Hace unos días, pocos días, escribí un cuento sobre una niña
de pelo cobrizo y ojos de esmeralda que con una cajita de cerillas creaba
estrellas para el firmamento y para que cada persona pueda tener su estrella.
Hoy me he acordado de que hace algo más de dos años compré
una estrella a una Organización internacional para regalársela a una moza
ribereña y de tierras adentro, porque de ella me enamoré. Pero resultó ser una
mala estrella, o una estrella estrellada, porque al poco tiempo la ribereña me
tiró al arroyo.
Tal vez no le faltaron motivos, porque cuando se falla
amando y se disfruta de vicios, la vecina, que ni siquiera lo era todavía, no
tenía por qué soportarlos.
Pero yo la amé, y es posible que ahora me esté venciendo el
rencor. Con el tiempo lo erradicaré de mí, y la seguiré amando en la distancia,
imagino que desde su olvido, y purgaré mis equivocaciones, porque nada de lo
vivido es porque sí.
Es para algo.
Puede que para hacernos mejorar.
Ayer, jueves 16 de febrero, leí en “La Vanguardia” que la
pequeña Saglana Salchak, hija de pastores de caballos en la República rusa de
Tuvá, al sur de Siberia y fronteriza con Mongolia, se despertó una madrugada y
observó que su abuela no se movía en su lecho. Se dirigió a su abuelo, un
hombre anciano y ciego, quien la animó a ir a buscar ayuda a la casa de los
vecinos más cercanos, a ocho kilómetros de su casa en la taiga.
La pequeña se abrigó y partió hacia la casa de sus vecinos,
que eran su única posibilidad de ayuda dado que sus padres estaban con el
rebaño de caballos en una aldea alejada, y tenían que prestarles máxima
atención a los animales puesto que era su único medio de vida.
La niña caminó y caminó sobre la nieve y bajo el intenso
frío y cuando por fin encontró a un semejante le explicó su historia.
El hombre la llevó al Hospital de la región más cercano ya
que la niña de cinco años presentaba claros signos de hipotermia.
Allí fue acogida y los médicos que la atendieron declararon
que Saglana había podido sobrevivir a temperaturas de -34º porque se había
abrigado a conciencia, con pieles de oveja y zapatos con lana en su interior,
por la costumbre de los pastores de soportar bajas temperaturas, y eso que en
la zona -34º se considera una temperatura templada, y además, porque era una
auténtica profesional: salió de su casa en la taiga siberiana con una… ¡cajita
de cerillas!, por si necesitaba prender una hoguera para soportar el frío
nocturno.
La cajita de cerillas crea estrellas para el firmamento para
que cada uno tenga la suya, buena o mala, quiero imaginar que en función de sus
méritos, y también para proteger a una niña de cinco años que es una heroína.
Seguro que desde el cielo tuvo su participación en estrellar
una estrella y en la cajita de cerillas de Saglana mi niña de cabellos de fuego
y ojos de esmeralda.
No hay comentarios:
Publicar un comentario