martes, 23 de febrero de 2016

Médicos, doctores, hospitales y similares.

 
Parece ser que hoy me darán las pruebas de la resonancia magnética de la rodilla que me lastimé.
En cuanto la tenga debo llevársela al traumatólogo para que diga qué debo hacer yo, o más bien él y todo el séquito que le persigue por los pasillos.
Por en medio me han hecho una radiografía decúbito supino de las rodillas, digo yo que será para comparar entre la derecha y la izquierda; lo digo por sentido común, porque yo de esto no entiendo ni papa.
Pero como que este fin de semana estaba en mi casa una fisioterapeuta amiga mía, le enseñé las radiografías que ya me habían hecho.
Insistió mucho en que ella no es traumatóloga, pero que ha visto muchas radios en su vida antes de empezar a tratar a sus pacientas con sus manos de especialista, y que lo que veía en la mía no le daba ninguna tranquilidad porque tiene mala pinta.
Después me insultó un poquito con cariño y dulzura porque dijo que soy un pedazo de animal y que no hago más que tonterías.
Y que si acabo en el quirófano no vendrá a verme para que aprenda.
Le dije que no venga por favor, porque me temo que seguiré haciendo memeces una detrás de otra, y entonces cuando me insulte ya no será con calidez si no con una mirada de reproche atroz.
Nos reímos.

Cuando se fue de vuelta a Barcelona pensé que no me gustan mucho los médicos, a pesar de que uno de mis íntimos amigos lo es, y además es excepcional como profesional y como persona.
Pero a mí no me gustan los médicos porque me parece que la gran mayoría han hecho rutina de una profesión divina.
Por eso pienso ahora que yo quiero morirme de golpe, como mi padre, sin enterarme de nada, mientras espero una tortilla de patatas con cebolla muy jugosa y calentita para comer o cenar, que más da, pero tengo cada vez mas claro que quiero morirme sin pasar por el hospital. La sola idea de estar hospitalizado me mata. En el futuro será una obsesión, y como que dicen que quien la persigue la consigue, pues a lo mejor hasta yo lo logro.
Además, cuando estoy en una cama de un Hospital o una Clínica las enfermeras me parecen arañas hurañas y los médicos sapos húmedos viscosos, y tengo miedo de que cuando preguntas cómo estoy, doctor, me miren con esa sonrisa condescendiente y babosa que ponen y temo que de inmediato me lancen un salivazo de anfibio espeso.

Confío en que mi rodilla siga doblándose correctamente, pero por si acaso me voy a hacer una tortilla de patatas con cebolla.

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