domingo, 13 de enero de 2013

Alter Ego


Dicen que todos, en algún lugar del mundo, tenemos otra persona que se nos parece mucho, tanto físicamente como en cuanto a la personalidad se refiere.

No hace muchas semanas muy cerca de mi casa en Barcelona observé a una mujer y la confundí con una de mis hermanas. Me dirigí hacia ella convencido de que era mi hermana y me empezaron a asaltar las dudas sobre su verdadera identidad conforme más me acercaba. No era mi hermana, pero el parecido físico era tremendo. Disparé con mi móvil algunas fotografías de aquel rostro cuidándome mucho de que ella no detectase mi intrusión en su esfera privada. Creo que lo conseguí, al igual que tres fotografías que luego remití a mi hermana, que me reconoció su sorpresa al verse reencarnada o casi en otra mujer.
Desconozco si la personalidad de mi hallazgo tiene algo que ver con el de mi hermana.

Ayer leí un una crítica literaria sobre el libro de un autor bostoniano, libro que adquiriré en las próximas fechas.
El autor tiene por nombre de pila Francisco, pero las amistades le llaman Paco. Nació en 1954, hijo de un judío americano de origen polaco y madre guatemalteca. En el 2007 enviudó del gran amor de su vida, una guatemalteca de nombre Aura Estrada, que indigestaba de sándwichs de pastrami. Murió de un golpe de una ola de mar en una playa del Pacífico mejicano que afectó severamente a su cuello.
Goldman, en su dolor, parece adivinar el rostro de Aura en las ramas de un arce de Brooklin y cada mañana acude al mismo árbol para decirle que lo quiere.
Lo último que le dijo su esposa antes de fallecer fue “Quiéreme mucho, mi amor”. Francisco Goldman, escritor y reportero de guerra, pensaba que ya conocía en profundidad el dolor.
Con el fallecimiento de su mujer Goldman descubre la verdadera amplitud y extensión del dolor, como arraiga y penetra en el cerebro y en la barriga y en el pecho y en el sexo.
Goldman pasó los siguientes seis meses borracho, hasta ser atropellado en una calle de Nueva Cork por un coche. En el Hospital le avisaron de que su estado era tan precario que temían pudiese fallecer. La noticia lo alegró. Decide escribir “Di su nombre” para mirar las ruinas del futuro y también para que su felicidad de antaño y su dolor de duelo se diseminen y den paso a nuevas vivencias.
Con ello y una paliza nocturna que tuvo con chicos ricos después del quinto aniversario de la muerte de Aura el autor dice que ha finalizado su duelo.

Creo que yo he descubierto mi alter ego psicológico en este otro Paco de más allá del Atlántico, que no el físico porque la foto que busco de Goldman me dice que salvo en el uso de las gafas no nos parecemos en nada.
1954, muerte de mi amada de un golpe de cáncer, de origen diferente al propio por parte de madre, borracheras silenciosas y solitarias de duelo, indigestiones de las ostras que descubrió embarazada de su segundo hijo, nubes admiradas y besadas en la distancia porque el rojo y verde de sus colores eran las tonalidades de los ojos y cabellos de mi fallecida mujer,
dolor físico en mis miembros y ansiedad en el pecho y en el alma, “Tenéis que quereros mucho más entre vosotros”, enfermedad casi de muerte por salmonelosis,…


Leeré “Di su nombre” y espero que así también finalice mi duelo, Paco Goldman. Te deseo y me deseo suerte.

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