(Este cuentecillo se lo dedico a Susanna Isern, que
escribió el soñador y extraordinario cuento titulado “El poltre de la lluna”, y
que he explicado en diversas Escuelas de la Cerdanya con enorme gozo por mi parte
y de las niñas y niños que escuchaban mi narración).
Hace no muchos años atrás, yo era un potro.
Ahora empiezo a ser, sino lo soy ya, un caballo viejo,
cansado y a veces hasta agotado, pero que sigue luchando por intentar que en
las cuadras de este mundo se viva mejor.
Hoy he plantado ajos en mi huerta, y estoy molido.
No tengo ni siquiera apetito, por el cansancio de mi cuerpo
molido.
Mañana plantaré semillas de zanahoria. Después rábanos y
plantel de lechugas. Y luego pepinos. Y después, pues ya veremos.
Cuando empezaba a dejar de ser potro, o tal vez ya no lo
era, sí, creo que esto es más exacto, conocí una hembra de mi raza
absolutamente fantástica.
Me enamoré como un potrillo, cuando ya no era ni potro, y en
un ataque emocional o pasional o de no sé yo de qué carajo, me partí cinco
vértebras.
Y me quedé tarado un bastante del físico y un mucho del
corazón.
Pero físicamente voy recuperando el punto.
Pero todavía me duele el alma, y en momentos me chirría el
cuerpo en muchas de sus articulaciones, porque la hembra que pensé que
dominaría mis saltos de potro y dominaría mi destino y controlaría mis
cabriolas de potro, me expulsó de su cuadra y de su vida.
Y me cojea el corazón, mi corazón de potrillo.
Ahora vivo enamorado de la luna, porque de las estrellas no
puedo, porque se las quise regalar todas, aunque sólo se dejó atrapar una de
ellas que es la que hoy día le pertenece.
Pero la luna sigue brillando con su cara de nata celeste,
como un enorme brillante, y me acoge melosamente y a veces hasta llora conmigo,
lentamente, como los ojos de un caballo viejo.
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