El mar ama porque cabalga, se desplaza, se encabrita y se
calma, rompe en la orilla y cría en las profundidades, mientras la meseta se
recrea en su propio ensimismamiento, en su melancolía agónica, en su llano
hierático y estéril, en la estepa árida que se lamenta con gritos de viento.
Los habitantes del mar son alegría y entrega, besan y
acarician, y los de la meseta son circunspectos y seriedad, viven en el viento que aja la
piel y conviven con la soledad que consume el espíritu.
La tierra procura el carácter del silencio y la rigidez de
los cuerpos, el anonimato y la parquedad de la expresión, y el mar moldea y
crea la palabra y la gestualidad, el contorneo de los cuerpos y la sensualidad
húmeda que busca el contacto.
Y así son los pueblos que nacen el llano y los que nacen en
la mar.
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