domingo, 21 de julio de 2013

Historia de unos globos (Capítulo 1)

                                                      
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¡¡¡ Plop !!!

El ruido es seco y rápido, brusco, repentino. Fulminante.
No dura más allá de un instante. Décimas de segundo. Como un chispazo.
Es el ruido que ansía Martín antes de oírlo y que le provoca una fugaz ilusión seguida de inmediato por el desencanto.

Es el ruido que invariablemente sucede después del juego de patearlo, golpearlo, lanzarlo al aire una y otra vez con golpes de intensidad diversa de las palmas de las manos y de los puntapiés.
Es el ruido de la explosión de un globo de las fiestas de los niños, de los circos y de las fiestas mayores de los pueblos y de las gitanas en la puerta de las iglesias los domingos por la mañana.

El globo atrae a todos los niños con una fuerza enorme y a pesar de que su evolución ha hecho que aparezcan globos con forma de patos, de elefantes y de peces y tiburones y otros animales, el globo clásico, el redondo y más sencillo que tiene forma de balón y es de múltiples colores sigue siendo el favorito de niños y niñas.
La sencillez, el elevarse y volar al son del viento y el color chillón es su seducción.

Martín se hizo con uno de ellos que vagaba al tuntún por la plaza de su pueblo y después de agarrarlo por el cordel que colgaba del nudo que impide la salida del aire del interior del globo se lo llevó consigo a su casa para jugar con él.
Y después de perseguir al globo verde por su habitación durante un buen rato le llegó a Martín ese momento en que el deseo del suspense y la intriga de la explosión es más poderoso que la pasión por prolongar el juego aún sabedor a ciencia cierta de que ahí finaliza la historia del globo y del juego y es posible que empiece hasta la regañina de la madre que le reprenderá  tanto por el sobresalto causado por el ruido como por cercenar la posibilidad de proseguir con el juego.

Martín achinó los ojos, presionó con sus brazos y manos el globo contra su pecho, y… ¡¡¡ plop !!!, el globo estalló en varios pedazos que cayeron al suelo como un pañuelo sucio y la cinta perdió sus características de serpentina para mutar en una serpiente inanimada junto a los trozos del fino plástico verde del globo reventado.

Sentado a los pies de su cama, contemplando los restos de lo que hacía unos instantes era un globo, con carita tristona pero con una cierta exaltación del ánimo por la pequeña fechoría cometida, Martín descubrió un rollito que parecía un papelito enrollado y cogido por una pequeña cintita de fina tela estrechita.
Se levantó sobresaltado y con rostro de sorpresa y recogió el rollito de papel, deshizo el nudo de la cinta de tela con avidez incontenible, desenrolló el papelito y observó primero y leyó después con los ojos como platos el mensaje manuscrito con una preciosa caligrafía, y que decía:  
“Hola, como estás. Me gustaría saber a manos de quien ha ido a parar mi precioso globo verde”.

(continuará)

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