Otoño,
segunda primavera.
Primavera
de menor exhuberancia porque es primavera discreta e íntima, casi secreta.
Es
estación de amistad, porque comparte cosas con la que se fue y otras con la que
llegará.
Es
estación de los amagos y de los amores, de pintores y de poetas, de magos y
alquimistas y de melancolías y añoranzas.
Es la
estación del calor de las castañas y del aroma del membrillo en las estancias
de las casas donde pausadamente madura, del olor dulzón de su crema y de su
jalea cuando se cuece en el fuego de los fogones y el azúcar cristaliza.
Es época
para el diálogo vespertino mientras el calor de las infusiones se apodera de
los cuerpos y de los corazones.
Es tiempo
de envolver la razón con el amor del corazón.
Es tiempo
de barnizar con la caricia del pincel el corazón con la serenidad de la razón.
Es la
explosión de la naturaleza ocre, roja, amarilla y el verde desvaído por el
mareo de las fragancias y de la tierra marrón que sabe que le acecha el negro
de la persistente oscuridad, que se cubrirá del blanco de la nieve y del hielo
de recio cristal que corta las venas de sangre roja oscura latente y en calma
palpitante, antes del arranque de la otra primavera, la de la explosión de la
vida y la pasión que precede a la canícula estival.
Es la
época en la que se tintan las yemas de los dedos y las palmas de las manos del
ocre de los hongos que calzan las raíces de los árboles y de la piel verde del
fruto de los nogales, que se alzan soberbios para que las nubes peinen sus
copas frondosas con su colonia de tierra húmeda, antes de que el otoño los
desnude y el quemar de la leña de los pinos y las encinas y los robles pinte
sus esqueletos de cobrizo, el mismo color de las ardillas que bailan entre sus
ramas.
El otoño
en mi tierra es femenino, “la tardor”, que es en verdad la que se desnuda a mi
alrededor y su cuerpo exhuma su pasado ante mi chimenea y permite que mientras
se cuecen castañas y boniatos se coloreen las curvas de sus muslos y de su
pubis y de su vientre y de sus senos, en un desnudo que se anuda a mi cuerpo y
que no se desanudará hasta que no le suceda el invierno helado y seco de este
valle ancho, amplio y generoso.
Otoño es
de eminencias supremas y hendiduras suaves, de plétora del intelecto y de
abolición de la razón.
El otoño
de Enveitg es el color de la cabellera de aquella princesa que amé, amo y amaré
y que me entregó su cuerpo y su alma porque intuyó este otoño mío de soledad
que como un manto me cubre mientras espero volar tan alto como ella cuando de
esta vida se escapó.
Otoño
rojo, otoño de amor, otoño de nostalgias de cuerpos fundidos en hierro
incandescente, otoño amado de mi alma enfebrecida.
Otoño de
Enveitg y de la Cerdanya toda.
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