sábado, 14 de diciembre de 2013

Personajes de mi pueblo (7) o una tarde noche en “El Canalla”.


Se me ocurre lo que se me ocurre muchos días y que es acercarme a un Bar de mi pueblo que no es pueblo porque es un barrio de la ciudad pero huele como si fuese un pueblo con la novela de Javier Calvo que estoy acabando.
El Bar suele ser tranquilo y permite una buena lectura y si la dejas haces de mirón o charlas con los camareros. Gente maja.
Me pido un orinal de cerveza. Tengo ganas de ahogarme un poco en cerveza. Exagero. Es sólo medio litro. Igual me pido dos, dos orinales. Un litro.

De pronto se empieza a llenar el Bar. Hasta los topes. Una boda. Del padre del cocinero, que conozco después de muchas cocinas y comidas.
Cava para todos. ¡Viva los novios! Y más ¡ Vivan los novios ¡ y ¡Viva la madre que los parió!, y ¡Qué la fiesta no decaiga! y la lectura a tomar por los traseros míos.
Me invitan a cava. Lo rechazo por que estoy con la cerveza. Insisten. Digo que vale, que una copa, que ya me la tomaré. No pienso hacerlo porque se alía con mi trasero y con aires que no son como los de hoy que vienen del Norte.

Detrás de mi puesto en la barra oigo moquear. Después como un llanto entrecortado. Ahora convulso. Más mocos. Pañuelos y ruido de fosas nasales descargando. Me giro. Hay una mujerona grande como un búfalo que llora y habla por el móvil. Tiene dos grandes granos de esos que no se quitan en una mejilla. Los de la boda ni se enteran porque viva y viva y más vivas a todo lo que se les asoma a la boca.

Como que ya hace rato que no leo decido girar mi cuerpo y le pregunto al búfalo disfrazado de señorona si necesita algo, si le ocurre algo y si yo puedo aliviarla. Llora ya tan ruidosamente que me levanto para que los de la boda disfruten y no se enteren de los padecimientos de los demás, que ahora no les toca.

Me acerco, le pongo la mano en el hombro y la miro con la mejor de mis miradas tristes pero que contienen SOS y ella me mira y con voz trémula y áspera me dice si me puede abrazar un momento.
Le digo que sí, qué le voy a decir, y me siento en un taburete de esos que me duermen los pies porque me cuelgan y ella me coge por la cintura y recuesta su cabeza en mi hombro.
No sé que hacer y no qué decir, así que le doy un beso ligero en la mejilla que no tiene los dos grandes granos.
Me mira con ojos de pez acuoso, me coge la cara con sus dos manazas y me planta un beso en el morro sonoro y baboso.

Me aturdo pero reacciono y le pregunto si ya está mejor para prepararme la retirada y me contesta que sí y esboza una tímida sonrisa acompañada de algunos aspavientos de su enorme cuerpo. La acaricio nuevamente en el hombro y regreso a mi puesto de control en la barra.

Los dos camareros y el cocinero de tapas rápidas me miran flipando y uno dice que cómo es posible que ligue con todas las mujeres que al Bar acuden conmigo y por contestar digo que los hombres que comprendemos bien a las mujeres rara vez tenemos que ver con ellas.
No se lo creen, pero es mi caso.
De vez en cuando oigo moquear de nuevo pero no me giro, no sea que deba regresar al recibo de labios viscosos.

La boda sigue, y me traen más cava y les enseño que no he probado todavía la primera copa, pero me dejan una segunda.

Pienso en qué es lo que hará sufrir al hipopótamo que prosigue con el resoplo detrás de mí, cuando se me acercan dos embriones de ejecutiva que no llegan a los treinta años y que en el interior del Bar celebran una de esas horribles fiestas de Navidad y una de ellas me dice que si me pueden morder el labio. Que están de Navidad y que las han retado en apuesta a que besasen al tipo de la gorra y los pelos largos de la barra. Es decir, yo. No añaden y feo porque el alcohol todavía no es excesivo y les rige la prudencia.

Me quedo otra vez de color blanco suciote y les digo que si me quito la gorra, que así les será más fácil. Y una primera y después la otra me dan un pequeñito mordisquito en mi labio inferior. Ríen y se van. A eso de un metro se giran y me dan las gracias efusivamente, y comentan que he estado genial.
Yo pienso en decir que podíamos prolongar el mordisco un rato más pero me callo para no ser hortera. Y viejo. Y fuera de lugar. Sonrió y hago el gesto americano de tocar la punta de mi gorra que ya está en mi pelambrera con el índice de mi mano derecha. Como a lo Bogart pero en mal hecho.
Luego me siento ridículo.

Regresan al rato y me ofrecen una copa del vermut marca el Morro Fi porque les ha parecido que el nombre era como a propósito para mí, y yo les digo que parece que todos se han empeñado en que beba de todo y que tengo que pasar un control de alcoholemia sin coche nada más salir del Bar.
Se ríen desproporcionadamente porque mi broma es una chorrada y me dejan la copa.
Ya tengo cuatro en la barra, el orinal de cerveza casi sin tocar porque no me dejan y es lo que me apetece, dos de cava y una de Morro Fi que no me seducen, por lo menos hoy. Veremos como acaba la barra. Y yo.

Entra un representante de productos farmacéuticos que suelo encontrarme en el Bar algún domingo después de misa. No. Yo no voy a misa, y el representante no tiene pinta de hacerlo, pero la hora en la que nos encontramos es la de después de la misa.
Me saluda contento y como si fuese una novedad y divertida verme por ese Bar y le dice al camarero que nos ponga una tapa de ensaladilla rusa y dos copas de Ribera del Duero que nos lo vamos a tomar juntos.
Desisto de explicar nada pero veo una solución a mí problema cuando me pregunta si todas las copas frente a mí son mías.
Parece que tendré fortuna.
Le digo que no, que ya estaban allí, que lo mío es el orinal de cerveza. Se descojona con lo de el nombre de orinal y llama al barman y le dice que limpie la barra salvo la cerveza.
Salvado. Superaré el control de alcohol.
No le digo que en casa tengo preparada una tortilla de patatas y que paso de ensaladilla para cenar porque entre los hurras y otras expresiones de los de la boda es imposible hacerse entender. Da igual. Que sirvan la ensaladilla. Haré ver que como algo y él se la zampará toda. Como casi todos los domingos.

Entones detecto risas detrás de mío. Me giro y el  mamut ya no llora. Se parte el pecho de la risa y me pregunta si yo soy siempre así y le digo que no, que así son los demás, que yo soy de otra manera. Ahoya ya se ríe no a pierna suelta porque rompería el taburete pero ríe de verdad y más sonoramente que cuando hacía mocos. Me mira y me lanza un beso. No lo devuelvo porque huelo peligro.

Sólo deseo largarme porque aparece el agobio. Quería leer y degustar cerveza y casi me provocan una cogorza que no me apetece. Por lo menos hoy.

La ensaladilla ha desaparecido. El representante me dice que estaba muy buena, verdad. Afirmo. Me chupo casi toda la cerveza de un largo trago y me despido. Y le doy las gracias por la invitación, porque lo paga todo.

Con la mano le digo adiós a la dama que está descolocada por las risas y los llantos y ella me lanza un silabeado y silencioso gracias, doy una palmada en el hombro al representante y grito un adeu a los camareros que me lo devuelven.

En la calle de  mi pueblo que no es un pueblo porque es un barrio pero huele como un pueblo hace frío y se desliza ágil un poco del viento gélido del norte. Me gusta. Que alivio. Regreso a casa. Podré leer aunque sea sin orinal.

2 comentarios:

  1. Hoy iré al Bar con una vela para que su fuego vele por mi lectura, y con un orinal, que llenaré de cerveza para que cumpla dos cometidos: que nadie me ofrezca más bebida porque suficiente habrá en el mingitorio, y ahogar a aquel que moleste mi lectura.
    ¿Crees que funcionará? ¿O será peor?
    Bueno, en el peor de los casos echaré unas risas con los lugareños, que es muy saludable (ayer un tipo cantaba por la calle "Por la mañana rocío", y yo seguí en voz alta "al mediodía calor", él prosiguió "por la tarde los mosquitos" y yo cerré "madre, no quiero ser labrador", reímos y cada uno siguió su camino).

    Contesté las amables palabras de Víctor tras su lectura de "El Mago Pamplinas" inmediatamente después de sus comentarios en el Blog.

    ¡¡¡ Cuídate mucho, niña de la peca !!!

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