Sigilo se me sube a la punta de la nariz, porque opina que
mantenerse en la palma de mi mano es incómodo para mí, y mientras yo pienso que
más incómodo es que me haga vizquear por su proximidad pero él va y me narra
este cuentecito:
“Una princesa nórdica, de cabellos largos, muchas pecas,
cutis muy blanco, y preciosos ojos verdes como el mar del amanecer, se enamoró
de un sureño más bien bajito, morenito y algo gitanillo sólo porque un día le
dijo que la quería y que con ella
vivir quería.
Se casaron en una Iglesia porque la madre del gitanillo así
se lo pidió y después criaron a dos hijos que ella cultivó y más tarde nació
del mayor una niña que ella conoció, más a la siguiente que del pequeño era ya
no pudo pero su nombre le prestó.
Durante su matrimonio decidió ser sirena y su marido le
regaló el mar y algunos la llamaron Rana porque también con charcos nocturnos
le obsequió, luego pensó en ser ninfa sigilosa de los bosques para aconsejar
sin empujar y eso ella lo consiguió, después hada quiso ser por su belleza y
por el don de adivinar el futuro y fijaros si lo logró que supo que más tarde
sería nube porque al cielo se marchó y como último consejo nos dijo que todos deberíamos
amarnos mucho más entre nosotros, y eso lo dijo la esposa, la sirena, la ninfa,
el hada y la nube que en la que
ella se transformó.
Después, su amiga del alma proclamó que ella fue feliz con
su gitanillo y eso es lo mejor que alguien puede decir de quien acompañó a la
que en nube roja de atardecer se convirtió.
Y en estos días, desde las nubes, desde el cielo y desde la
noche de los tiempos a todos nos cuida para que nunca olvidemos el amor que
ella nos transmitió”.
Sigilo concluyó explicando que cuando a veces mis ojos
llueven son tanto él como Scándalo muy vigilantes, porque las corrientes les
llevan al exterior del cuerpo que
les cobija y eso les trastocaría los cuidados del niño que llevo dentro.
Y después, inmediatamente después, Sigilo descubrió una
lagrimita que a mí se me escapaba por la narración de su cuento, y en ella se
embarcó y en mi boca se introdujo y en mi lengua a correr se dedicó, y con tono
de voz más alto que el que conmigo utilizó me espetó que tenía de nuevo que
irse a mis entrañas para cuidar… ¡
al niño que llevo dentro !
Y esta historia que he explicado si no es mentira es que es
verdad.
Y si es mentira pues ya está bien, y si es verdad, pues
también.
Y esta narración se la dedico a Gabriela Mistral que en su
día escribió en su cuento La Dulzura
“…por el niño dormido que llevo mi paso se ha vuelto sigiloso, …Con mis
ojos busco ahora en los rostros el dolor de las entrañas, … Hurgo con miedo de
ternura en las hierbas donde anidan las codornices, …Y voy por el campo silenciosa,
cautelosamente…”.
Y, por supuesto, a las dos mujeres de mi vida, mi madre y mi
compañera, que abandonaron esta vida para comenzar con otra en el centro de mi
corazón con sigilo, callandito, callandito.
(y se acabó, este cuento que os he narrado ahora sí que
se ha acabado).
FIN
No hay comentarios:
Publicar un comentario