Primero apagué la luz, segundo cerré los ojos y después mi
cabeza se llenó de búfalos.
Ahora tocaba dormir y antes leía “El lagarto astronauta” de
Kenneth Cook y me disculpaba del Andy protagonista del cuento “Los cazadores de
búfalos” por dejar la lectura y él me sonreía cautivadoramente con su cara de
tortuga lenta mientras mi cabeza se llenaba de los búfalos que el cazaría para
regalárselos a los tres aborígenes que se llamaban Bill, Bill y Bill.
Una vez me hube dormido se oyó un ruido enorme y se me cayó
el cielo encima de la cabeza y pensé que era la manada de búfalos de Andy que
trotaba en mi cama pero era el cielo que había adquirido forma de estantería
repleta de libros pendientes de leer y que caían sobre mi cabeza.
Eran las 06:30 h. y algunos libros de Haruki Murakami,
Volpi, Manuel Puig, Carson MacCullers, Trapiello, Philip K. Dick,… decidieron
entrar todos de golpe en mi cabeza sin esperar a que yo empezase su lectura.
No consiguieron más que darme un susto monumental y matar el
sueño en el que yo era un campesino inexperto y otro campesino sin identificar
me enseñaba a utilizar los aparejos de la labranza y el cielo transmutado en
estantería con libros aplastaba las gafas de concha con las que acostumbro a
ver y a que me vean todos lo días.
Por ello tuve que cambiar mis planes y nada más levantarme
me dirigí a la óptica para arreglar mis gafas y así volver a ser visto como
siempre y yo volver a ver a los demás también como siempre.
Y lo que ví camino de la óptica fue sorprendente.
Ví apostados a
la entrada de un supermercado de un barrio popular de mi ciudad a un mendigo
viejo y en un estado bastante lamentable y a una mendiga de no demasiada edad
que en actitud displicente y somnolienta esperaban que los transeúntes les
dejasen las monedas de la caridad
en los cuencos que situaban entre sus piernas.
De pronto el mendigo decidió dar por terminada su jornada
laboral a pesar de no ser más de las 11 h. de la mañana y al levantarse se
acercó a la indigente y sin pronunciar palabra depositó la mitad de su
recolecta en el cuenco de la mujer que a su vez se lo agradeció con un lacónico
Gracias, Santi.
Yo me quedé sin cruzar el paso de peatones que me había
detenido en mi camino porque ya sin búfalos ni libros sin leer en mi cabeza
ésta pensó que el tierno gesto de Santi había sido de una dulzura maravillosa.
Un mendigo maloliente y abandonado de sí mismo partía su
cosecha con su compañera de asfalto gris y sucio y se marchaba tranquilamente
con el mismo gesto y expresión con la que compartía acera y clientes de
limosna.
Pensé que hasta en la más recóndita suciedad nace la belleza
y se puede elevar un fantástico canto de amor. Me hubiese gustado ver la mirada
cruzada de ambos pero estaba sin gafas.
Mi escasa visión favorecía el pensamiento y pensé si alguien
puede imaginarse a un rico repartiendo un cachito de su riqueza con otro rico.
Y pensé que ni siquiera un necio podría imaginarse un
acontecimiento así.
Pensé que lo que sí podía hacer yo que tampoco creía que
alguien hiciese lo que hizo Santi es compartir este asunto con aquellos que me
quieran leer y así conocer si el lector pertenece a los necios, a los pobres
que su limosna reparten, a los ricos que nada comparten o si por un casual es
uno entre millones de los que sí podrían imaginar que un rico compartiese algo
con otro rico.
Y pensé que si el lector es de este último grupo deberíamos
entre todos identificarlo para erigirlo en el salvador de esta cínica y
miserable sociedad que sí compartimos los necios y los pobres y los ricos
porque de las buenas ideas aunque sólo sean imaginadas puede brotar la bondad.
Maravillosa escena y reflexión. No sé si será excepcional o es que cuando ya no se tiene nada,o casi nada, con lo que subsistir uno se vuelve más dado a compartir... ¿se es más generoso?. Dicen que en África, yo no he estado, cuando viajas a poblaciones de miseria extrema te reciben ofreciéndote lo poco que tienen...
ResponderEliminarHoy volviendo del taller pensaba "puto dinero, qué cosa tan absurda hemos inventado!"
Así es, Helena.
ResponderEliminarSerá verdad aquello que dice que cuanto más tienes más quieres.
Parece que ando inmerso en estas reflexiones ya que la anterior Entrada, "Colección de miradas", también se refería al desapego y a mi necesidad de coleccionar intangibles de amor, bondad y entrega.
Volveré a ver a Santi, que está en Gran de Gracia, en la entrada del Supermercado Consum, ya que visiones como esa reconfortan y además quiero aprender de su comportamiento, que es su ofrecimiento incondicional a los demás.