Érase una vez un cangrejo díscolo.
Se lo estuvo pensando un tiempo, y al final se decidió: no
caminaría nunca más hacia atrás, sino que lo haría hacia adelante.
Su decisión se debía únicamente al sentido común: si alguien
te persigue y tú caminas hacia atrás te encontrarás indefectiblemente; sin
embargo, si caminas hacia adelante y lo haces más de prisa que tu perseguidor,
tienes posibilidades de escaparte.
No tuvo suerte.
El primer día que empezó a caminar hacia adelante, los de su
grupo decidieron que era un díscolo revolucionario y un irresponsable que se
posicionaba en contra de la opinión de la mayoría, y decidieron acabar con él
dándole muerte.
Y como que no tenía suerte, no tuvo la buena suerte de la
oveja negra de Augusto Monterroso, que por ser negra la pasaron por las armas
para erigir una escultura en su memoria y que así los jóvenes artistas se
ejercitaran en el noble arte de la escultura.
Y así lo hicieron por los siglos de los siglos con las
ovejas negras que aparecían de tanto en cuanto en el rebaño.
Y como que la mala suerte lo perseguiría hasta después de
muerto, el pobre cangrejo díscolo nunca tuvo un seguidor que fuese muerto, ni
pasado por las armas, ni que tuviese una escultura, ni nunca un cangrejo sirvió
de inspiración a los jóvenes artistas.
Fue sólo un cangrejo díscolo al que pronto todos olvidaron
porque ni historia fue capaz de hacer.
No hay comentarios:
Publicar un comentario