En un establecimiento de comidas ví colgado, junto a unas
ñoras, una pata de jamón recubierta de pimentón rojo.
Agucé el oído y pude escuchar su conversación: el jamón le
decía al pimentón que si los clientes lo pedían era por su extraordinaria carne
y por su excelente sabor.
Y el pimentón le respondía que no era cierto, que el reclamo
era su color rojo intenso.
Y así pasaban el tiempo, discutiendo sobre la importancia de
sus características y de su propia naturaleza.
Mientras tanto, el propietario del establecimiento servía
raciones de jamón de otras patas ahí colgadas y que permanecían en silencio
esperando dar placer a los más exigentes paladares.
Al cabo de un tiempo, de un tiempo largo, bastante largo, el
jamón sazonado de pimentón rojo seguía allí colgado, pero ya no discutían
porque el jamón se había vuelto seco y duro y el pimentón presentaba un tono
parduzco que invitaba a cualquier cosa menos servir de reclamo para degustarlo,
lo cual demuestra que el exceso de ego conduce a la soledad y el desprecio.
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