En ese atardecer el alma se volvió nómada, solitaria, tímida
y huidiza.
Siendo sedentaria, voló de la humedad frondosa y enmarañada
de mi cuerpo en canto sostenido y recio como el gorjeo de un bramido.
Mostró su color del pardo blancuzco al castaño rojizo
parduzco reflejado en su rostro de espíritu.
Inició la fuga desde la fragilidad del desfallecimiento
hasta el vigor y la fortaleza del agarrotamiento para regresar sedentaria al
humedal.
Mi alma se convirtió en ruiseñor o tal vez en ruiseñora que
es más completa y más esencia.
Ahora descansa en su nido cercano a la tierra que le ofrece
protección.
Seguirá volando y diseñando piruetas y cabriolas desde la intuición de su vuelo algo ajeno a la razón o con la razón de la intuición.
Alma de ruiseñor, vuela, intuye, inventa, canta, crea y
regresa.
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