jueves, 5 de noviembre de 2015

Sin título (XII).

 
La obsequié con una perla negra sobre las cenizas grises de los restos de mi mujer, en la huerta de mi casa que trabajo con mis brazos, con mi espalda y con los sudores que ya no me corresponden.

En ese mismo momento, mientras la besaba con la luz del sol cálido que empezaba su retiro, decidí amarla a pesar de que sabía que ahí mismo la perdía.

En el abrazo de amor que le tendí derramé unas lágrimas de mercurio, de aluminio y de plata espesa, que son las lágrimas de la pérdida y de la angustia.

Ella no las vio.

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