Me convoca la Lechuza y me dice que después de recuperarse
de un estado transitorio pero algo prolongado de catatonismo exhacerbado, ya se
encuentra en disposición de referirme sus impresiones sobre un acontecimiento
nacional de las últimas semanas.
Se refiere a la Lechuza al tema, le llaman o llamaban
Proyecto, CASTOR.
Vamos a relatar los hechos con la mayor brevedad posible:
El Gobierno Central, imagina la Lechuza que con el asesoramiento
de expertos en temas oceanográficos, gasísticos, en plataformas de prospección,
etc. aprueban y conceden a la empresa de un señor que atiende por Florentino
Pérez la creación un almacén de gas en el subsuelo marino frente a las costas
de Tarragona.
Se instala la plataforma, se inicia la construcción del
almacén y al poco tiempo los vecinos de la costa catalana detectan (sufren,
mejor dicho) movimientos sísmicos que afectan a sus viviendas hasta el punto de
provocar grietas en sus casas y riesgos serios en los cimientos de las mismas,
por lo que alertan a las autoridades (¿por qué se les llama autoridades a esa
gente?) sobre el tema.
Después de los tiras y aflojas habituales entre Gobierno y
afectados (¿por qué tienen que darse esas situaciones cuando lo más sencillo es
comprobar la veracidad de los hechos, sus orígenes y consecuencias y no marear
la perdiz?) se paraliza la actividad de la plataforma, primero de forma
provisional y finalmente de forma definitiva.
Los vecinos respiran cierta tranquilidad, aunque se
preguntan quién solucionará y costeará las grietas de sus viviendas, que pagan
religiosamente ante el otro peligro inventando por este Gobierno y que se
denomina desahucio.
En rueda de prensa posterior al habitual Consejo de
Ministros de los viernes, la inefable vicepresidenta Soraya comunica que sí,
que las obras se han paralizado de forma definitiva y que el Gobierno
indemnizará a la constructora con mil trescientos cincuenta millones de euros.
Y a la pregunta de los periodistas de si esos milloncejos de nada afectarán al
erario público responde pancha y oronda que no, que serán con cargo a las
facturas de los consumidores de ENAGAS durante los próximos treinta años.
Y con esa sonrisa rodeada de polvitos rojizos en sus
mejillas que la caracteriza, y que viene a decir algo así como ahí te la
envaines, abandona la rueda de prensa que dirige concediendo las palabras a la
prensa con esa mano extendida y abierta de forma marcial (tal vez porque su
buena formación social le dice que señalar a otro con el dedo es de mala
educación).
Para finalizar el relato, el pago efectivo de esa millonaria
indemnización se realiza en no más allá de… ¡¡¡ TREINTA DÍAS !!!
La Lechuza casi perdió el equilibrio por un mareo atroz que
le asoló, porque infinidad de preguntas abarrotaron su mente: no afecta al
erario público y los costes los pagan los consumidores?, hay responsables del
desaguisado de la aprobación de la operación?, el Ministerio de Fomento no
presenta ninguna dimisión?, el Presidente del Gobierno no dice esta boca es mía
en este tema?, no hay dinero para nada ni para nadie pero sí para indemnizar y
de forma express a la empresa del Sr. Pérez?, los medios de comunicación no
atacan con ferocidad y el tema casi pasa desapercibido?, los vecinos no montan
en cólera y no colapsan los hospitales públicos por ataques de histeria?,…
La Lechuza me dice que pensó en un principio que esto es
inaudito en un país que se dice civilizado, pero una vez recuperada la calma y
el sosiego cayó en la cuenta de que no, de que esto es el país que están
creando esos cínicos que se cobijan bajo unas siglas cínicamente repetidas, y
que estos temas no se discuten en Consejo de Ministros sino en el Palco del
Bernabeu.
Por consolarla sólo se me ocurrió decirle que todo en esta
vida tiene su explicación. No es un consuelo propiamente dicho, porque es una
explicación, pero cuando las cosas se entienden como que parece que se llevan
mejor.
Y un apunte final sobre otro tema candente: el Presidente
Obama es verdad que tiene el pelo rizadito y la piel morenita, pero parece
querer empeñarse en demostrar que su alma es más blanquita que la Casa que
habita.
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