sábado, 8 de diciembre de 2012

El ruido de la nieve al caer.

 
“Quienes sólo saben contar la verdad no merecen ser escuchados” –contestaba el abuelo.
Jonas Jonasson (“El abuelo que saltó por la ventana y se largó”).


Hay copos de nieve que caen como los ángeles, silenciosos y algo ladrones, y otros que suenan como las bombas y con el estruendo del bandido y del disparo y de la muerte.

Los ladrones son los que hacen que la imaginación esté de fiesta y los otros son los que perforan el alma y lastiman como el filo y el óxido del puñal.

Yo jugaba con mis hijos a las alegrías de la ilusión de sus ojos infantiles y la efervescencia desbordante de mi imaginación festiva.
Jugábamos a los copos del silencio y la paz para que robasen los cuentos que éramos capaces de imaginar. Eran los copos ladrones de historias para contarlas en los ríos y en los lagos y mares a donde los irían a explicar.

Jerónimo juntaba las palmas de sus manos como en una copa que acogía su barbilla y sus ojitos bellísimos y vivos y con ese color del castaño de la castaña bailaban con el hielo de los copos y Aleix juntaba el pulgar con el índice con su pegajoso moquito de frío mientras su melena casi de nieve blanca competía con la de nuestro jardín y sus ojos, como los míos, pequeños y que escrutan y que esconden pensamientos inescrutables se quejaban de que cuando se fijaba en un copo ya había llamado nuestra atención y ese ya no podía ser el suyo y seguía con moquitos danzando entre sus deditos.

Yo inventaba a la velocidad de la caída de los copos y su madre cocinaba alejada de la ventana en la que toda su vida decía que debía estar la cocina y que allí no estaba porque de tantas historias que yo le contaba olvidó la del ruido de la nieve al caer, y yo le decía que así estaba mejor porque a veces, muchas y muchas veces, ¡ Mamá, ven, corre, mira ese copo de nieve al caer y el regalo que de las nubes del cielo trae para ti !
Y ella corría y hacía como que trastabillaba y nuestros hijos reían y cuando a la ventana llegaba decían ya cayó el copo que el regalo para ti traía y ya a mamá se le escapó.
Y ella sabía que no era verdad, que el regalo ya lo tenía porque era la dicha de la risa de sus hijos y también la sonrisa mía.


Ellos me decían cómo oían caer la nieve, y nos fijábamos en un copo gordito antes de que cayese, y yo jugaba a adivinar sus pensamientos, y ... ¡¡¡adivinaba muchos!!!, porque eran pequeñitos mis hijos y era fácil de averiguar lo que rondaba sus cabezas y acertaba pensamientos porque me decían que sí, que jo, cómo es que lo sabes, papá, y a lo mejor no era verdad y sólo lo hacían por ese deseo infantil de dar siempre la razón al ser amado y a la imaginación que estalla y explota cuando alguien quiere y es querido.

Caían la copos y cada uno reventaba de ilusión contra otros copos y del de aquí surge oro blanco y del de allí oro amarillo y de éste que cae casi contra el cristal de nuestra ventana surgen angelitos diminutos que vuelan con sus frágiles alitas y del de allí lucecitas de colores y de otro serpentinas de Navidad, y de este surge la compasión y el amor y el cariño y éste hace unas risas que resuenan en toda la montaña y de aquel surge una lágrima que es de alegría porque es dulce y alguna salada también brota de algún copo de nieve porque hay quien no lo pasa bien pero también queríamos su presencia en la fiesta del ruido de la nieve al caer.

Y mirad, hijos, de ese sale un ardillita muy pequeñita que ya corriendo y deprisa sube al árbol que le alimentará con sus frutos y de ese una hormiguita que ya se ha puesto a trabajar y también brota una abeja obrera que ya empieza su trabajo en la fábrica de la miel.

Otros copos revientan antes de llegar a su cuna en nuestro jardín y desprenden esencia de caramelo que es el elixir de la amistad y entre ellos se confunden porque ya nadie nunca jamás los podrá separar.

Aprendían mis hijos que según la mirada sobre los copos de nieve, o según el pensamiento que trabaje en su cabeza, o según la alegría o la tristeza que en su momento habite su alma, o la que ellos deseaban que en ella se aposentase se oyen la caída de los copos de nieve, ladrones y forjadores de historias los unos y otros dañinos de sangre y herida.
Aprendieron mis hijos y con ellos los padres de ellos que es cierto lo que dijo aquel de que las cosas son según el color del cristal con que se miran.

Me presta el nombre de este cuento Juan Gabriel Vásquez que escribió “El ruido de las cosas al caer” y ganó el Premio Alfaguara de Novela 2011 porque sí sabe escribir lo que yo no, y me brota la idea cuando recibo un correo de mi amiga que escucha el ruidito del kinglin kinglin kinglin de los copos al caer en la casa de Alemania donde rastrea libros y música almacenada y distraía un día la vista en un copo de nieve que alguna cosa le diría.

2 comentarios:

  1. Es fascinante el sonido silencioso de la nieve al caer, su paz. Quizás por eso me encantan esas bolas de cristal que las giras y nieva siempre que lo necesites.

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  2. Esas bolas cristal a mi también me fascinaban de niño, como que lo sigo siendo, pues me siguen fascinando!!!

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