Aquellas escasas y espesas últimas lágrimas y que ya no eran saladas que derramaste una
única madrugada silenciosa en la que yo te velaba y estábamos los dos solos y
cogidos durante toda la oscuridad de la noche de la mano y me decían que sabías
que la vida se te acababa se enclaustraron en mi conciencia y no puedo
conservarlas sin derramar yo mis lágrimas impías.
Quisiera tenerlas conmigo pero en el silencio y en la
serenidad que tú transmitías y sin embargo me estallan en la cabeza y en los
ojos y en el estómago y en la garganta y en muchos amaneceres sanguinarios
gritan despiadadamente.
Escribo estás líneas y me sangran los dedos de mis manos y
percibo el regusto dulzón y amargo de mi sangre y la tuya en mis entrañas.
Seguiré buscándote todos los días en los cielos de poniente
que conocen y aman las lágrimas de bondad y armonía que tú les entregaste.
Siempre serás de mi alma. Siempre yo seré de la tuya.
Amada. Deseada. Adorada. Desaparecida.
Soñada con las lágrimas de cada madrugada.
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