martes, 26 de febrero de 2013

Miel para tu cintura


(Este cuento se lo dedico a mi amiga Pilar que es una desconocida sirena muy serena y de voz lenta y de perfecta cadencia y que tal vez podría llamarse Lorena , porque la rima me divierte y porque además me da la gana porque cuando me veo con ella es siempre con gana de cenar.
Que estupidez!!!).

Narraba el otro día el cuento de “El Elefante que de una mariposa se enamoró” cuando mi maestra en el arte de hechizar con las palabras y lograr que los personajes salgan de los libros y entren en nuestro mundo me comentó que ella sabía de un maravilloso cuento en el que un elefante se enamoró de una hormiga.
Decía que el elefante iba todos los días con muchísima ilusión a ver la cola que las hormigas hacían con su comidita para sus casitas, y allí descubrió a esa hormiga de cinturita estrechita y toda ella arregladita y monísima con su sonrisa negra y sus ojitos saltarines.
Así lo hacía cada día y cada día sentía que el amor empezaba a invadir su cuerpote de elefantote.
Hasta que uno de esos días, ya al atardecer que es cuando las hormigas laboriosas ya regresan a su hogar mientras las cigarras tocan la guitarra, pensó que le encantaría conocer la casita de su ya amada hormiga de cinturita estrechita.
¿Pero cómo iba a entrar en el hormiguero que tenía esa puerta tan pequeñita?
¡ Fácil ! Recordó el consejo de su ya muy anciano padre, que le decía en su adolescencia que siempre las soluciones a los grandes problemas son soluciones muy sencillas: empieza por introducir la trompa y después…. ¡pues el resto del cuerpo !
Y así lo hizo, y así se encontró ya en el interior del hormiguero.
Descubrió entonces que había infinidad de pequeñas puertas como de pequeños apartamentos y que todas ellas eran iguales, hasta que de pronto, observó que una de aquellas puertecitas tenía una alfombrilla que decía “Bienvenido, gran amigo” y que poco a poco se retiraba hacia el interior de la casita, y supo enseguida que aquella era la casa de su enamorada de cinturita estrechita.
Llamó a la puerta pero se olvidó de que debía entrar primero con la trompa y luego con el resto del cuerpo y como quiso entrar loco de alegría derrumbó el hormiguero entero.
El elefante tuvo que irse al lago para limpiarse toda la tierra que encima le cayó, y la hormiga se mareó y una ambulancia la trasladó a un Hospital que no le gustó y partió y caminó hasta que exhausta en mi casa apareció.
Y en mi almohada descansó, panza al aire y con sus patitas un poco desparramaditas.
Allí me la encontré y allí la dejé descansar toda esa noche fría de febrero porque agotadita se la veía.
Por la mañana, tempranito porque las hormigas son muy trabajadoras, abrió un ojito y al verme un poquito se sorprendió y provocó que el segundo ojito rápidamente también se abriese y sus ojos ya como melocotones asustada me observó.
Con mis manos la tranquilicé y con la más suave de mis entonaciones allí mismo le comuniqué que su historia conocía y que de paseo íbamos a salir para tranquilizar sus emociones.
A la hormiga coloqué en una de las patillas de mis gafas para así poder verla de reojo y atento estar a cualquier necesidad porque muy prudente ella me comentó que aún no del todo bien estaba su mente.
Yo deseaba encontrar un hormigo amigo mío de Sarriá para que amistad entablasen y quien sabe si a la larga otras cosas ensamblasen.
Y de pronto, bbbbzzzzzzz, bzzzzzzz, bbbbbzzzzz, un enorme abejorro en la otra patilla de mis gafas aterrizó, no sin antes frenar su vuelo con ppppfffff, ppppffffff y así aterrizó.
Yo del susto por el descomunal zumbido y frenado en seco muy cerca de uno de mis ojos revoloteé con mis manos y las gafas con hormiga y abejorro se despiden de mi nariz y orejas y en un instante en una papelera se introdujeron.
Qué susto!!!
Recojo las gafas, y un disgusto me da de nuevo un gran susto.
¡A la hormiga su estrecha cinturita se le rompió y en dos partes se fracturó!
Y el abejorro ya no zumba sino que solloza porque le entra la congoja.
Pero una idea aparece como un zumbido entre las alas del abejorro y enseguida la acometió y es que juntó las dos partes del cuerpo de la hormiga de cinturita estrechita y con su miel las pegó.
Y la hormiga curó y, además, del abejorro se enamoró.
Y el abejorro ya no más sollozó ni lloró porque también de la hormiguita se enamoró.
Y yo la buena visión recuperé con las gafas que no fracturé.
El abejón y la hormiga, que se subió a su lomo, volaron por este mundo y observaron que todos desde las alturas somos como muy pequeñitos, incluso aquellos que son importantes y van en limusinas y en jets privados porque ellos se piensan que así son importamos, pero desde unos cuantos metros arriba se obtiene la certeza de que así no es, porque todos somos pequeñitos menos los de espíritu grande y que son los menos porque esos irradian alegría, y su optimismo y convicción contagian hasta a las hormigas y los abejorros de las rayas negras y amarillas.
Abejón y hormiga decidieron en breve porque su vida es algo efímera empezar su armonía en común y hacia el bosque de Collserola se dirigieron porque también alguna visita quisieran a mi domicilio hacer y el bosque es de cercanía y los ví partir con muchísima alegría.
Semanas después me explicó la de la cinturita con la miel curadita que Taxi, así llamó a su amor abejorro porque esos eran los colores de su cuerpo al igual que los chóferes de los autos públicos pero de pago de Barcelona, que hallaron un pájaro carpintero que se prestó a construir su casita en un árbol, y que eran felices en su amor y que el pajarraco de la madera de plumaje negro pero con manchas blancas se quedaba en la puerta porque en la casita no cabía, pero que allí era feliz velando el sueño de la pareja y cazando gusanitos nocturnos con su pico delgadito pero con mucha fuerza por ser de oficio carpintero.
La hormiga esbelta y su abejorro gordo empezaron a criar muchos hijitos y de ahí surgieron las hormigas voladoras que son las que aparecen en muchas ocasiones en las que unos tipos raros que llaman humanos hacen barbacoas nocturnas y ellas molestan un poco con su revoloteo alocado del amor de sus padres alrededor de su cocina, y los asustan porque como humanos que son no saben lo que es el amor, ni la comprensión, ni la tolerancia, ni a veces la amistad, el cariño, el desinterés en sus relaciones, ni el aprecio, e incluso a veces se persiguen entre ellos porque el color de su piel es diferente o porque sus ideas no coinciden con las de sus semejantes o porque nacieron en otro sitio que no es el suyo y eso hace que entre ellos no se entiendan y hasta hablan idiomas diferentes porque explican no sé qué sobre la Torre de Babel.

Y, sin embargo, el abejorro y la hormiga de la cinturita estrechita prosiguen con su amor y demuestran, una vez más, como el Señor Elefante del África Central y la Señora Mariposa de Madagascar, que todo amor es posible, incluso a veces inevitable, y sobretodosobretodosobretodo que amar es un amor  que es necesario e imprescindible y siempre el dar es bien recibido y así se vive mucho mejor.

Y este cuento que yo te he narrado,
sirenita serenita,
si no es mentira,
es verdad.
Y si es mentira, pues bien,
y si es verdad, pues también.

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