Agosto se trasladó todo enterito con el movimiento de la
luna.
De nocturnos de salpicón de chispas tachonadas sobre un
lapislázuli de petróleo espeso al azul turquesa de brisa ingrávida y satén
sereno y redonda herida efervescente de plata silenciosa.
Se mece la luna en esos y otros azules del manto celeste del
mes de agosto desde la nada y hasta la plenitud con despaciosidad y armonía.
Las lunas bailan ágiles pero esta del mes de agosto compartió con cadencia el
lento naufragio de mi melancolía.
Calor de crepúsculos de luciérnagas y sin el olor de la
hierba húmeda y sigilo de gatos que maúllan su celo de verano entre las espinas
del moral.
A la sucesión del ajetreo de la huerta y de la casa le
sucede el reposo pegajoso de la carcoma del desánimo.
La luna noctámbula recogida convida a una estrella desde su
jaima nómada de cielos de este a oeste a compartir té de menta y hierbabuena de
la rocalla de ortigas incendiadas por la luciérnaga mientras perros de sudor
desesperado aúllan a lechuzas que escrutan lentos roedores sofocados.
Comparto noches de té verde azucarado y de pensamientos
deshilvanados que llegan con la brisa del nordeste y los ecos del calor diurno
con una chispa de destellos plateados que reta con sigilo a la luna para
preservar entre nosotros confidencias de cuchicheo antes del relente de la
madrugada.
Danza la estrella en sus reflexiones de camaradería al son
del trueno lejano que sólo anuncia sequías de aguas hijas de la quietud del
viento y esclavas del sol de la altitud y su despaciosa ráfaga de luz me
alcanza con la celeridad del impacto que acorta los tiempos en una relación
intensa y concentrada.
Agosto avanza con los movimientos de la luna y de los
colores grises y azulados y verdes y blancos y morados y los rojos cobrizos que
luce la paloma torcaz al ritmo de las alas de la vehemencia de las confidencias
y confesiones de la amistad alumbrada sin tiempo para el granado.
Agosto emigró todo enterito con el movimiento de la luna
bailona y su manto de resplandor de las candelas de luz que anuncia el ojo de
la lechuza que con sus alas cuida de las interminables ráfagas de luz que moran
en mi estrella y disipan anegamientos de nostalgia y añoranza.
La última jornada de agosto consumó el movimiento de la luna
a las 15:58 de ese día nonato y mecido por el viento. Y la noche también fue
ventosa.
El ulular del viento derramó en silencio el fruto del
manzano.
Ese viento transportará otros meses la intensidad de la
amistad en clave de luna.
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