domingo, 17 de junio de 2012

La piel

Hay mujeres que viven de su piel y otras que mueren por su piel.
Hay mujeres que viven de la piel animal y hay otras que darían su piel porque la de un animal no fuese para su piel.
Hay mujeres de piel frágil y sedosa y otras de piel áspera y rugosa.
Hay mujeres de piel sensible y mujeres de piel atribulada.
Hay pieles para cada tipo de mujer.
Las mujeres son piel.

Mi mujer amaba que yo le acariciase su piel de manchas rojas y otras mujeres detestan ser tocadas incluso con la máxima suavidad de la piel de las yemas amantes de una piel.
A mí me encanta tocar la piel pero hay quien detesta sentirse contaminado por el tacto de otro humano. La piel es el órgano de mayor tamaño del cuerpo humano y muchas veces lo denostamos porque no lo cuidamos ni lo apreciamos.
Yo creo en tocar para buscar la comunicación, porque el tocamiento transmite y emite sensaciones, placeres, deseos, cariños y entregas, y también rechazos.

Las sociedades tribales se tocaban, y así se identificaban como también con los olores y la civilización es no tocar, o tocar la piel del abrigo de piel, del volante de cuero de tu bólido o de la pantalla del nuevo televisor, o del sofá de piel de tu salón, pero no la del compañero o la amiga.
Yo amo que la playa me pegue su fina arena en la piel y que el mar me bese y me lama con su sal mi piel.
Yo deseo el tacto del agua helada de mi río en la montaña que de tan fría te deja la piel suave y de seda y de trucha y de canto rodado que se escapa de las manos.
Yo suspiro por los días ventosos que se pasean por mi piel con la caricia de las musas y que traen historias de otros lugares en su interminable viajar y en su ululante respirar.
Es vital para mi piel el contacto de otras pieles, ese hablar que ellas tienen, ese transmitir sensaciones que no son mudas sino gritos de amor de belleza que es la del interior y no la del exterior.

Yo pienso que cuando a un amigo lo abrazas o depositas una mano amable en su hombro y lo rechaza, no es tu amigo.
Yo pienso que si le quieres besar en una mejilla y él no lo demanda o lo acepta con la reticencia y la lentitud de la falta de deseo, no es tu amigo.
Yo pienso que si alguien no admite tu tacto, no es tu amigo.
Yo puedo pasear con mi mano aferrada a otra mano y eso sólo significa que entrego mi cariño a esa persona que tal vez precisa del contacto de las pieles de las manos, y ese es mi amigo.
Se puede estar en silencio en compañía de un amigo y eso no es lejanía ni displicencia, es el compromiso de la piel.

Pero esto el común de la gente no lo entiende.

Decimos que debemos respetar nuestro espacio vital y eso es falso porque nuestro espacio siempre es también de los demás.
Tal vez es porque yo soy muy tocón y algo especial de piel. Tengo la piel de mi madre.
Mi hijo pequeño, al morir su madre, quiso dormir conmigo y me daba la mano durante toda la noche y eso fue precioso y un enorme alivio para mi alma destrozada y sin piel.
Yo acaricio porque la piel habla y agradece los mismos mimos que los amantes se prodigan porque yo deseo amar al amigo que es mi otra piel.
Yo acaricio porque protege y los amigos se protegen y se cuidan sus pieles se hablan de su amistad.
Yo quiero sentir yemas contra yemas, palmas contra palmas, brazos con espaldas, pies con pies, manos con manos, mis dedos con los tuyos, porque eso me dice que te quiero.

Lo digo así, porque así lo siento y así lo suelto.

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