Ayer mi casa respiraba familia.
Alguna necesidad flotaba
en el ambiente porque nos juntamos en mi casa para cenar y disfrutar del
partido de fútbol de un equipo que a fuerza de decir que es irrepetible lo
repite en cada ocasión.
El fútbol no es
importante pero entre las cosas que no lo son es la más importante de todas.
Cenamos mi hijo mayor y
su compañera y su hija mientras otros de la familia se dirigían hacia la casa.
Antes del comienzo del
partido mi nieta ya cabeceaba con la indolencia de la somnolencia inanimada que
tienen los niños, y su padre y yo
mismo la trasladamos a mi dormitorio porque yo imaginé que cuando finalizase el
partido también yo me iría a descansar a esa cama horas antes amaestrada para
el sueño por mi nieta y gozaría con el olor depositado en mi almohada por las frangancias de su infancia.
Ya desprendía aromas
azules y blancos de armonía cuando con su contemplación me sedujo el impulso de
acostarme junto a ella y acariciarle el moflete muy despacito y muy flojito para
amansar su respiración entrecortada por una pipa de pulgar blandito por el
efecto continuo de la lengua y la saliva.
Sustituí su pulgar por
el mío para el descanso de la piel amortajada de su pulgar y ella lamió y lamió
y mordió mi pulgar en esa inconsciencia que yo acompañaba mientras le susurraba
que no sabía si algún día podría
explicarle este mundo que nos tocó, si sabría explicarle los muchos horrores
que nos golpean, y con la voz silenciosa me preguntaba cómo podría protegerla
para que nunca perdiese la inocencia mientras se desparramaban entre las yemas
de mis dedos los rizos de su indomable cabellera.
Entretuve mis
pensamientos con la única peca heredada de su abuela pero de tono más oscuro
que le flota en una frente prominente y despejada.
Un pequeño chichón malva
que nació la tarde anterior en su escuela convive con la manchita de la abuelita.
Cuando se despertó la
niña lloró.
Todos los niños rompen
en llanto al despertar.
El sueño les informa de
que la paz se romperá y no perdurará a su desvelar.
Los abuelos no
deberíamos narrar nuestras vidas en el habla nocturna y queda que mece la cuna
húmeda del pulgar de los nietos.
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