Pensaba esta noche pasada, en la duermevela,
que me gustaría decirte muchas cosas.
Que me encantaría poder charlar contigo.
que me gustaría decirte muchas cosas.
Que me encantaría poder charlar contigo.
Que te diría algunas cosas bonitas y otras un poco feítas.
Pensaba que si tuviese la oportunidad me desbordaría en mis
decires.
Me atragantaría porque me saldría todo como un chorro.
Y me reiría.
Y lloraría.
Porque volvería a quererte, a amarte.
A odiarte algún ratito cortito.
A desear besarte la cicatriz de tu barriguita, y los lóbulos
de tus orejitas.
A acariciarte levemente, suavemente, cansinamente.
Si pudiese habar contigo, sí, contigo.
Tú ya sabes como yo quién eres.
Sabes sin que yo lo mencione que me dirijo a ti, sí, a ti.
Pero no lo haré. Nada diré. O casi nada.
Porque una cosa sí quiero decirte,
aunque no me escuches,
aunque no me leas,
aunque nada quieras saber de mí.
Quiero agradecerte lo mucho que me diste,
lo mucho que me ofreciste, y entre todo ello, todo tu cuerpo
entero.
Eso es lo único que quiero decirte,
aunque no me escuches,
aunque no me leas,
aunque nada quieras saber de mí.
Porque con eso es con lo que me he quedado.
Y lo tengo bien guardadito en mi corazón.
Bien guardadito en mi piel.
Guardadito en mis lágrimas secas y en mi alma húmeda.
Guardadito.
Lo tengo, todo ello, todo lo que me diste,
todo lo que me ofreciste,
tu cuerpo entero,
lo tengo todo a buen recaudo.
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