá. Enseguida he decidido escribir a mis hermanos, y les he propuesto a través del “guatsap” que a las 12 h., cuando el sol está en su punto más alto y por ello más cerca de mamá, más próximo a ella que tanto quería el calor, cada uno de nosotros, estemos donde estemos y en la situación que sea, miremos al cielo y le enviemos un besito exclusivo para ella. Sé que lo está esperando con muchísima ilusión.

La madrugada del ayer domingo, a eso de las cinco horas, cayó un enorme diluvio sobre mi casa en Enveitg, acompañado de piedra y granizo. El resultado es que me destrozó todas las begonias de flor roja y blanca que llevo mimando todo el verano, y que deseaba mostrar con orgullo jardinero a mis hijos y a mis nietas este próximo viernes cuando vengan a pasar unos días a esta casa.

Le dije a una amiga que se baña en aguas del Báltico que estaba a punto de lanzar unos cuantos improperios y blasfemias al cielo para sosegar mi espíritu, pero que me iba a contener no sin gran esfuerzo.
Pero lo peor sucedió al salir de casa por la puerta principal, cuando comprobé que parte del murito de piedra de separación con mis vecinos tampoco había podido resistir la fuerza del agua, se había derrumbado y en su caída había chafado unas cuantas plantas de “clavell de moro” naranja que asimismo he cuidado, podado, regado y abonado con todo mi escaso pero entusiasta saber hacer en los jardines.
He redoblado mis esfuerzos por no blasfemar, y para ello me ha ayudado volver a comunicar con mi amiga del Báltico, porque el simple hecho de explicárselo me recuerda muchas enseñanzas que me transmitió cuando me deshacía en lamentos y sufrimientos por la pérdida de los grandes tesoros del jardín que la vida de cada uno construye, como lo fueron mi compañera y mi madre.
En ninguna ocasión me ha contestado, pero no hace falta. Me entiendo con ella sin necesidad de palabras.

Acaban de tocar las doce horas en el campanario de Enveitg.
He salido al jardín, junto a la huerta, frente a la Sierra del Cadí.
El cielo está gris, nublado, guardando un luto sencillo.
Me he besado las yemas de los dedos de mis dos manos y los he lanzado al cielo.
He repetido la operación varias veces.
Y entre dos nubes de espuma que buscaban el blanco abandonando el gris perla se ha abierto una rendija por la que ha asomado tímidamente un rayo de sol.
Me ha parecido una cuerda que me lanzaba mamá para que yo ascendiese por ella., y casi he cerrado las manos para asirla.

Una golondrina ha sobrevolado mi cabeza y mis brazos y manos que seguían apuntando al cielo, y con su aleteo y su grito algo escandaloso me ha traído el mensaje de mi madre.
La golondrina me ha dicho que no era una cuerda, que debo permanecer con los míos, que sólo era la luz que me reserva mamá para que la traslade y comparta con los que quiero y amo, que me felicitaba por la contención de mi indignación del día anterior, y que el agua de la madrugada de ayer me había querido dejar otro mensaje: que siga construyendo, que siga creando, que siga cuidando las flores del jardín y los frutos de la huerta, que repare el muro que debe detener aquello que no es bueno que se aproxime, que recuerde y no olvide que estamos aquí para mostrar fortalezas y construir y crear, crear y construir, sin detenernos, sin lamentarnos, con ilusión, con energía y con amor, sobre todo mucho amor.

Le he respondido que lo he entendido, mamá.
Y así será.
No desfalleceré.
Mientras, tú, mamá, sigue descansando.
El trabajo es para mí.

Te quiero.

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