miércoles, 5 de octubre de 2016

Dos enormes enseñanzas en un solo relato.

 
Cosas o hechos que conmueven a unos, no afectan a otros.
Esa es la gran riqueza de los sentimientos: su dificultad para ser comprendidos, y más difícil todavía, explicarlos a los demás.

Hay narradores que apuestan por no explicarlo todo en sus narraciones (porque es bien cierto que una historia bien explicada o narrada es más una noticia informativa y/o periodística que no narrativa, como manifestaba el escritor catalán Enrique Vila-Matas en un artículo que leí hace ya unos años) porque los cuentos empiezan en nosotros cuando terminamos de leerlos.

El relato al que me refiero en el título de este escrito es una historia que nos narró Heródoto, y que explica perfectamente tanto el tema de la individualidad de los sentimientos personales como el asunto de dejar abierto, por tanto no explicado en su totalidad, el cierre de una historia..

Dice el cuento de Heródoto (historiador y geógrafo) que el Faraón Psamético, tras la caída de Menfis (capital del Imperio Antiguo de Egipto), quinientos años antes de la era cristiana, fue capturado, junto a toda su familia, por el ejército persa comandado por el cruel Cambises II, quien quiso poner a prueba la entereza del Faraón.
Psamético fue colocado en un ángulo perfecto para que pudiese ver claramente el desfile de la victoria persa y a su hija, convertida en sirviente, que desfilaba entre los vencidos, y al mismo tiempo podía ver con claridad la figura de su hijo que caminaba hacia su ejecución y muerte.
El Faraón no se conmovió y aguantó con firmeza los duros momentos que le tocaban vivir, pero se derrumbó cuando reconoció entre los prisioneros a uno de sus sirvientes, un hombre viejo y miserable.
Entonces, justo en ese momento, Psamético rompió a llorar.

El misterio de ese enigmático llanto todavía hoy persiste.

La  narración de Heródoto es modélica, porque, por un lado, nos explica que el cuento nuca se entrega del todo para que así el lector se convierta en partícipe y lo finalice él mismo, y por otro lado nos enseña que la demostración y exposición de los propios sentimientos no atienden a patrones comunes para todos, tal vez porque los sentimientos son de una intimidad inescrutable e insondable.

Dos enseñanzas en un solo relato.

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