viernes, 24 de febrero de 2012

La piel de las palmas de mis manos

 Escribí estas líneas el 29 de noviembre de 2010.

Hoy han vuelto a aparecer porque rebuscaba en mis papeles porque mi semana ha sido de añoranzas y melancolías vitales como me decía una amiga de mi alma y porque a veces tengo una sombra que agobia y agita y roba el oxígeno de mis pulmones y mi vientre y mi cuerpo entero cuando recuerdo el oro viejo del cuerpo de mi compañera, oro de fruta de otoño, siempre oro.
Otra amiga que me entra en mis entrañas me dice que aún con ese dolor que arrastro en mi caminar me quiere y que yo no se lo diga porque invado territorios que no debo explorar.

La tierra se traga la sangre y se lo traga todo y avanza lentamente como la lava líquida y pastosa y a mí se me enquistó la lava y la sangre y la tierra como una larva en el alma, y tal vez por eso y porque sabía que eso así sería no la dejé ni partir en paz cuando intenté bombear varias veces su pecho ya exhausto para que su respiración no cejase cuando ya debía de ser así.  
La tierra se tragará hasta mi desolación porque la desolación es la nada y la nada acaba por desaparecer porque es el desierto de la tierra.
Mi intención no era más que una desesperación de egoísmo porque no podía imaginarme ni tierra ni lava ni sangre ni desierto sin ella.

¡ No la dejé ni morir en paz !
Cuanto lo lamento hoy.
Cuanto lo lamentaré y cuanto lameré esta herida que me supura y me a veces me supera.

Pero esto escribí y reescribo hoy.

“Tengo la piel de las palmas de mis manos quejumbrosa.
Tengo la piel de las manos áspera como la hoja de la palmera.
La piel de las palmas de mis manos está huérfana
del verde agua de tus ojos.
Los dedos que prolongan las palmas de mis manos están secos, rígidos y conviven en soledad sin humedad.
Tengo toda la piel de las palmas de mis manos y de mis dedos y de mis brazos y de mi cuerpo necesitados de tu fuego y de tu melena y de tus ojos 
y del calor de tus pechos y de la tibieza de tu vientre 
y de las humedades de tu sexo porque mi piel entera está yerma y huérfana.
Toda mi piel es herrumbre y óxido y tristeza y olvido.
Mi piel necesita de la piel de tu cuerpo.
Las yemas de mis dedos necesitan del roce de las pecas de tu piel.
Mi piel es una queja y mi piel se cuartea,
y mi piel es un desierto sediento de tu piel.
Tengo la piel de las palmas de mis manos quejumbrosa”.

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