miércoles, 27 de febrero de 2013

Madrugada


Cuando se vaya la luna de harina y rozando con levedad tus labios te diré quien soy.

Emergerá el sol que es de mermelada de naranja y calentará mi cuerpo frío por el rocío y el relente de la madrugada.

Y en ese momento le explicaré mis secretos al viento cuando llegue siseando y con la lentitud parsimoniosa de la fatiga se siente junto a mi, exhausto, para descansar su cansancio tras recorrer el mundo entero.

Y le explicaré que pondré mi voz a los truenos y la lluvia y que enciendo velas para que los relámpagos nos iluminen el alma extenuada y la suerte de estar unidos alumbre nuestras presencias.

Le diré también que amo la armonía que crea en el baile de las hojas de los árboles, el zarandear de los arbustos, el rizo del pelo de lana de las ovejas, la elegancia de la melena del león cuando al viento ondea, el silencio del felino que en la selva otea, el zigzagueo de la libélula, el florecer del cerezo y del ciruelo, el lento crecer de la hierba y el despido otoñal de las tomateras, el crepitar de la leña que arde con su cortejo, el canto seductor del macho de la paloma y su ulular en las alas de la tórtola.

Viento que te llamas brisa, ventisca, huracán, tornado, vendaval,… y finalmente calma.

Yo te pondré fresias blancas y amarillas y rosas de roja pasión y claveles mediterráneos que huelan como la miel y el almizcle, y frotaré mi cuerpo con piedras suaves y dulces de sándalo y ámbar, para que después el agua del mar de invierno en mi baño me cubra y recubra con su sal de peces y algas y mareas.

Le cerraré a la madrugada los ojos y abriré sus párpados con besitos lindos de margarita.

Lameré todo tu cuerpo cuando el sol apunte en la línea en la que finaliza el mar, mar que será tranquilo, sosegado, plateado hasta que se temple con mi cuerpo y se encabrite de azul marino y el verde moteado de rojo del jade porque la luna de harina se diluye en la lejanía.

Entonces, madrugada, ya no se si sabré decirte quien soy porque estaré embebido de tu dicha.

Pero volveré al atardecer para ver de nuevo a la luna de harina aparecer y esperaré con la paciencia y el fragor del amante tu llegada de madrugada para con un leve roce en tus labios decirte quien soy.

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