martes, 21 de febrero de 2012

El silencio (cómplice) de los eucaliptos



Muchas veces caminé de Casa Carolina a la Casa del Puente leyendo una novela. 
Siempre me gustó hacerlo porque me recordaba el sistema peripatético que aprendí en claustros de los jesuitas para ejercitar al mismo tiempo la lectura y el andar y favorecer la concentración y la comprensión.
La lectura me llevaba y me lleva a la reflexión y la reflexión muchas veces me obliga a la lectura y ambas cosas acababan con los olores de las hojas de los eucaliptos cercanos que están en el Maresme a escasos kilómetros de mi playa y son como todos los eucaliptos muy altos y además glabros por sin pelos y de hojas lanceoladas y de mármol y sus copas me llamaban con su silencioso balanceo.

Fffffhhhhh….., ffffhhhhhh….., fffhhhhhh,…..


Y allí me encontraba muchas veces en el silencio de los eucaliptos con el primo que hacía el amor con su prima violentamente como la violencia del movimiento de las copas cimbreantes de los eucaliptos tan altos que acariciaban nubes de verano.

Y yo me encontraba con aquella chica de melena frondosa y color cobrizo y ojos de eucalipto que venía corriendo en cuanto me veía silencioso a lanzarse en mis brazos mientras repetía tequierotequierotequierotequiero y me bañaba de besos zalameros y salados y al fin también nos ensamblábamos sobre aquel tapiz de hojas pulimentadas y nos amábamos hasta destrozarnos y romper nuestra piel y nuestras piernas y glúteos, y no lo dejábamos hasta que los eucaliptos se desprendían de su corteza y se la regalaban para cubrir su belleza y ofrecerle el calor de después del amor, y esa corteza áspera y frágil y caliente nos cubría y nos abrasaba de olores y de naturaleza  y nosotros le devolvíamos amor con el olor de nuestra piel sudorosa y joven y lasciva y generosa y una respiración profunda y ruidosa y fatigada como las copas de los eucaliptos.

Yo amaba aquel silencio lleno de quejidos de árboles de amor y ahora cuando vuelvo lo lleno de súplicas y de lamentos y de los gritos que no recuperarán nunca más aquellas euforias de la adolescencia y de la potencia y de la belleza de cuerpos jóvenes que se amaban y quisiera incendiar todos los eucaliptos para recuperar olores y los destellos rojos de su melena.

Y después de amarnos con la locura siseante y de cosquillas de algodón de los eucaliptos que danzaban sobre nuestros cuerpos recogíamos la corteza que había sido nuestro lecho y nos servía para encender el fuego del hogar de nuestra casa y repetíamos el amor exhausto y flácido de la madrugada fría de relente, y entonces era yo quien con el silencio y la danza lejana de los eucaliptos le decía teamoteamotequieroteamoteamo muy bajito para no despertarla de su fatiga de amor y le besaba los párpados de sus ojos de eucalipto buscando la delicadeza de las hojas de mármol de las copas de los árboles que seguían gimiendo su silencio.

Yo recogía también las semillas cónicas del eucalipto y las guardaba en mis bolsillos para oler  los perfumes del árbol y del desvarío de amor de nuestros cuerpos.

Hoy vuelvo a veces a los eucaliptos cómplices de mi memoria para recuperar la paz que se rompió en su cerebro y que con su olor contagió y rompió el mío.
Es el silencio que brama y grita y baila y danza y se mece en desorden y que es mi silencio.

Tequierotequierotequierotequiero…ffffhhhhhhhhhhh……fffffhhhhhhh…..

5 comentarios:

  1. Es un recuerdo cariñoso, lleno de emoción y pasión. No dejes de deleitar a tus seguidores con textos tan ricos.

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  2. A esa pelirroja de ojos de eucalipto yo la amaba. Era la persona más buena y más dulce que jamás he conocido. Hoy día sé que murió porque los ángeles mueren pronto.

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  3. Doy la bienvenida a las nuevas seguidoras de mi Blog: Luciernaga y Inma.
    Esperaré vuestros comentarios y opiniones y aportaciones y críticas y lo que os apetezca decir a mis Entradas con auténtica pasión y devoción.

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  4. Volver... recordar... añorar... y seguir...
    Preciosa la imagen, casi que oigo el susurro de esos eucaliptos...

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  5. Yo lo oigo muchas veces!!!
    Muchas veces cuando me acuesto.
    Pero también es verdad que a veces me hace sonreír y a veces me hace llorar y ya no sé si es desesperación o de añoranza o de rabia o de impotencia o de felicidad o de no sé qué.
    Intento convertirlo sólo en una sonrisa y en agradecimiento, pero no es fácil, mi niña, no es fácil.

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