¡ Buenos días, Chicho !
¡¡¡ F E L I C I D A D E S !!!
Antes de nada un beso, un beso talla cincuentaynueve.
Y ahora este regalito para ti.
Sí, ya sé que me dijiste que no querías nada, que no
gastase, que no están los tiempos como para eso, y que yo te dije que sí, que
de acuerdo, que no te regalaría nada… pero… ¡ya sabías que sí lo haría, así
que… para ti!
Es una bandeja de plata que guardé cuando entre los hermanos
nos repartimos las cosas de mamá en otoño de 2009 repleta hasta desbordar de
pétalos de rosa de color blancos que cobijan en su lecho una rosa roja.
Es bonito, ¿verdad?
Se me ocurrieron varias cosas cuando decidí que este sería
tu regalo por los cincuentaynueve.
Recordé que cuando tus rosas de Enveitg se mustian guardas
en cuencos de colores y bandejas de cerámica todos sus pétalos porque regalan
el olor de su fragancia y alegran la estancia de la mesa rectangular de
nuestras comidas y el trillo frente a la chimenea.
Yo me imaginé como una rosa roja como un volcán que te
necesita porque siempre eres los pétalos blancos del cálido reposo. Repensé que
tus colores son el rojo que mancha tu piel y tu cabellera y el verde con
máculas como engaños del iris tus ojos.
Escogí la bandeja de mamá porque amas la plata más que el oro
que se te hace ostentoso y porque tú y ella sois las mujeres de mi vida.
Y el verde, ¿dónde está el verde?
¡ Es una S O R P R E S A !
Mira en el interior de la rosa roja, en el cáliz: hay una
esmeralda verdemar en nido de plata para ti. Como una mota para tu escote
salpicado de pecas rojas. Como un
naufrago a la deriva que golpea constante las cercanías de tu corazón.
No dices nada. No sabes dónde mirar. No sabes qué hacer con
la mueca de tus labios. Tu respiración pausada se acelera en tu pecho. Oigo tu
respiración. Me embelesa. Sigue así, por favor, sigue así. No digas nada. Yo
también me quedaré en silencio. Mírame. No puedo estarme quieto. Necesito mover
las manos y frotarlas con mis piernas que se mueven y no saben detenerse.
Regálame una sonrisa. Regálame una mirada tímida y furtiva. Una mirada
nerviosa. La mirada que obliga al diente a morder el labio. Sólo un instante.
Otra vez, Chicho, mírame otra vez. No, no extiendas los brazos. Cierra los
dedos, no los dobles, reposa las palmas en la sábana blanca y mírame otra vez.
Quiero ver los meñiques. Quiero admirar y perder el pensamiento un instante en
sus movimientos lentos. Luego los acunaré en la palma de mi mano, ahora sólo
contemplarlos.
Ahora creo que me mareo.
Las muecas de tus labios y la respiración de tu pecho y tu
sonrisa y tu forma de mirarme…
Tus ojos lo dicen todo, mi amor.
La bandeja de plata con pétalos de rosa blanca y una rosa
roja con el corazón verdemar duerme sobre la sábana blanca hoyada por los
cuerpos que se enlazaron y se enamoraron de las campanadas de tus
cincuentaynueve.
Tus ojos, Chicho, tus ojos verdes.
Verdes sobre fondo rojo.
Mírame con tu mirada líquida, Susan.
Tu mirada.
Tu mirada eres tú.
Tu mirada soy yo.
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