Que mi barrio es como un pueblo o que mi pueblo es en
realidad un barrio de una gran ciudad ya lo he explicado en otras ocasiones y esto es así es porque mi barrio huele a pueblo entre otras
muchas cosas y olores y aunque algunos son difíciles de definir si te esfuerzas
los llegas a percibir.
Como en todos los pueblos la actividad que es la vida porque
sino te mueves es que no vives se concentra en su Calle Mayor y en la Plaza
principal que tiene Iglesia como todos los pueblos aunque estas ya concentra
poca actividad porque las creencias se dirigen hacia otros caminos que difieren
de las religiosas para hacerse más mundanas y a lo mejor incluso populistas, lo
cual no está mal porque engaños ya los sufrimos en demasía. Pero la Iglesia de la Plaza huele también a pueblo
que es de viejas con naftalina en el abrigo y café con leche en el aliento.
La Plaza de mi pueblo también tiene cafés y restaurantes y
yo los frecuento porque me gustan sus olores y me gusta que al entrar en ellos
me atiendan por mi nombre y no con el qué desea o dígame que es frío y urbanita
donde los haya.
En el Café de la Plaza de mi pueblo que tiene olor a viejo y
poca luz para la lectura entro a leer mi libro una tarde cualquiera de un día
que no es diferente a otro y me acomodo en una barra lateral para dejarme los
ojos entre las líneas del libro, y consigo leer sólo un par de páginas hasta
detenerme en una palabra que es ecolalia y que afortunadamente explica después
el propio novelista porque yo desconozco su significado al escribir que es el
vicio propio de aquellas personas que repiten la última palabra del diálogo de
su interlocutor y no se sabe bien si es para demostrar que siguen el hilo de la
conversación o simplemente porque son carentes de memoria y comprensión y se
quedan con la última palabra que es evidente que no sirve para nada, y consigo
leer sólo ese par de paginas porque como que esto es un pueblo el hombre
acodado a mi lado en la barra me interrumpe para preguntarme si puede saber qué
estoy leyendo.
Me gusta, me gusta mi pueblo que en realidad es un barrio.
Me gusta porque esta reacción natural como la vida misma sería imposible en el
mundo de la ciudad y sus gentes e incluso podría aparentar, sí, aparentar, mala
educación cuando pienso que es de educación exquisita porque se traduce en
deseos de diálogo con tus vecinos e interés por sus actividades a pesar de que
mi vecino de barra y yo no nos conocemos y tampoco lo recuerdo como vecino del
barrio pero debe serlo porque huele sus olores y los comprende.
Pero los vecinos de mi barrio son esa fauna especial que
habita este pueblo.
Le contesto con el nombre de la novela y el de su autor,
algo así como “Años lentos de Fernando Aramburu” y el dice “…Aramburu” y
también dice “¿Y qué tal?” y yo contesto “Muy bien, es uno de mis escritores
favoritos” y el responde aunque no tenía por qué decir nada “…favoritos” y a mí
no sé si me entran sudores de sorpresa o los de la estupefacción.
Investigo.
Ahora soy yo quien dice “ Trata de la historia de un niño en
los años de la posguerra…” y el dice como bajito y pequeñito porque sabe que no
he finalizado la frase “…posguerra”, y yo “…que se traslada de población para
vivir con sus tíos y su primo…” y el dice “…primo…” igual que antes de bajito y
susurrante y yo prosigo “…y descubre las aventuras políticas de los etarras y
las desventuras de los aldeanos.” y el ya en tono más firme y convencido dice
“…aldeanos”.
Entonces me explica que si puede tomar nota del nombre del
libro de la editorial y su autor para regalárselo a u amigo del despacho que
tiene la manía de repetir la última o últimas palabras de las que él dice
cuando dialogan y que eso le pone de los nervios, y yo le digo “Eso se llama
ecolalia” y el dice ahora bajito “…ecolalia” y también se lo apunta en su
papelito.
Creo que llega la hora de irme porque dudo de mi capacidad
para resistir tamaña coincidencia e incluso llego a pensar si no me lo estoy
inventando todo, y para provocar la despedida digo “Ha sido un placer. Perdona,
¿tu nombre?, y responde Rodolfo Royo Royo.
Me voy sin decirle el mío porque me está dando un espasmo
nervioso e incontrolable a la altura del estómago que me sube pecho arriba para
manifestarse en el rostro y sólo soy capaz si de verdad sus apellidos no se
escribirán Rollo Rollo por aquello de la duplicidad de las eles.
Ya en la Plaza pienso que sus apellidos no podían ser de
otra manera y para confirmarme que no me invento nada de lo escrito empiezo a
inventar: su mujer seguro que se llama Rayo y tienen dos hijos que son gemelos
y Rodolfo tiene además de mujer una amante fija y de profesión es arquitecto y
se dedica a las casa pareadas y a bloques simétricos e iguales al estilo
Belvitge y me voy a no sé donde en mis pensamientos y pienso que si la ecolalia
la aplicamos a los políticos debe ser Egoecolalia porque los políticos que
practican la ecolalia lo hacen porque piensan que somos estúpidos lo cual es
muy posible o porque son malos oradores lo cual es no posible sino cierto y así
empalman frases y creen que lo hacen bien cuando dan pena penita pena.
Me gusta mi pueblo me gusta. Me gusta encontrarme con
vecinos que te saludan cuando callejeas por el nombre de pila y con
establecimientos que te fían y con personajes que te hablan y somos
desconocidos pero ahora yo nos conocemos porque olemos lo mismo y porque somos
del mismo pueblo que en realidad es un barrio.
ecolalia...vaya...hace nada pensaba en esta "manía" de algunos y pensaba en escribir algo sobre ello... qué curioso. Sintonía! Sí parece que es un truco aunque no se si se aprende o es innato, aunque a mí me entra una sospecha irritativa cada vez que me encuentro frente a un ecolailísta. Rodolfo...qué historia...
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