(Este cuento se lo dedico
a mi amiga Pilar que es una desconocida sirena muy serena y de voz lenta y de
perfecta cadencia y que tal vez podría llamarse Lorena , porque la rima me
divierte y porque además me da la gana porque cuando me veo con ella es siempre
con gana de cenar.
Que estupidez!!!).
Narraba el otro día el cuento
de “El Elefante que de una mariposa se enamoró” cuando mi maestra en el arte de
hechizar con las palabras y lograr que los personajes salgan de los libros y
entren en nuestro mundo me comentó que ella sabía de un maravilloso cuento en
el que un elefante se enamoró de una hormiga.
Decía que el elefante iba
todos los días con muchísima ilusión a ver la cola que las hormigas hacían con
su comidita para sus casitas, y allí descubrió a esa hormiga de cinturita
estrechita y toda ella arregladita y monísima con su sonrisa negra y sus ojitos
saltarines.
Así lo hacía cada día y cada
día sentía que el amor empezaba a invadir su cuerpote de elefantote.
Hasta que uno de esos días,
ya al atardecer que es cuando las hormigas laboriosas ya regresan a su hogar
mientras las cigarras tocan la guitarra, pensó que le encantaría conocer la
casita de su ya amada hormiga de cinturita estrechita.
¿Pero cómo iba a entrar en el
hormiguero que tenía esa puerta tan pequeñita?
¡ Fácil ! Recordó el consejo
de su ya muy anciano padre, que le decía en su adolescencia que siempre las
soluciones a los grandes problemas son soluciones muy sencillas: empieza por
introducir la trompa y después…. ¡pues el resto del cuerpo !
Y así lo hizo, y así se
encontró ya en el interior del hormiguero.
Descubrió entonces que había
infinidad de pequeñas puertas como de pequeños apartamentos y que todas ellas
eran iguales, hasta que de pronto, observó que una de aquellas puertecitas
tenía una alfombrilla que decía “Bienvenido, gran amigo” y que poco a poco se
retiraba hacia el interior de la casita, y supo enseguida que aquella era la
casa de su enamorada de cinturita estrechita.
Llamó a la puerta pero se
olvidó de que debía entrar primero con la trompa y luego con el resto del
cuerpo y como quiso entrar loco de alegría derrumbó el hormiguero entero.
El elefante tuvo que irse al
lago para limpiarse toda la tierra que encima le cayó, y la hormiga se mareó y
una ambulancia la trasladó a un Hospital que no le gustó y partió y caminó
hasta que exhausta en mi casa apareció.
Y en mi almohada descansó,
panza al aire y con sus patitas un poco desparramaditas.
Allí me la encontré y allí la
dejé descansar toda esa noche fría de febrero porque agotadita se la veía.
Por la mañana, tempranito
porque las hormigas son muy trabajadoras, abrió un ojito y al verme un poquito
se sorprendió y provocó que el segundo ojito rápidamente también se abriese y
sus ojos ya como melocotones asustada me observó.
Con mis manos la tranquilicé
y con la más suave de mis entonaciones allí mismo le comuniqué que su historia
conocía y que de paseo íbamos a salir para tranquilizar sus emociones.
A la hormiga coloqué en una
de las patillas de mis gafas para así poder verla de reojo y atento estar a
cualquier necesidad porque muy prudente ella me comentó que aún no del todo
bien estaba su mente.
Yo deseaba encontrar un
hormigo amigo mío de Sarriá para que amistad entablasen y quien sabe si a la
larga otras cosas ensamblasen.
Y de pronto, bbbbzzzzzzz,
bzzzzzzz, bbbbbzzzzz, un enorme abejorro en la otra patilla de mis gafas
aterrizó, no sin antes frenar su vuelo con ppppfffff, ppppffffff y así
aterrizó.
Yo del susto por el
descomunal zumbido y frenado en seco muy cerca de uno de mis ojos revoloteé con
mis manos y las gafas con hormiga y abejorro se despiden de mi nariz y orejas y
en un instante en una papelera se introdujeron.
Qué susto!!!
Recojo las gafas, y un
disgusto me da de nuevo un gran susto.
¡A la hormiga su estrecha
cinturita se le rompió y en dos partes se fracturó!
Y el abejorro ya no zumba
sino que solloza porque le entra la congoja.
Pero una idea aparece como un
zumbido entre las alas del abejorro y enseguida la acometió y es que juntó las
dos partes del cuerpo de la hormiga de cinturita estrechita y con su miel las
pegó.
Y la hormiga curó y, además,
del abejorro se enamoró.
Y el abejorro ya no más
sollozó ni lloró porque también de la hormiguita se enamoró.
Y yo la buena visión recuperé
con las gafas que no fracturé.
El abejón y la hormiga, que
se subió a su lomo, volaron por este mundo y observaron que todos desde las
alturas somos como muy pequeñitos, incluso aquellos que son importantes y van
en limusinas y en jets privados porque ellos se piensan que así son importamos,
pero desde unos cuantos metros arriba se obtiene la certeza de que así no es,
porque todos somos pequeñitos menos los de espíritu grande y que son los menos
porque esos irradian alegría, y su optimismo y convicción contagian hasta a las
hormigas y los abejorros de las rayas negras y amarillas.
Abejón y hormiga decidieron
en breve porque su vida es algo efímera empezar su armonía en común y hacia el
bosque de Collserola se dirigieron porque también alguna visita quisieran a mi
domicilio hacer y el bosque es de cercanía y los ví partir con muchísima
alegría.
Semanas después me explicó la
de la cinturita con la miel curadita que Taxi, así llamó a su amor abejorro
porque esos eran los colores de su cuerpo al igual que los chóferes de los
autos públicos pero de pago de Barcelona, que hallaron un pájaro carpintero que
se prestó a construir su casita en un árbol, y que eran felices en su amor y
que el pajarraco de la madera de plumaje negro pero con manchas blancas se
quedaba en la puerta porque en la casita no cabía, pero que allí era feliz
velando el sueño de la pareja y cazando gusanitos nocturnos con su pico
delgadito pero con mucha fuerza por ser de oficio carpintero.
La hormiga esbelta y su
abejorro gordo empezaron a criar muchos hijitos y de ahí surgieron las hormigas
voladoras que son las que aparecen en muchas ocasiones en las que unos tipos
raros que llaman humanos hacen barbacoas nocturnas y ellas molestan un poco con
su revoloteo alocado del amor de sus padres alrededor de su cocina, y los
asustan porque como humanos que son no saben lo que es el amor, ni la
comprensión, ni la tolerancia, ni a veces la amistad, el cariño, el desinterés
en sus relaciones, ni el aprecio, e incluso a veces se persiguen entre ellos
porque el color de su piel es diferente o porque sus ideas no coinciden con las
de sus semejantes o porque nacieron en otro sitio que no es el suyo y eso hace
que entre ellos no se entiendan y hasta hablan idiomas diferentes porque
explican no sé qué sobre la Torre de Babel.
Y, sin embargo, el abejorro y
la hormiga de la cinturita estrechita prosiguen con su amor y demuestran, una
vez más, como el Señor Elefante del África Central y la Señora Mariposa de
Madagascar, que todo amor es posible, incluso a veces inevitable, y sobretodosobretodosobretodo
que amar es un amor que es
necesario e imprescindible y siempre el dar es bien recibido y así se vive
mucho mejor.
Y este cuento que yo te he
narrado,
sirenita serenita,
si no es mentira,
es verdad.
Y si es mentira, pues bien,
y si es verdad, pues también.
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