Hoy es 20 de marzo.
A las 11:29 h. ha empezado la primavera.
Como cada año desde que me trasladé a la Cerdanya unos minutos antes me he sentado a
esperar su llegada en el jardín de casa.
Siempre albergo una ilusión casi infantil cuando llega ese
momento exacto que anuncian los meteorólogos.
Vuelve la explosión de colores, nace la vida, los pájaros
cantan y vuelan con mayor vigor y una alegría que les desborda, y se empieza a
escuchar el zumbido de los insectos en torno a las florecillas blancas de los
ciruelos y las rosadas de los almendros, entre las ortigas y los rosales que
inician su floración. Oigo también discurrir el viento templado mientras baja
el agua por los regadíos cercanos a la huerta porque el deshielo ya empezó.
Ahora pasan una pareja de tórtolas con su collar de nácar
negro surcando lágrimas de nubes y gritando con estridencia su jolgorio.
Me han recordado que debo llenar los comederos de grano que
para ellos dispongo, y también para otros pájaros del cielo, en el viejo
manzano del jardín, que al igual que el peral sestean y retardan su brotar.
Escribo estas líneas y observo el rosal de pitiminí con el
que una pareja de amigos obsequiaron a mi compañera por la calidez de su
acogida en nuestra casa ceretana.
En poco tiempo se saciará de rositas amarillas, el color
preferido de la que pudo ser y no fue, a pesar de que le decoré todas las
estancias la casa de Barcelona con jarrones de rosas mosqueta.
Aparecen las primeras mariposas aleteando alocadas sobre el
césped. Regresan del cuento que dediqué al Elefante que de una Mariposa se
enamoró, él del África Central y ella de Madagascar.
Intuyo las primeras abejas buscando el escondite adecuado
para instalar su colmena y empezar a fabricar la cera y la miel del verano.
Y de golpe parpadeo y mis ojos, de nuevo en la contemplación
de la primavera, ven el cielo vestido de color verde y el césped de azul cielo.
Los almendros tiñen los pétalos de sus flores de naranja
levantino y las del ciruelo son del color del mercurio algunas y otras del
plateado de las perlas negras.
Las piedras del muro del jardín brillan amarillas y
deslumbran como el oro, y los leños apilados para el hogar del próximo invierno
son de plata pulida los más viejos y esmerilada los más jóvenes.
El tronco del manzano es del color del rubí y el del ciruelo
de marfil, y la estatua de la cabecita de muchacha que adorna la ventana de las
golfas en lo alto de la casa peina su pelo cobrizo al vaivén del viento
mientras observa con sus ojos de jade el romper de los colores.
Yo la miro y le envió besos de colores y le digo en susurros
que me gustaría hacerle cosquillas de arco iris en su ombligo de avellana,
mientras ella desvía su mirada hacia mí y sonríe con sus labios del color de
la fresa y la frambuesa.
Rebelle, la gata de mis vecinos franceses, deambula por el
jardín ajeno con lentitud felina y su cuerpo es transparente como el cristal y
su osamenta es de brillantes y sus bigotes de la tonalidad del coral blanco.
Pestañeo de nuevo y todo vuelve a la normalidad, y la
normalidad no es otra que el color y el olor embriagador de la primavera que
hoy se ha derramado sobre mi casa de la Cerdanya.
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