(Este pequeño párrafo de prosa poética, ¿se me permite
así llamarlo?, que ayer escribí se lo dedico a una amiga, muy amiga, que lo
leyó ayer y me dedicó una bronca de las que hacen historia, historia mía, y que guardo para mí
por razones que no precisan de mayor aclaración.
En su bronca hasta mi infancia me quiso llevar, pero no
me dejé porque lo de caminar para atrás se me da peor que para adelante, que es
como me parto los dedos de mis pies como hace unos días cuando la puerta de la
ducha decidió que en medio se imponía.
Es verdad que algo de desamparo sentía en la niñez cuando
solo me quedaba con Sor Casilda, que desde su garita de la entrada mucho me
quería y lo demostraba, y en el piso de arriba me esperaba la Madre Ana, que ya
quiso a mi madre y después a mí mismo y a mis hermanas y hermano, pero esas
eran mis escasas soledades porque el resto era un mundo de amores.
Le dedico lo escrito a mi amiga porque ella que todo lo comprende y mucho me
adiestra y aconseja en
conocimientos tal vez no entiende que mis sentimientos requieren y precisan de
manifestaciones con algo de ruido, porque si no me revientan dentro y mucho
malestar me comportan. Manifiesto y grito un poco porque es como cuando uno de
esos aires que decide circular por dentro de uno exige su desahogo.
Aún así la bronca recibida es ganada y reconocida y
aceptada.
Porque yo tus gritos necesito, amiga de mi alma, gran
amiga mía).
Ese amanecer, ese despuntar del día que yo tanto amé y que
en muchas ocasiones acompañé, se me congela, amor, en el relente de mi alma de
madrugada.
En mi alma húmeda.
Es mi alma desalmada y cada día más lluviosa y anegada.
El alma en el que se me acumula el llanto salado.
Ese despertar mío como ola salvaje que cantó el cantautor se
me amansa en el despertar de la mañana.
Los amaneceres se me han hecho gélidos y desamparados.
Mi lecho está frío porque mi cuerpo está helado y
desacompañado.
Mi espíritu al amanecer del día se siente yermo y acosado.
Encaro el alba con el frío que en mi alma se ha instalado.
Se me derrumba todo el exterior dentro de mí, como un mueble
desvencijado.
Amor, te fuiste y a mí me abandonaste.
Y yo, aquí me quedé, desamparado.
Desangelado.
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