sábado, 5 de mayo de 2012

Personajes de mi pueblo (4)

 
Que mi barrio es como un pueblo o que mi pueblo es en realidad un barrio de una gran ciudad ya lo he explicado en otras ocasiones y esto es así es porque mi barrio huele a pueblo entre otras muchas cosas y olores y aunque algunos son difíciles de definir si te esfuerzas los llegas a percibir.

Como en todos los pueblos la actividad que es la vida porque sino te mueves es que no vives se concentra en su Calle Mayor y en la Plaza principal que tiene Iglesia como todos los pueblos aunque estas ya concentra poca actividad porque las creencias se dirigen hacia otros caminos que difieren de las religiosas para hacerse más mundanas y a lo mejor incluso populistas, lo cual no está mal porque engaños ya los sufrimos en  demasía. Pero la Iglesia de la Plaza huele también a pueblo que es de viejas con naftalina en el abrigo y café con leche en el aliento.

La Plaza de mi pueblo también tiene cafés y restaurantes y yo los frecuento porque me gustan sus olores y me gusta que al entrar en ellos me atiendan por mi nombre y no con el qué desea o dígame que es frío y urbanita donde los haya.
En el Café de la Plaza de mi pueblo que tiene olor a viejo y poca luz para la lectura entro a leer mi libro una tarde cualquiera de un día que no es diferente a otro y me acomodo en una barra lateral para dejarme los ojos entre las líneas del libro, y consigo leer sólo un par de páginas hasta detenerme en una palabra que es ecolalia y que afortunadamente explica después el propio novelista porque yo desconozco su significado al escribir que es el vicio propio de aquellas personas que repiten la última palabra del diálogo de su interlocutor y no se sabe bien si es para demostrar que siguen el hilo de la conversación o simplemente porque son carentes de memoria y comprensión y se quedan con la última palabra que es evidente que no sirve para nada, y consigo leer sólo ese par de paginas porque como que esto es un pueblo el hombre acodado a mi lado en la barra me interrumpe para preguntarme si puede saber qué estoy leyendo.

Me gusta, me gusta mi pueblo que en realidad es un barrio. Me gusta porque esta reacción natural como la vida misma sería imposible en el mundo de la ciudad y sus gentes e incluso podría aparentar, sí, aparentar, mala educación cuando pienso que es de educación exquisita porque se traduce en deseos de diálogo con tus vecinos e interés por sus actividades a pesar de que mi vecino de barra y yo no nos conocemos y tampoco lo recuerdo como vecino del barrio pero debe serlo porque huele sus olores y los comprende.

Pero los vecinos de mi barrio son esa fauna especial que habita este pueblo.
Le contesto con el nombre de la novela y el de su autor, algo así como “Años lentos de Fernando Aramburu” y el dice “…Aramburu” y también dice “¿Y qué tal?” y yo contesto “Muy bien, es uno de mis escritores favoritos” y el responde aunque no tenía por qué decir nada “…favoritos” y a mí no sé si me entran sudores de sorpresa o los de la estupefacción.
Investigo.
Ahora soy yo quien dice “ Trata de la historia de un niño en los años de la posguerra…” y el dice como bajito y pequeñito porque sabe que no he finalizado la frase “…posguerra”, y yo “…que se traslada de población para vivir con sus tíos y su primo…” y el dice “…primo…” igual que antes de bajito y susurrante y yo prosigo “…y descubre las aventuras políticas de los etarras y las desventuras de los aldeanos.” y el ya en tono más firme y convencido dice “…aldeanos”.
Entonces me explica que si puede tomar nota del nombre del libro de la editorial y su autor para regalárselo a u amigo del despacho que tiene la manía de repetir la última o últimas palabras de las que él dice cuando dialogan y que eso le pone de los nervios, y yo le digo “Eso se llama ecolalia” y el dice ahora bajito “…ecolalia” y también se lo apunta en su papelito.

Creo que llega la hora de irme porque dudo de mi capacidad para resistir tamaña coincidencia e incluso llego a pensar si no me lo estoy inventando todo, y para provocar la despedida digo “Ha sido un placer. Perdona, ¿tu nombre?, y responde Rodolfo Royo Royo.
Me voy sin decirle el mío porque me está dando un espasmo nervioso e incontrolable a la altura del estómago que me sube pecho arriba para manifestarse en el rostro y sólo soy capaz si de verdad sus apellidos no se escribirán Rollo Rollo por aquello de la duplicidad de las eles.

Ya en la Plaza pienso que sus apellidos no podían ser de otra manera y para confirmarme que no me invento nada de lo escrito empiezo a inventar: su mujer seguro que se llama Rayo y tienen dos hijos que son gemelos y Rodolfo tiene además de mujer una amante fija y de profesión es arquitecto y se dedica a las casa pareadas y a bloques simétricos e iguales al estilo Belvitge y me voy a no sé donde en mis pensamientos y pienso que si la ecolalia la aplicamos a los políticos debe ser Egoecolalia porque los políticos que practican la ecolalia lo hacen porque piensan que somos estúpidos lo cual es muy posible o porque son malos oradores lo cual es no posible sino cierto y así empalman frases y creen que lo hacen bien cuando dan pena penita pena.

Me gusta mi pueblo me gusta. Me gusta encontrarme con vecinos que te saludan cuando callejeas por el nombre de pila y con establecimientos que te fían y con personajes que te hablan y somos desconocidos pero ahora yo nos conocemos porque olemos lo mismo y porque somos del mismo pueblo que en realidad es un barrio.

1 comentario:

  1. ecolalia...vaya...hace nada pensaba en esta "manía" de algunos y pensaba en escribir algo sobre ello... qué curioso. Sintonía! Sí parece que es un truco aunque no se si se aprende o es innato, aunque a mí me entra una sospecha irritativa cada vez que me encuentro frente a un ecolailísta. Rodolfo...qué historia...

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