domingo, 8 de mayo de 2016

La Casa de las Mantas.

 
Hubo una época en que de vez en cuando me dirigía a la “La Casa de las Mantas”, en la calle Jonqueres de Barcelona, la que comunica Vía Layetana con la Plaza Urquinaona, y compraba mantas de una forma casi compulsiva.
Desgraciadamente, “La Casa de las Mantas”, situada frente a uno de los Restaurantes que tanto mi compañera como yo apreciábamos, la “Brasserie Flo”, ha desaparecido con esta crisis que no finaliza como tantos otros lugares singulares de Barcelona.
Susan a veces se desesperaba y a veces se moría de risa cuando llegaba a casa con tres o cuatro mantas más. Yo sabía que en el fondo esas locuras mías le encantaban, porque me decía que si no estuviese loco nunca habría sido mi compañera.
Pero otras veces me decía que no tenía límite, que no sabía dónde está el freno, y yo sabía que ese día se enfadaba un poquito porque se le fruncía el ceño, y se le notaba en sus cejas casi albinas que adornaban sus ojos verdes con manchitas naranjas como las de su piel, y además movía la nariz en su respiración agitada como si fuese un conejo; entonces yo se lo decía y allí se acababa el enfado porque me comía a besos y yo le hacía cosquillas y todo era una risa,  y si no lo conseguía salía de casa disparado como una bala y le compraba una rosa y entonces ya sí que nos besábamos y nos confundíamos en una sola carcajada, y su mirada me volvía loco y yo hacía el payaso y ella se atragantaba y tosía y me decía para, Paco, para, por favor, por lo que más quieras.
Y, claro, yo no paraba, porque me volvía más loco al ver su risa y sus lágrimas de alegría.
Ya serenos, me decía bajito, Paco, para qué tantas mantas, y yo no sabía que responderle, y por decir algo le decía que era por si un día teníamos frío.
Tal vez me acuerdo hoy de ello porque aquí, en el sur de Francia, en Enveitg, llueve y hace frío, después de una semana de calorcito que me animó a empezar a plantar la huerta, zanahorias, rábanos, cebollas, ajos, ensaladas de “roure” y cogollos y “maravellas”, fresas,…

Ahora siento, pienso, que tal vez mi compra de mantas alocada era una premonición, una alarma que me lanzaba el destino, una voz del más allá, porque muchas noches, desde que ella murió y yo me trasladé a vivir aquí, buscando tranquilidad y despaciosidad y algo de soledad porque ahora la vida social y profesional, esta última escasa o nula, la decido yo y no el ritmo que decide marcar la vida, siento un frío en mi alma, y también en mi cuerpo, como el que debe sentir un esquimal al que se la ha derrumbado su iglú.
Y este frío se acentuó en los últimos meses, porque me enamoré inesperadamente, me enamoré de nuevo de una hembra, hembra que me dijo un día inesperado que mejor dejar nuestra relación sentimental porque nuestra relación no tenía futuro.
Y yo soñaba con hacerla reír, con verla exultante, con observarla venir a lanzarse a mis brazos corriendo cuando yo descendía de los trenes que me llevaban hasta ella, con hacerla feliz, con vestirla de joyas, con calzarla con zapatos divertidos, con viajar con ella,…. y no para repetir lo ya vivido, porque la vida nunca es repetición, sino porque me enamoré y yo no entiendo el amor a medias, pero me ha arrebatado hasta lo que queda después de la decepción, que es mantener la ilusión por el otro, por encontrar la cercanía y la proximidad, incluso la amistad. Eso me lo ha robado.
Encuentro alivio en mi entrega a los niños de las Escuelas y en los ancianos, a los que les explico cuentos y les hago algo de magia, y en la Radio, donde pongo la voz en tres programas, y todo de forma altruista. Me gusta. Me lo paso bien y hago felices a otros. Yo ya he recibido de la vida demasiado. Ahora toca entregar.

Tengo mi casa llena de mantas, porque sumé a las que ya tenía aquí en la Cerdanya las de la “Casa Carolina” de Cabrils y las del piso de Barcelona.

Pero Susan, no me sobran, porque hay muchas noches en que la soledad me abruma y tengo frío, mucho frío, y además viene muchos amigos y amigas, y yo sé que a veces, muchas veces también, demasiadas, tienen frío, y las mantas dan calor y hacen hogar.

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