miércoles, 3 de febrero de 2016

Relámpago mental desmantelado XLIII y/o la Candelaria, el cumpleaños y la religión.

 
Ayer era dos de febrero, día de la Candelaria, mitad de camino entre el invierno y la primavera.
Pero sobre todo era el sesenta cumpleaños de mi amiga.
Quiero decirlo así, de mi amiga, porque añadir superlativos, adjetivos, y otras decoraciones como mi mejor amiga, la amiga de mi alma, amiga de mi vida, amiga de mi corazón,… desmerece la amistad que entre nosotros nació hace ya unos años.
Y se mantiene y crece.

Y entre Candelaria y cumpleaños estaba yo sentado en la terraza del Hotel Esquirol de Llívia con una manzanilla en mi mesa. He dicho bien: estaba en la terraza, porque al parecer estamos en un anticiclón que hace que al mediodía haga casi calor al exterior, y mas si estás al sol. Y he dicho bien otra vez: tenía frente a mí una manzanilla (mira, cosas que a veces me pasan).

Leí en la prensa que John Banville, a veces Benjamín Black, acaba de publicar nuevo libro, “La guitarra azul”.
Y cuando quería empezar a leer la sinopsis de la novela se cruzó por mi cabeza un relámpago mental que desvió mi atención.

Recordé un comentario que algún día leí de Banville/Black que más o menos venía a decir que siente mucha curiosidad por saber cómo serán las cosas después de la religión, cuando la ilusión que genera o aporta la religión se haya disuelto totalmente, ya que para él es evidente que estamos ante los estertores de la misma, ante su desvanecimiento, aún y a pesar de los brotes de fundamentalismo que surgen por diversas partes del mundo.
Decía Banville que tal vez debamos de esperar todavía doscientos años, y de ahí que sienta esa curiosidad por algo que no podrá ver ni observar, pero que está al llegar, a la vuelta de la esquina, porque doscientos años son poca cosa en el discurrir de los tiempos.
Recuerdo que hice mío ese comentario porque muchas veces, muchas, me he preguntado sobre el por qué de la existencia de la religión, por qué el hombre la necesita, o parece que así es, por qué precisa de la existencia de lo incomprensible para justificar lo real, lo que ya se ha demostrado que es posible, como la vida y todo lo que acontece junto a ella.
Finalizaba Banville su pensamiento comentando que tal vez, cuando la religión haya desaparecido, no cambiemos mucho y generemos otras ilusiones y otros imposibles.
Yo creo que así será, que crearemos otras falacias que justifiquen lo que no sabemos explicarnos, o simplemente porque los que nos educaron, nuestros padres, nuestros profesores, nuestra sociedad o la que rige los destinos de los demás, que son los poderosos, las élites, los que gobiernan desde la política y desde la economía no enseñaban, no nos enseñaron religión, sino superstición, y es posible que persistan en ello aunque en ese momento de la historia lo llamen de forma distinta.

Aún así conservo en mi lado idealista y romántico, ese del que no puedo deshacerme a pesar de que a veces lo intento (aunque cada vez con menos insistencia y persistencia, todo sea dicho), de que algún día (¿deberán pasar más de 200 años?, ¿por ejemplo, 500?) seamos capaces de formar a las generaciones venideras con disciplinas que ayuden a superar esas lacras que todavía nos asolan (creo que es innecesario que recuerde que la mayoría de conflictos bélicos tiene un origen religioso, y si el origen es económico o de intereses geopolíticos y estratégicos siempre van acompañados de un tufillo religioso), disciplinas que empiecen a enseñarse desde los primeros cursos de la formación del ser humano, como Vida Interior, Espiritualidad, Sobre la Vida y la Muerte, Solidaridad, Amistad y Amor, Compañerismo, Sensibilidad, Contemplación, Compresión propia y del prójimo, Lectura y Escritura, Bellas Artes, Filosofía, Música, Poesía,…

Creo que es ahí donde el ser humano puede encontrar su plenitud, y para ello es absolutamente necesario olvidar algunos temas que lastran y penalizan nuestra condición de seres inteligentes y capaces de crecer y crear.

……..Algún ruido……… que no identifico del todo me despierta de mis ensoñaciones, pero no me importa, porque lo que ayer merecía la pena era celebrar el cumpleaños de mi amiga (y no dar vueltas a cuestiones que ya mareo en exceso en otros momentos), y saborear el placer futuro de una comida con ella y otros amigos este próximo fin de semana, junto a la playa, lejos esta vez de las montañas que me acompañan todos los días.

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