viernes, 17 de marzo de 2017

Más de estrellas y cerillas: estrellas estrelladas, y coincidencias y casualidades de cerillas.

 
Hace unos días, pocos días, escribí un cuento sobre una niña de pelo cobrizo y ojos de esmeralda que con una cajita de cerillas creaba estrellas para el firmamento y para que cada persona pueda tener su estrella.

Hoy me he acordado de que hace algo más de dos años compré una estrella a una Organización internacional para regalársela a una moza ribereña y de tierras adentro, porque de ella me enamoré. Pero resultó ser una mala estrella, o una estrella estrellada, porque al poco tiempo la ribereña me tiró al arroyo.
Tal vez no le faltaron motivos, porque cuando se falla amando y se disfruta de vicios, la vecina, que ni siquiera lo era todavía, no tenía por qué soportarlos.
Pero yo la amé, y es posible que ahora me esté venciendo el rencor. Con el tiempo lo erradicaré de mí, y la seguiré amando en la distancia, imagino que desde su olvido, y purgaré mis equivocaciones, porque nada de lo vivido es porque sí.
Es para algo.
Puede que para hacernos mejorar.


Ayer, jueves 16 de febrero, leí en “La Vanguardia” que la pequeña Saglana Salchak, hija de pastores de caballos en la República rusa de Tuvá, al sur de Siberia y fronteriza con Mongolia, se despertó una madrugada y observó que su abuela no se movía en su lecho. Se dirigió a su abuelo, un hombre anciano y ciego, quien la animó a ir a buscar ayuda a la casa de los vecinos más cercanos, a ocho kilómetros de su casa en la taiga.
La pequeña se abrigó y partió hacia la casa de sus vecinos, que eran su única posibilidad de ayuda dado que sus padres estaban con el rebaño de caballos en una aldea alejada, y tenían que prestarles máxima atención a los animales puesto que era su único medio de vida.
La niña caminó y caminó sobre la nieve y bajo el intenso frío y cuando por fin encontró a un semejante le explicó su historia.
El hombre la llevó al Hospital de la región más cercano ya que la niña de cinco años presentaba claros signos de hipotermia.
Allí fue acogida y los médicos que la atendieron declararon que Saglana había podido sobrevivir a temperaturas de -34º porque se había abrigado a conciencia, con pieles de oveja y zapatos con lana en su interior, por la costumbre de los pastores de soportar bajas temperaturas, y eso que en la zona -34º se considera una temperatura templada, y además, porque era una auténtica profesional: salió de su casa en la taiga siberiana con una… ¡cajita de cerillas!, por si necesitaba prender una hoguera para soportar el frío nocturno.


La cajita de cerillas crea estrellas para el firmamento para que cada uno tenga la suya, buena o mala, quiero imaginar que en función de sus méritos, y también para proteger a una niña de cinco años que es una heroína.

Seguro que desde el cielo tuvo su participación en estrellar una estrella y en la cajita de cerillas de Saglana mi niña de cabellos de fuego y ojos de esmeralda.

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