Dicen que todos, en algún lugar del mundo, tenemos otra
persona que se nos parece mucho, tanto físicamente como en cuanto a la
personalidad se refiere.
No hace muchas semanas muy cerca de mi casa en Barcelona
observé a una mujer y la confundí con una de mis hermanas. Me dirigí hacia ella
convencido de que era mi hermana y me empezaron a asaltar las dudas sobre su
verdadera identidad conforme más me acercaba. No era mi hermana, pero el
parecido físico era tremendo. Disparé con mi móvil algunas fotografías de aquel
rostro cuidándome mucho de que ella no detectase mi intrusión en su esfera
privada. Creo que lo conseguí, al igual que tres fotografías que luego remití a
mi hermana, que me reconoció su sorpresa al verse reencarnada o casi en otra
mujer.
Desconozco si la personalidad de mi hallazgo tiene algo que
ver con el de mi hermana.
Ayer leí un una crítica literaria sobre el libro de un autor
bostoniano, libro que adquiriré en las próximas fechas.
El autor tiene por nombre de pila Francisco, pero las
amistades le llaman Paco. Nació en 1954, hijo de un judío americano de origen polaco y madre guatemalteca. En el 2007 enviudó del gran amor de su vida, una
guatemalteca de nombre Aura Estrada, que indigestaba de sándwichs de pastrami.
Murió de un golpe de una ola de mar en una playa del Pacífico mejicano que
afectó severamente a su cuello.
Goldman, en su dolor, parece adivinar el rostro de Aura en
las ramas de un arce de Brooklin y cada mañana acude al mismo árbol para
decirle que lo quiere.
Lo último que le dijo su esposa antes de fallecer fue
“Quiéreme mucho, mi amor”. Francisco Goldman, escritor y reportero de guerra,
pensaba que ya conocía en profundidad el dolor.
Con el fallecimiento de su mujer Goldman descubre la
verdadera amplitud y extensión del dolor, como arraiga y penetra en el cerebro y en la
barriga y en el pecho y en el sexo.
Goldman pasó los siguientes seis meses borracho, hasta ser
atropellado en una calle de Nueva Cork por un coche. En el Hospital le avisaron
de que su estado era tan precario que temían pudiese fallecer. La noticia lo
alegró. Decide escribir “Di su nombre” para mirar las ruinas del futuro y
también para que su felicidad de antaño y su dolor de duelo se diseminen y den
paso a nuevas vivencias.
Con ello y una paliza nocturna que tuvo con chicos ricos
después del quinto aniversario de la muerte de Aura el autor dice que ha
finalizado su duelo.
Creo que yo he descubierto mi alter ego psicológico en este
otro Paco de más allá del Atlántico, que no el físico porque la foto que busco
de Goldman me dice que salvo en el uso de las gafas no nos parecemos en nada.
1954, muerte de mi amada de un golpe de cáncer, de origen
diferente al propio por parte de madre, borracheras silenciosas y solitarias de
duelo, indigestiones de las ostras que descubrió embarazada de su segundo hijo,
nubes admiradas y besadas en la distancia porque el rojo y verde de sus colores
eran las tonalidades de los ojos y cabellos de mi fallecida mujer,
dolor físico en mis miembros y ansiedad en el pecho y en el
alma, “Tenéis que quereros mucho más entre vosotros”, enfermedad casi de muerte
por salmonelosis,…
Leeré “Di su nombre” y espero que así también finalice mi
duelo, Paco Goldman. Te deseo y me deseo suerte.
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