martes, 23 de octubre de 2012

La pipa de mi nieta.


Ayer  mi casa respiraba familia.
Alguna necesidad flotaba en el ambiente porque nos juntamos en mi casa para cenar y disfrutar del partido de fútbol de un equipo que a fuerza de decir que es irrepetible lo repite en cada ocasión.
El fútbol no es importante pero entre las cosas que no lo son es la más importante de todas.

Cenamos mi hijo mayor y su compañera y su hija mientras otros de la familia se dirigían hacia la casa.
Antes del comienzo del partido mi nieta ya cabeceaba con la indolencia de la somnolencia inanimada que tienen los niños, y su padre y yo mismo la trasladamos a mi dormitorio porque yo imaginé que cuando finalizase el partido también yo me iría a descansar a esa cama horas antes amaestrada para el sueño por mi nieta y gozaría con el olor depositado en mi almohada por las frangancias de su infancia.

Ya desprendía aromas azules y blancos de armonía cuando con su contemplación me sedujo el impulso de acostarme junto a ella y acariciarle el moflete muy despacito y muy flojito para amansar su respiración entrecortada por una pipa de pulgar blandito por el efecto continuo de la lengua y la saliva.
Sustituí su pulgar por el mío para el descanso de la piel amortajada de su pulgar y ella lamió y lamió y mordió mi pulgar en esa inconsciencia que yo acompañaba mientras le susurraba que no sabía si algún día  podría explicarle este mundo que nos tocó, si sabría explicarle los muchos horrores que nos golpean, y con la voz silenciosa me preguntaba cómo podría protegerla para que nunca perdiese la inocencia mientras se desparramaban entre las yemas de mis dedos los rizos de su indomable cabellera.

Entretuve mis pensamientos con la única peca heredada de su abuela pero de tono más oscuro que le flota en una frente prominente y despejada.
Un pequeño chichón malva que nació la tarde anterior en su escuela convive con la manchita de la abuelita.

Cuando se despertó la niña lloró.
Todos los niños rompen en llanto al despertar.
El sueño les informa de que la paz se romperá y no perdurará a su desvelar.
Los abuelos no deberíamos narrar nuestras vidas en el habla nocturna y queda que mece la cuna húmeda del pulgar de los nietos.

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